• Cáncer Maligno
Hacer alusión a la corrupción,
es hacer alusión a la desvergüenza, al descaro y al cinismo. Y por consecuencia
todos quienes optan por participar en ella, son justamente desvergonzados,
descarados y cínicos.
Sin embargo, hoy, para fortuna
de todos nosotros, tanto en el gobierno federal como en el estatal, han llegado
personas que no comulgan con la idea de participar, ni perdonar actos de
corrupción.
En efecto, aquí hago
referencia a Andrés Manuel López Obrador, y a Víctor Manuel Castro Cosío,
quienes han puesto todo su empeño para evitar hasta donde sea posible, que los
funcionarios hagan de las suyas como antaño, cuando todos tenían el pasaporte
directo y sin escalas para cometer corruptelas, y la tapadera más grande estaba
en la presidencia.
Y créamelo, porque a todas
luces se observa que este esfuerzo ha dado excelentes resultados, pues lo
podemos ver en la aplicación de recursos en las diferentes obras y acciones que
hoy se realizan para beneficio del pueblo.
En síntesis, la inmoralidad,
la deshonestidad y el abuso, eran el modus vivendi de todos los políticos de
entonces.
Pero claro, pese a lo que se
ha hecho, aún falta actuar con más energía en contra de aquellos que hicieron
su riqueza a consta del pueblo.
Es decir, que a los corruptos
les quiten el dinero y las propiedades mal habidas. Y que los dejen en la
pobreza, tal cual lo hicieron con sus gobernados.
Y es que, lamentablemente en
aquellos tiempos, desde Echeverría Álvarez hasta Peña Nieto, pasando por el
orejón, México, llegó a padecer un gravísimo problema de corrupción.
Y fue a tal grado, que el Foro
Económico Mundial, tuvo la osadía de declarar que la corrupción era el
principal obstáculo para hacer negocios en México; incluso por encima de la
inseguridad, lo cual fue una declaración vergonzosa para todos nosotros, menos,
por supuesto, para los que participaban en las corruptelas.
Ahora bien, muchas veces, la
corrupción no proviene directamente del gobierno o los funcionarios, sino de
proveedores y contratistas que ofrecen el soborno o se coluden entre sí y
pactan precios de venta y servicios, rotándose las ofertas ganadoras y
subcontratándose para proveer el servicio, inflando los precios de servicios o
ventas a su favor, donde ganan ellos y gana el funcionario.
Por tanto, derivado del
crecimiento poblacional se tiene la certeza de que los abusos derivados de los
sobornos, cohechos y comisiones para la asignación de contratos de obra pública
y adquisiciones, han aumentado en los últimos años.
Luego entonces una modalidad
frecuente es la del pago de comisiones por contrato de obra pública o compra; y
que el famoso “diezmo”, o los famosos “moches”, han subido en algunos estados y
pueden llegar hasta 25 o 30 por ciento del valor de una licitación,
considerándose un fenómeno tan extendido, que muchos contratistas se sorprenden
cuando no les piden comisión, pues dar soborno se considera en ocasiones un
seguro de acceso.
Lo ´peor es que en algunas
entidades son los parientes del gobernador quienes negocian los moches o
intermediarios de gran confianza del mandatario.
Por tanto, algunos empresarios
se quejan en privado de estos hechos; pero la mala nota es que los organismos
empresariales no hacen nada al respecto, a pesar de que constantemente pegan
patadas de ahogado y gritos al cielo.
La codicia pues, alcanzó a
democratizarse y entonces, cada funcionario que firmaba una orden de compra,
quería por consecuencia su tajada.
Pero, bien vale decir que
esfuerzos correctivos como lo son las “subastas en reversa” que practican, por
ejemplo el IMSS y el ISSSTE en la adquisición de medicamentos, al menos en lo
que se ve, han sido la excepción.
Ahora bien, otro aspecto
lamentable es que nuestro país no ha superado en los últimos años calificaciones
reprobatorias del Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia
Internacional.
Pero para bien del pueblo, el
problema ha ido a memos con la alternancia política en los gobiernos, lo cual
deja en claro la idea generalizada de que el cambio de partido en el poder
tiende a resolver la corrupción.
Otra práctica común en la
nueva ola de corrupción mexicana lo fue el peculado o malversación de fondos
públicos: desvío de recursos, reasignaciones presupuestarias para dar al dinero
fines distintos a los autorizados y, en ocasiones, literalmente, para robarse
el dinero de la caja.
Y aunque desde el gobierno
federal se han fortalecido los mecanismos para combatir este delito mediante
controles internos (contralorías) y controles externos (Auditoría Superior de
la Federación), lamentablemente este esquema de control y fiscalización no se
reproduce en todos los estados y municipios como debiera, toda vez que en
muchas entidades los gobernadores ejercen un control político férreo que limita
la capacidad de los órganos de fiscalización para ejercer sus funciones.
Por tanto, algunos presidentes
municipales sobornan a diputados locales para que aprueben sus cuentas
públicas, cosa que pudo haber hecho Rubén Muñoz, pues las cuentas a su paso por
la alcaldía de La Paz, no cuadran.
En efecto, pueden dar dinero,
obra pública o empleo a sus amigos o parientes.
Porque no es casual que en los
últimos años se hayan denunciado muchos casos de corrupción de gobernadores,
alcaldes y demás funcionarios.
Cuestión de tiempo.