• Inspiracional. La preparación olímpica de dos corredores ingleses fue el tema para realizar una de las películas motivacionales más grandes de la historia
CIUDAD DE MÉXICO.-Durante aquel día en el Estadio de Colombes se habló de
humedad, de la pista, de las zapatillas, del campeón olímpico estadunidense
Charlie Paddock y de condiciones naturales adversas.
Nadie conversó de Harold Abrahams, un británico que un
mes antes había corrido los 100 metros planos por debajo de los 10 segundos,
pero al que no le fue reconocido tal mérito. En la competencia, Abrahams ganó
como si fuera encima de un carro de fuego, poema casi bíblico de William Blake.
Tampoco nadie reparó en Eric Liddell, un especialista en
velocidad y entregado a la religión protestante. Quedó tercero en los 200
metros lisos y desestimó competir en los 100 metros cuando se enteró que las
preliminares serían en domingo, día sagrado. Así que, en los 400 metros, cuenta
que cuando iba corriendo, recordaba que Dios lo había hecho veloz para cambiar
a los humanos desde la religión, pero, por lo pronto, ganaba una medalla de
oro.
Ambos, Abrahams y Lidell, inspiraron al escritor
Colin Wellan para recrear una historia de la preparación detrás de la medalla y
su relación como competidores que llevó al cine el director Hugh Hudson en la
célebre Carros
de Fuego, ganadora de 4 premios de la Academia en 1981.
Harold Abrahams fue un chico afortunado nacido en el seno
de una familia lituana enriquecida y que lo mandó a los mejores colegios
ingleses. Se hablaba de él siempre cargado con los mejores tonos debido a su
educación en Cambridge y a su empeño por ganar una medalla de oro. Fue a
competir a Amberes 1920, sin suerte, así que decidió contratar a un duro
entrenador -finalmente tenía el dinero- llamado Sam Mussabini que entre otros
ejercicios le tiraba papeles en el suelo que debían quedar clavados en los
tachones de sus zapatos.
Eric Lidell en cambio, nació en China, hijo de misioneros
protestantes escoceses. Pudo ser jugador de rugby pero tenía una facilidad
extraordinaria al correr. En la final de los 400 metros, con su novia Florence
en las tribunas, se exigió como nunca por sacar la medalla y conquistar un oro
incuestionable.
A los pocos años decidió dejar todo atrás. La herencia de
su religión era arrebatadora y le indujo a regresar a China, donde nació, para
emprender misiones religiosas.
Abrahams, por su parte, sufrió una lesión plantar que le
impedía correr a la velocidad competitiva para buscar asistir a los siguientes
Juegos Olímpicos. Decidió hacerse
periodista y de esa manera seguir ligado al deporte. Años después, en 1945, se
enteraría de la muerte de su amigo Eric Lidell, que nunca cesó en su empeño
religioso y a pesar de las advertencias por la invasión japonesa a China, no
salió del país hasta que fue capturado en un campo de concentración en Wixian,
donde sufrió un tumor cerebral que lo llevó a la muerte.
Los dos quedaron para siempre retratados en los Carros de
Fuego de Hugh Hudson junto a la música hipnótica de Vangelis,
todo un himno a la superioridad del cuerpo y la mente sobre las adversidades.