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Hoy es domingo, 24 de noviembre de 2024

Adiós al bombardero; fallece Gerd Müller

• La leyenda goleadora de la Bundesliga, ídolo del Bayern Múnich y campeón mundial con Alemania en 1974 murió a los 75 años

Adiós al bombardero; fallece Gerd Müller

Ciudad de Mexico.- Gerd Müller anotó dos goles en el partido del siglo en México 70, entre ambos hubo quince minutos de diferencia; hizo 365 goles en la Bundesliga, lo que lo hace el máximo anotador del futbol alemán, -Robert Lewandowski sigue en su cacería aunque con el respeto que le merece-. Fue tal su efecto que obtuvo dos botas de oro en Europa, hasta Lio Messi cuando rompió su récord de 85 goles en competencias europeas en 2013 le mandó una playera autografiada; levantó la copa del Mundo en su país en 1974; es el único que ha marcado en una final de Europa con su club, en una final de selecciones de Eurocopa y en una final de Copa del Mundo.

Gerd Müller ya no se acordó de nada. Diagnosticado con Alzheimer en 2015 pasó su último tiempo caminando en sueños, como si Morfeo se apoderara de él. Su esposa, Uschi Ebenbock, había revelado en noviembre que dormía todo el día, se nutría a base de papillas, pero en su cama y con los ojos cerrados, sin saber lo importante que fue para el futbol, llegó su fin. Gerd Müller dejó de existir a los 75 años después de estar el último lustro ingresado en una clínica en la que, sin dolor, fue cuidado hasta el fin.

Hasta hace unos meses lo llevaba a la heladería, lo notaba feliz, pero ahora con el coronavirus no se puede. Sé que no sufrió, pero no estaba bien, llegó al último de sus días durmiendo, sin abrir los ojos, si acaso en un lapso fugaz, entonces me alegro de las veces que me pudo mirar”, contó su esposa Uschi, recordando también cuando se conocieron en un bar en 1965, en un eclipse de miradas que no tuvo resistencia por el encanto de mente, palabra y melena larga con que se le acercó con cerveza en mano a conquistarla.

Müller nació en Bavaria en 1945 y fue apodado El Bombardero, aunque bien pudo ser nombrado Amo del Área. Alemania le debe la maquinaria ofensiva que le dio la Euro de 1972 y el Mundial de 1974, cuando bajo la tutela de Helmut Schön sólo importaba remitirse al marcador.

Müller cazaba al gol y era a la vez compañero fiel. Jugaba en atención de los movimientos que hiciera Uwe Seller, quien por mucho tiempo lo limitó como una sombra sin proyección. La pequeñez de Müller (1.76 centímetros, un pigmeo para ser alemán), le redimía cuando ganaba por aire a los defensas más voluminosos, mientras que por tierra se revolvía como una fiera en guardia. En fin, nadie podía concebirlo como alemán.

Era paticorto, aunque sus muslos parecieran dos troncos de cedro –medían 62 centímetros de diámetro cada uno–, como si disparara de ahí las bombas, por ello el sobrenombre, pero también fue la antítesis del futbol mundial: pesaba más de lo que medía.

Pocos reconocerían la magia de Müller y del equipo alemán porque acabaron con la retórica de Johan Cruyff y los holandeses del Mundial de 1974, precisamente con un gol a su usanza, en corto, cuando el centro de Bonhof le quedó retrasado y, en un breve espacio de campo, sin aspavientos y girando sobre su propio eje, la colocó en un rincón de las redes. Alemania, por acabar con el arte, se convirtió en enemigo común y Müller en una especie de comandante que no tenía gracia ni para festejar, tampoco vendía revistas como los demás a pesar de que anduvo a la moda con las patillas y el pelo largo y ningún niño emulaba ser como él en algún lugar que no fuera Alemania.

Fue la contraposición del delantero: rechoncho, bajo, aburrido, corría como si le pesaran los troncos de las piernas y, sin embargo, fue siempre letal, uno de los grandes deportistas de la historia.

Hizo más de 700 goles en su carrera, empezando en el Nordlingen y después con el Bayer Munich. Sepp Maier o el mismo Franz Beckenbauer no hubieran acrecentado su mitología sin la ayuda de sus goles, ellos mismos lo reconocen, “sin él, no éramos nada”. En la Bundesliga anotar un gol inverosímil, con la cadera, de punterazo, entre cuatro rivales, de espaldas o con los glúteos, se denominó 'hacer un müllern'.

No soportó alejarse del futbol competitivo, ése que le corría por las venas. En 1979 se fue a Estados Unidos, a Fort Lauderdale, a integrarse a la NASL. Terminó por deprimirse y agarró un afiladísimo alcoholismo tan rápido como cuando se movía en la cancha en una aceleración mortal. Con el licor ocurre que de la boca al hígado hay pocos segundos y Müller extrañaba seguir siendo El Bombardero. Quizá la bebida lo remitía a sus buenos recuerdos pero acabó con sus reflejos.

Pudo restablecerse siendo tajante consigo mismo, pero el daño era irreversible. Aún pudo ver que el estadio donde empezó en Nordlingen fue bautizado con su nombre, pero ésa es historia que no reconocería al final, el Alzheimer había reptado ya.

Su enfermedad no le permitió recordar sus goles, ni siquiera susurrándole una construcción perfecta de la imagen. Hay cosas que el lenguaje no puede reparar y el cerebro de un delantero es una de ellas, porque Müller veía el gol con anticipación, el área fue su jardín y divertirse con los defensas que lo menospreciaban, su pasatiempo. Su celebración de brincar con las dos manos en alto, será siempre el sello de su apellido y por supuesto, el gol.