• Con el miedo hasta la médula.
Hoy por hoy, cuando la maldad
ronda los confines de mi tierra para sembrar en sus virginales surcos el
sobresalto, el terror y la muerte, tiñendo de rojo todo el cielo de México, es
cuando debe perdurar mucho más la unidad y el clamor a Dios.
Eso por nuestra parte,
mientras la autoridad se obliga a actuar con reciedumbre y fortaleza.
Simplemente porque quienes practican la violencia, no deben ser tratados con
amor.
De ninguna manera. Porque ellos
son los únicos culpables de la tristeza, del dolor, de la desolación y del luto
que hoy por hoy sufre el pueblo.
Son ellos, los únicos
culpables del miedo que no existía y que nadie conocía hasta que un día con la
tolerancia de los nocivos políticos de arriba y de abajo llegó a formar parte
de la vida cotidiana de los mexicanos.
De ese miedo maldito que se
empezó a meter hasta la médula de nuestros huesos.
Si, de ese miedo que
confundido entre ríos de sangre estrepitosamente corrió y sigue corriendo por
las calles de los pueblos mientras aquellos y aquellas que usted y yo conocemos
hacen de la política su modus vivendi sin importarles un bledo el dolor del
pueblo.
En efecto, son los
delincuentes los culpables de ese miedo que hoy por hoy a enturbiado con sangre
las nítidas aguas de las bahías y que ha mancillado las montañas y los campos.
Y ese mismo miedo ya una vez
perdido en la vorágine de agónicos estertores, acompañado de la muerte, provocó
que los sembradíos empezaran a producir aún más miedo, al grado de obligar a
los campesinos a abandonar sus parcelas.
Son hoy pues, esos tiempos,
cuando sin tu ni yo esperarlo, el miedo ya se nos incrusta hasta la medula de
mis huesos, nos crispa los nervios, nos invade las neuronas.
Son hoy por hoy esos tiempos
en que por temor a las balas asesinas de aquel fuego cruzado, el rincón de las
baldosas frías de nuestra soledad se convierte en el último recurso para llorar
nuestros temores.
Lamentablemente son hoy esos
tiempos cuando los vientos de los cuatro puntos cardinales, tétricamente juntan
los miedos de los valles, los mares y las llanuras, para acercarlos a nosotros,
y ya después una vez convertido en un monstruo indestructible, colarse por
todas las rendijas de mi patria, hasta impactar el último rincón de la oración
en las iglesias, o bien de la inocencia, en las escuelas y los jardines de
nuestros niños.
Por todo eso tenemos miedo.
Maldito miedo que a chorros de
sudor y de lágrimas emana de nuestros ojos y salta por los poros de nuestro
cuerpo.
Miedo maldito que como lapa
maligna se unta a nuestra piel y que como hambre ansiosa se anida en nuestras
entrañas.
Que penetra nuestro ser y se
queda adentro invadiéndonos como bichos para aumentar nuestras penas y elevar
nuestros niveles de mi estrés.
Invasión de miedo por
obligación.
Miedo al día, miedo a la
noche, miedo a la calle, miedo a todo. Hasta a mi sombra.
No es para menos, pues son
crueles tiempos.
De pistolas, de metralletas,
de desaparecidos, de ahorcados, de destazados, de embolsados, de incinerados.
Tiempos maldad, de violencia.
Tiempos con vientos cargados
de desgracias, de calamidades, de agonías, de fatalidades de desgracias.
Tiempos malos, cargados de
negros nubarrones, de horrendos asesinatos dolosos.
Tiempos de macabros hallazgos.
Tiempos inciertos, de
políticos sordos y ciegos. De dolor y desesperación, de dudas, de vacilación,
de titubeos e indecisión.
De inquietud, de
intranquilidad, de inseguridad y desconfianza.
Tiempos de gritos, de llantos,
de sirenas y helicópteros trastocando nuestro sueño, nuestra tranquilidad,
nuestra paz.
Tiempos de ajustes de cuentas,
de recomposición de plazas, de reacomodo, de Semefos, de cadáveres.
Crueles tiempos donde la vida
de un hombre, de una mujer, de un deportista, de un periodista, de un
sacerdote, o un delincuente, vale lo mismo que de un niño inocente.
Tiempos del placer de matar
por matar. De gozar con el dolor ajeno, de seres sin alma, sin compasión, sin
corazón, sin perdón.
Por todo eso, el miedo duele,
y cala muy hondo. Y deja cicatrices imborrables, y heridas que no sangran, pero
supuran desconsuelo.
En fin, lo que más importa, es
el dolor, y ese negro crespón que estos tiempos han dejado en tu alma para
siempre.
Y en síntesis, lo que importa
ahora, es confiar en que siempre habrá un mañana mejor.
Hagámoslo confiando siempre en
que Dios aún tiene muchos milagros.
Y que hay buena voluntad de
ese Gran Arquitecto del Universo.
Cuestión de tiempo.