• Las narradoras mexicanas convierten la memoria y sus experiencias íntimas en la materia prima en sus novelas Yoga y coca y Memorias tullidas del paraíso
CIUDAD DE MÉXICO. La memoria como materia prima de la literatura, el
autor hurga en sus recuerdos para redefinir su identidad actual, comparte con
el lector sus experiencias íntimas; una especie de autoficción mezclada con
ficción pura que abreva de la biografía para reflexionar sobre el momento. Ésta
es una de las apuestas de las letras mexicanas contemporáneas.
Un ejemplo son las novelas más recientes de las escritoras Alejandra Maldonado (1975) e Ingrid
Solana (1980), Yoga y coca y Memorias tullidas
del paraíso, respectivamente, publicadas por Dharma Books, en las que
decidieron explorar las “escrituras del yo”; ese género que se narra en primera
persona y cuyo protagonista puede tener o no un nombre.
La memoria es un tema que se empieza a
elaborar desde distintos lugares, sobre todo a principios del siglo XX, con
novelas como En busca del tiempo perdido de Marcel Proust y
muchas teorías filosóficas, como la fenomenología, que piensa a la memoria como
un espacio de conocimiento. Es una manera de aproximarse al fenómeno del
tiempo”, comenta en entrevista Ingrid Solana.
La doctora en Letras por la UNAM agrega que, “a lo largo de la pasada
centuria, el género de la memoria es recurrente; incluso, varios políticos y
personajes importantes de la historia escriben sobre su vida y su legado”.
Para Alejandra Maldonado, la memoria “es una materia de reelaboración,
incluso para poder transitar el presente; nos situamos en la vida actual a
través del pasado. El ser humano vive de sus memorias; necesitamos hacer las
paces con nosotros mismos y editamos las memorias a conveniencia, por eso digo
que recordar es
volver a mentir”.
Solana aclara que su novela Memorias tullidas del paraíso trata
de darle la vuelta a esa heroicidad. “Yo pongo un personaje femenino, Artemisa,
que escribe sus memorias de una manera trunca, fallida, porque es joven y trata
de reconstruir su insignificante existencia, pues no es alguien importante, ni
siquiera una escritora”.
La también ensayista y poeta afirma que su protagonista es una muchacha
que escribe una tesis sobre fotografía y se interesa por el acervo fotográfico
del movimiento zapatista de Chiapas. “Trata de reconstruir la pedacería de su
memoria a través de una escritura íntima. Es un texto narrado en primera
persona, pero por un personaje inventado; es decir, sí hay un espejeo con mi
vida, pero la protagonista habla desde la ficción”.
Quien ha impartido clases en la UNAM, la Universidad Panamericana y el ITAM destaca que explora la memoria a través de las
fotografías. “Es diferente representar las historias a través de la escritura,
que de una fotografía. La primera se expresa a través del lenguaje y el
pensamiento; en cambio, en la fotografía hay una cámara y la mediación de una
máquina y el ojo del fotógrafo”.
La autora de Barrio Verbo (2014) y Notas
inauditas (2019) dice que entrega una historia sobre la búsqueda de la
identidad, independientemente de la edad. “Ésta se construye durante toda la
vida. No dejamos nunca de aprender, de perseguirnos. Escribir es jugar,
recordar, migrar. Cada vez que escribimos algo hay un viaje, como si
cambiáramos de piel”.
Maldonado, por su parte, detalla que Yoga y coca “es
ficción autobiográfica, es una novela realista basada en experiencias mías.
Nació como una colección de historias de mis ligues, desde que estaba
chiquilla; una revisión desde mi primer novio hasta que cumplí los 40 años,
cuando la sociedad te dice que ya caducaste. Es una novela de crecimiento”.
La egresada de Comunicación Audiovisual de la Universidad del Claustro
de Sor Juana acepta que “aunque cuando escribo sufro de un ensimismamiento
radical”, este libro podría ser “un retrato generacional de cómo vivimos el
amor y el sexo”.
La autora de Aburrida en Bouveret (2005) y Mis
noches salvajes (2016), crónicas que exploran sus nexos emocionales con la cocaína,
publicado tras diez años de silencio literario, indica que su reciente libro
“evidencia ese juego perverso del amor romántico que aún responde al modelo
patriarcal, en el que el varón toma la iniciativa”.