• Los organizadores de Ámsterdam 1928, quisieron honrar el halo místico de los griegos para crear un pebetero que estuviera prendido durante las competencias, que duraron tres meses
CIUDAD DE MÉXICO.-Nadie reparó en apuntar el
nombre, será una de las grandes incógnitas de la historia del deporte. Aquel
que prendió un pebetero por primera vez para dar inicio a unos Juegos Olímpicos
no tiene registro. Lo que se sabe, es que no fue atleta, sino un empleado de la
compañía de gas KLM.
Los organizadores de Ámsterdam 1928 quisieron
honrar el halo místico de los griegos y se basaron en el fuego olímpico para
crear un pebetero que estuviera encendido durante las competencias. Para
tal tarea titánica, no había otra forma que llegar a un acuerdo con la compañía
de gas, puesto que los eventos durarían tres meses.
El sueño de aquel fuego eterno que ardía a las
puertas de Olimpia renacía en la era moderna desde la concepción del arquitecto
Jan Wils, cómplice del movimiento artístico De Stijl, que empleaba el
modernismo como un todo. Guió la construcción del estadio Olímpico y puso la
Marathontoren, una torre de 40 metros que tenía en la cúspide un pebetero. La
idea era también que se señalara a Ámsterdam como el sitio de los juegos para
que pudiera ser visto desde la lejanía.
La ceremonia de inauguración fue un desfile de
delegaciones con Grecia a la cabeza para recordar su lealtad al movimiento
olímpico y con Países Bajos a la retagurdia como anfitriones. En tal caso, no
hubo nada fuera del protocolo y fue una recepción sencilla y austera, debido a
que en los días previos, una parte de la población se opuso a las competencias
por creer que atentaban contra la religión.
Cerca de las seis de la tarde, cuando todos
estaban aletargados tras el desfile de los atletas, vino el momento mágico.
Países Bajos daba señales de su creatividad y avance visionario. El empleado de
gas se encontraba junto a una telaraña de tuberías que conectaban con un panel
principal de roscas para moderar el calor y la presión del gas. Los atletas no
sabían de esta nueva edición del fuego olímpico y se maravillaron junto a los
aficionados cuando se escuchó un zumbido, un hálito como de dragón que iluminó
el atardecer malva de Ámsterdam: el pebetero tradicionalista de los Juegos
había nacido.
El empleado de la compañía de gas, ignorado y escóndido
a los pies de la Marathontoren, calibró las llaves y entonces cerró la puerta
del control principal del fuego. Esa llama la apagaría otro trabajador tres
meses después. Lo que no se sabía es que, a partir de ese momento, el fuego
adquiría otro valor y nunca más dejaría de arder mientras existieran los Juegos
Olímpicos.