La Justicia de los de abajo.
La justicia, al menos para los de abajo, pareciera que siempre se atora en los malditos recovecos de la indiferencia y el importamadrismo. Y una vez recluida en esos rincones de la impunidad, se torna injusta y despreciable.
En efecto. Porque para los más jodidos, la justicia asemeja a una dama que con altos tacones en sus finas zapatillas se contonea burlona y dando tumbos entre las tinieblas.
Y finalmente, ---a ellos---, a los de abajo, se les pierde en la obscuridad de la noche para irse a recluir a las pestilentes cloacas donde, ante la falta de probidad de los hombres del derecho, siempre ha pernoctado.
Solo por eso he sido reiterativo en que la impunidad es una filosa daga que hiere profundamente a los deprimidos, y deja en sus labios un amargo sabor a coraje y a desesperanza. Y por consecuencia, todo en su conjunto deja imborrables cicatrices de impotencia, al tiempo que les hace sangrar viejas heridas que supuran desconfianza y rencor.
Es entonces cuando esos seres marginados, --los de abajo-- se ven obligados a replegarse en ese doloroso y repulsivo estado de indefensión, y a confinarse para llorar en el despreciable rincón de la impotencia. Y ya una vez postrados en el ostracismo de su inanición y desamparo, solo les queda lamerse sus heridas y escupir sangre.
Quise hacer esta introducción para retomar el caso del cabeño Juan Manuel Urquídez Rángel y sus 15 días que pasó sin comer por enfrascarse en una huelga de hambre para protestar por la destitución del homólogo de Fidel Castro Ruz, Daniel Gallo Rodríguez, de la presidencia del Tribunal Superior de Justicia.
En ese entonces reconocí los arrestos, el arrojo y la valentía que Juan Manuel Urquídez Rángel tuvo al pretender destapar una pestilente alcantarilla donde el cree que por años han anidado viejos vicios, complicidades y tráfico de influencias, que no dejan de ser sinónimos de corrupción donde precisamente la 4T ha puesto la mira.
Era entonces a mediados de enero, justo cuando el frio nos cala hasta los huesos. Pero postrado en la banqueta y sin comer, allí seguía don Juan Manuel Urquídez en su lucha por abrir una puerta de esperanza no solo para él, sino también para otros. Para muchos más cuyos expedientes han sido cubiertos por el polvo del desinterés y la apatía.
Una puerta de esperanza al menos para los que aún viven. Porque otros han muerto abrasados a ella, sintiendo como el fiel de la balanza les golpeaba donde más duele a los de abajo: el estómago.
Como sucedió con don Pedro Guerra. Un pobre hombre que hace muchos años realizó unos trabajos de refrigeración para el Aeropuerto Internacional de Los Cabos, cuyos servicios fueron contratados por una persona de nombre Guillermo García, y que tendrían un costo total de 80 mil pesos.
Pasado un corto tiempo don Pedro cumplió la parte de su compromiso; no así Guillermo García, quien al saberse un hombre con poder –en forma abusiva y dolosa-- le extendió un cheque por la irrisoria cantidad de 3 mil pesos.
Y aquí inició el doloroso calvario para don Pedro en su penosa búsqueda de la justicia. Quien para su desgracia pasado un año quedó ciego. Después le amputaron una pierna, obligándolo a desplazarse en silla de ruedas. Y con el tiempo, la muerte empezó a coquetearle.
Pero don Pedro, aun cojo y ciego, confiaba en que la justicia no lo era. Y seguía luchando esperanzado en que no acudiría a él en silla de ruedas.
Por eso, todavía en su lecho de muerte, don Pedro esperaba paciente a la señora justicia. Aun cuando fuera para morir plácidamente abrazado a ella.
Y poco antes de partir, don Pedro se haría estas preguntas:
“¿Habrá justicia en el más allá…?” “¿No será ciega y coja como la que se aplica aquí…?”, “¿No caminará en silla de ruedas como lo hace aquí…?”. Y finalmente se fue confiando en la Justicia Divina.
Sin embargo, don Pedro no contaba con el apoyo y respaldo de un gran abogado como lo es Arturo Rubio Ruiz, quien esgrimiendo los libros del Derecho y buscando enderezar los que considera torcidos e ilegales caminos de la justicia, se ha unido a la lucha emprendida por Juan Manuel Urquídez Rángel. Y eso ya marca una gran diferencia en ambos casos.
Sí, porque Juan Manuel Urquídez Rángel, dice haber sido engañado por Daniel Gallo y que por eso levantó su huelga de hambre en enero.
Y por su parte Arturo Rubio Ruiz, anuncia que se irá al amparo si el Congreso no responde a su solicitud de revisión sobre la situación de presunta ilegalidad de permanencia de Daniel Gallo como Presidente del Tribunal Superior de Justicia.
Aquí vale recordar que justamente en diciembre del año pasado el abogado Rubio Ruiz presentó ante el pleno del Congreso local una solicitud para que sea retirado de su cargo como Presidente Magistrado del Tribunal Superior de Justicia, Daniel Gallo Rodríguez.
Y tal vez les asista la razón a los quejosos cuando afirman que Daniel Gallo Rodríguez ha ejercido ilegalmente el encargo durante 11 años consecutivos, violando flagrantemente la Constitución del Estado.
Todo ello, mientras los diputados emulan al avestruz y tornan sus vagas intervenciones como la cagada de la paloma, que ni hiede ni apesta.
Más aún cuando hay casos en que la señora justicia esconde su cabeza y se pierde por esos laberintos de la inequidad y la parcialidad.
Y peor todavía cuando insertándose en una turbia mezcla de intereses mezquinos se oculta en los rincones del nepotismo y la impunidad despreciando el dolor de la pobreza, vistiéndose de soberbia, indiferencia e insensibilidad.
Cuestión de tiempo.