Tiempos mejores.
“Se avecinan los tiempos en que el pueblo se sentirá lo suficientemente unido y fuerte para levantar esas pestilentes coladeras cargadas de inmunidad y corrupción”.
Así, sin más, me lo dijo a bocajarro aquel anciano de abundante barba blanca desde ahí sentado en la banca del parque.
Y sus palabras me llamaron la atención al grado de sentarme a su lado para escucharlo con más atención.
Enseguida, en sus expresiones observé cierta inteligencia.
“Sí, llegarán los tiempos en que el pueblo podrá levantar esas abominables cloacas que fueron convertidas en nidos de inmoralidad, de perversidad y deshonestidad, en donde anidaban muchas ratas de cola larga”, me dijo.
Tras eso, con más interés escuché a don Crisóstomo, que así se llamaba aquel anciano.
Y al ver mi creciente interés por escucharlo, volvió a tomar la palabra diciéndome:
“Así es hijo, y qué diera el pueblo por ver brotar desde esas putrefactas y purulentas entrañas, tanto estiércol, tanto lodo y tanta podredumbre. Tanta podredumbre que apesta, que contamina, y que lamentablemente hoy amenaza con llevarse entre esos ríos de mierda a nuestra juventud y nuestra niñez, y eso es lo que más duele”.
Y don Crisóstomo siguió hablando: “pero el pueblo, a pesar de sus desesperados gritos, se traga su impotencia viendo cómo el nepotismo, el amiguismo y el compadrazgo, desde las más altas esferas, tejen sus indestructibles redes de atrocidades, de maledicencias y de perversidades”.
Y sin hacer pausa alguna, continuó diciendo: “y el pueblo sufre observando cómo la evasiva, la excusa y la disculpa, cobijando la justificación y el importamadrismo, suben y bajan escalones legislativos”.
Más aun, abundó: “y a cambio sonríe, irónico y a la vez preocupado, viendo cómo el subterfugio escarba más profundo el hoyo de la murmuración respecto a la actuación de sus nuevos representantes ante las cámaras ya sea alta o baja”.
Y por todo ello don Crisóstomo se lamenta: ”pero desgraciadamente la afrenta y el agravio se confabulan en medio de complicidades, mientras el chisme, el rumor, y la habladuría, tienen como tema central el desconocimiento, la incapacidad y la ignorancia, en relación a la actuación de nuestras y nuestros flamantes diputados federales que debutan en lo que lamentablemente pareciera un circo saturado de graciosos arlequines, colmado de bulliciosos bufones, pletórico de divertidos humoristas y atiborrado de cómicos payasos”.
Ya después, el anciano quiere seguir hablando, y dice, “por sí solos, y basados en sus actuaciones, las y los diputados federales, lo mismo que los senadores, han obligado a la burla, a la intriga, al
rumor, al sarcasmo y a la hilaridad pueblerina. Y por consecuencia, tienden entre nosotros el puente del beneficio de la duda”.
“Así es”. Le respondo.
Luego añade: “solo es cuestión de ver cómo, y por enésima ocasión, algunas y algunos diputados federales, han dejado constancia de su torpeza e ignorancia, exhibiéndose dormidos desde esa máxima y respetable tribuna; y cuando despiertan, lo hacen solo para decir sandeces. O en su defecto han dejado en claro que ni siquiera aprendieron a leer”.
Después abundó: “es más, con estas actuaciones, no solo dejan traslucir su insuficiencia, su incompetencia y su ineptitud, sino que con ello provocan desconfianza y falta de credibilidad de parte del pueblo en referencia a una noble, seria, respetable y honorable institución como es el Congreso de la Unión”.
“Luego entonces, con esas marrullerías solo nos dejan en claro que difícilmente están capacitados para atacar ancestrales males y de profundas raíces, como lo es la corrupción y la impunidad”, puntualizó.
Y don Crisóstomo fue más allá al decir: “nosotros, como pueblo, no queremos legisladoras y legisladores que se coloquen una aureola en su frente y se persignen en señal de beatitud en aras de alcanzar una ansiada canonización de la cual, según ellas y ellos pudieran ser merecedores”.
“¡No. De ninguna manera!”, aclara.
Y abunda: “lo que deseamos son hombres y mujeres que luchen por la construcción de generaciones sólidas, con ética y virtudes, con excelencia y valores. Porque ese es el grito generalizado de los millones de jóvenes y adultos mayores que ya votamos por ellas y ellos, y a los que están obligados a dar respuestas”.
En síntesis, me dice: “lo que todos queremos son legisladoras y legisladores valientes, que no se asusten de su propia sombra, y que sean capaces de defender al pueblo de tantos monstruos que lo atacan y lo siguen martirizando; y que además realicen compromisos solo con el pueblo y para el pueblo”.
“Es decir, lo que deseamos son diputadas y diputados que no lleven a cabo actos vergonzosos ni pactos infames; que no realicen alianzas degradantes ni negociaciones familiares; que no estipulen convenios pueriles ni tampoco tratados abominables; que no estipulen contratos afrentosos. Ni mucho menos acuerdos políticos que lesionen más al pueblo”, me dice.
Y aclara: “queremos diputadas y diputados que no vayan dando tumbo tras tumbo, ni y tropiezo tras tropiezo; que no vayan eslabonando desatinos y burradas; y que no vayan hilando estupideces, he inventado pendejadas”,
Ya casi para concluir la charla, advierte: “legisladores que no se dediquen a crear leyes insulsas e insustanciales; sino leyes duras en contra de los encorbatados bandidos de arriba y los crueles delincuentes de abajo”.
“En fin, me dice al despedirme: “ojalá y la fuerza de la inmoralidad, la perversidad, la inmunidad, y la corrupción, no sea superior a la ignorancia de aquellos”. Cuestión de tiempo.