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Hoy es viernes, 22 de noviembre de 2024

En privado

• Tiempo para llorar.


 

 

Pese a lo que opinaban sus pocos detractores, Víctor Castro Cosío, cumplió, y al final de todo, fue el gran ganador.

 

Lo digo porque al tratarse de una elección intermedia, estaba obligado a ganar.

 

Simplemente por eso, porque se trataba de una elección intermedia, donde incluso, --créamelo—estaba en juego la siguiente gubernatura.

 

Obligado a ofrecer buenas cuentas tanto a Andrés Manuel López Obrador, como a los liderazgos de Morena, y también por supuesto, a Claudia Sheinbaum Pardo.

 

Y digo lo anterior, porque el escenario político inicial en BCS, no pintaba muy bien a favor de Morena tras la selección de candidatos.

 

Por tanto, y de acuerdo a los mentideros políticos y especuladores, Víctor Castro Cosío no las tenía todas consigo, porque la alianza no formuló las estrategias viables para llevar a buen fin este proceso 2024.

 

En otras palabras, les fallaron muchas cosas. Por ejemplo, las estrategias en cuanto a elección de candidatos.

 

En especial a los candidatos a diputados locales, que los eligieron al vapor, al cuarto para los doce. Y los tiempos se los comieron en discordias, y en desaprobaciones.

 

Y eso pudo ser causante de derrotas.

 

Pero en fin, Castro Cosío, salió victorioso.

 

Ahora, tomando en cuenta que siempre los vencedores ven la recompensa y los perdedores ven el dolor, hoy las fuerzas políticas que no obtuvieron el triunfo se acuartelan, y los candidatos perdedores se repliegan.

 

No es para menos. Llegaron los tiempos para reflexionar sobre los errores cometidos y sobre qué hicieron o qué dejaron de hacer.

 

Llegaron los tiempos de llorar, de lamentar. De aceptar y resignarse.

 

Tiempos de pensar vacilantes y con interrogantes sobre sospechas de posibles cochupos, de coacción del voto, de maquinadas tendencias y compra de sufragios.

 

Y si se quiere, bajo el supuesto de que la victoria tiene un centenar de padres, pero la derrota es huérfana, buscar culpables de las derrotas cuando no los hay.

 

Son pues, tiempos de vociferar, de juzgar, de enjuiciar y censurar.

 

Tiempos de reprobar y murmurar.

 

Pero también son tiempos de apropiarse de valor y coraje para analizar lo que vendrá después, lo que sigue.

 

En efecto, porque los verdaderos vencedores nunca se arredran, y, además, la vida no se va en un proceso electoral.

 

Luego entonces, son tiempos de pensar en otro futuro político, el que vendrá. Esto es, tomando en cuenta que ni siquiera un dios puede cambiar en derrota la victoria de quien se ha vencido a sí mismo.

 

Son pues, tiempos de lágrimas, de desilusión, y de enojos al creer que fue en vano tanto esfuerzo realizado.

 

Pero también son tiempos de analizar que Dios te da la victoria cuando levantas tu ánimo.

 

Tiempos de reclusión para pensar que de nada sirvió recurrir con extrema devoción a aquellas intangibles divinidades.

 

Vamos, como lo hizo Rigo Mares, que justo el domingo anterior acudió a los templos católicos para que sacerdotes y comunidad religiosa oraran por él.

 

Eso, sin haber hecho suya la vieja sentencia de que se aprende más en la derrota que en la victoria.

En síntesis, aquel, es el tiempo de los perdedores.

 

Mientras hoy es el tiempo de los otros, los ganadores, que sonríen, festejan, y cantan victoriosos, olvidando que la victoria es por naturaleza insolente y arrogante.

 

Sin embargo, todos ellos y ellas, ganadores y perdedores, deben tomar muy en cuenta que la derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva. Y que en cambio, la victoria tiene algo negativo: jamás es definitiva.

 

Por otro lado, en la posición de un vencedor, es fundamental la modestia, pues quien busca venganza después de la victoria, es indigno de haber vencido.

 

Mas aun si toma en cuenta que satanás es el príncipe de la injusticia y la maldad, lo mismo que de la arrogancia del espíritu.

 

Por tanto, el triunfador está obligado a hacer una profunda reflexión sobre los verdaderos demonios internos que luchan contra la humildad, y la sencillez.

 

Y debe hacerlo porque la humildad siempre derrota a la soberbia y porque la ingratitud es hija de la soberbia.

 

En fin, todos, ganadores y perdedores, deben adoptar la sabia sentencia de que la victoria más dura es la victoria sobre uno mismo.

 

Y que la peor derrota, es sobre sí mismo.

 

Cuestión de tiempo.