• El escritor francés, premio Princesa de Asturias de las Letras 2021, habla de su libro Yoga, en el que narra cómo esta disciplina lo guió en el conocimiento de su mundo interior
CIUDAD DE MÉXICO. ¿Qué es la magia si no aprender a leer el lenguaje secreto
de la vida?
La coincidencia casi para una novela: el tiempo y los pensamientos que
acompañan a un escritor entre el final de una ronda de entrevistas, en las que
deberá ahondar en su último libro publicado, Yoga, y el anuncio de
un reconocimiento por las obras acumuladas en toda una vida.
Ocurrió hace unos días. Él, Emmanuel
Carrère (1957), recibiendo el galardón. Nada menos que el Princesa de
Asturias de las Letras 2021. Pero, y horas antes de que le fuera anunciado el
premio, en una entrevista previamente acordada desde Madrid y en exclusiva,
conversé con él: Carrère, el gran Carrère…
El escritor francés, reconocido el miércoles pasado porque “sus libros
contribuyen al desenmascaramiento de la condición humana y diseccionan la
realidad de manera implacable”, según el jurado del Princesa de Asturias,
cuenta de manera paralela su experiencia al practicar el yoga durante 30 años y
la depresión profunda que lo llevó a permanecer cuatro meses en un hospital
siquiátrico. Pero también evoca el poder sanador de la poesía.
Ha tomado por sorpresa a todo el mundo
con Yoga. ¿Qué lo llevó a escribir este libro como una suerte de
diario que decidió compartir?
Hace más de 30 años que practico yoga y decidí que quizá tenía algo qué
decir al respecto. Para nada como un maestro, sino como un aprendiz asiduo.
Y empecé a escribir esto a la vez como una
suerte de diario intentando aportar algunas ideas y algunos recuerdos, porque
pienso que muchas personas hacen yoga sin saber exactamente qué es.
Es decir, hacen posturas y eso está muy bien,
porque es muy bueno para la salud y la calma, y está perfecto. Pero, sin duda,
el yoga es algo mucho más abundante y extenso, y de eso tenía ganas de hablar”.
Comienza por compartirnos su experiencia con
el yoga, su conocimiento a nivel físico y espiritual; pero también cómo se
asomó a los abismos que la precedieron y sucedieron.
Sí, porque si bien es cierto que el yoga es muy benéfico, también es que
no te protege contra las desdichas de la vida ni la enfermedad mental. Y
ocurrió que, al mismo tiempo que escribía este libro sobre el yoga, diversas
circunstancias generaron que cayera en una especie de depresión profunda y que
durante cuatro meses estuviera hospitalizado en un psiquiátrico. Entonces, me
dije que sería interesante contar todo esto en el mismo volumen.
Hemos visto libros de yoga que son de
desarrollo personal y que te aseguran que estarás feliz y armónico; pero hay
también momentos en la vida en los que uno no está ni feliz ni armonioso. Y que
si el yoga no lo toma en cuenta, entonces no es el yoga”.
Cuando lo leí, me pregunté si todas las
personas tenemos las herramientas para luchar contra los miedos, los abismos,
sus fantasmas. Me acordé de Una novela rusa y encontré una
conexión entre ambos libros: es inevitable buscar alguna práctica que pueda
salvarnos.
Me conmueve que cites ese libro, porque también es autobiográfico:
cuento un periodo de crisis. Y sí: de la misma forma es un descenso a los
infiernos, un clavado a todo eso que es aterrador de la existencia humana; y
también, afortunadamente, remonté y encontré que valía la pena narrarlo y
ponerlo en perspectiva del deseo que tenemos de estar más alineados, ser
mejores simplemente.
Porque el yoga sirve para eso: no solamente
para tener un cuerpo más escultural y una respiración más calmada; sirve para
estar más atentos a nosotros mismos y ante los demás, a ser más empáticos. Sí
es una gimnasia; pero, insisto, es algo más profundo, verdaderamente un camino
de vida”.
Hablando de lo físico, ¿hay algo que se
detiene, algo que se calla cuando el cuerpo está practicando yoga, algo que
puede cambiar?
Claro que puede cambiar, te puede cambiar; de cualquier forma, estamos
cambiando todo el tiempo. El yoga está ahí para acompañar el perpetuo
movimiento de la vida, pero de una manera mucho más flexible y exhaustiva al
volver los estados menos absolutos.
Es decir, si vas muy bien no está mal sentir
que en algún momento no estarás tan bien; pero, de la misma forma, te permite
saber que, cuando no estás bien, en algún momento vas a mejorar. El yoga no
solamente es una forma de acompañar la vida, es una forma de vivir. Insisto, no
es gimnasia, es el acompañamiento del cambio”.
En este momento, con la pandemia, la práctica
del yoga se ha vuelto muy popular. ¿Piensa que puede ayudar a cambiar el
contexto personal, política, socialmente hablando?
En principio, ahora que todos estamos en casa, contamos con mucho
espacio para practicar el yoga. En casa no puedes jugar rugby, pero sí yoga.
Ahora bien, ¿qué puede cambiar? No tengo idea, ¿usted lo sabe? (risas).
¿Cuál sería el electroshock del
alma contemporánea en este contexto?
Hay una frase de Hölderlin que dice: “ahí donde crece el peligro, crece
también lo que salva”. Mientras más nos encontremos en situaciones
catastróficas, más existe la posibilidad de bucear en la salvación; es lo que
podemos esperar.
Yo, como tengo un temperamento más pesimista,
no creo en la historia de la humanidad que llegará al fondo de la piscina y
dará un salto para impulsarse; me encantaría, pero no lo creo. Posiblemente de
forma individual cambiaremos un poco, un poquito”.
Eso me hace pensar en uno de los conceptos con
que arranca Yoga: el de “profundidad estratégica”, esa capacidad de
replegarse para evitar las amenazas y los peligros del exterior… Y, posiblemente,
hacer yoga como “profundidad estratégica” también sea resguardarnos o escapar
de nuestros propios fantasmas y de nosotros mismos…
¡Por supuesto! La de “profundamente estratégica” es una noción militar
de la construcción de un espacio, en el que podemos retroceder si nos hallamos
amenazados en nuestras fronteras.
“Si eso se traslada al terreno sicológico y personal, es muy importante
desarrollar una ‘profundidad estratégica’ para que resultemos poco afectados
por lo que ocurre al exterior. Las fronteras serían, literalmente, nuestra
piel, nuestra interfase con el mundo exterior, nuestro vínculo con el otro, con
lo de afuera. Pero ese espacio se construye”.
Nos cuenta también sobre los abismos que
atravesó. Para usted, el yoga ha sido el mejor medio para protegerse; pero,
¿podríamos decir que todo el mundo tiene su propio yoga interior?
¡Por supuesto! Yoga no es nada más la práctica de una gimnasia; puedes
tocar el piano y eso puede convertirse en tu yoga, puedes reparar tu moto y ése
es tu yoga… En realidad, puedes hacerlo todo y convertirlo en tu yoga.
La clave es hacerlo de forma asidua, continua
y confidente, y considerarlo como un vehículo que te conduce a tu camino. Eso
es el yoga: es más que la gimnasia, pero también es tu gimnasia”.
Es decir, la disciplina…
Pues sí, puede decirse. La constancia, hacer algo con amor y con
perseverancia…
Las dos constantes en la obra de Carrère son
la fascinación intelectual por la locura y, no precisamente con la fe, sino con
la vida espiritual. En El adversario o El reino,
podemos reconocer estas obsesiones que no sólo hacen deliciosa su obra, sino
redonda.
Qué gentil y qué placer que lo digas. Y ahí, regresando al concepto del
yoga, hablamos de la idea de poner una misma cuerda sobre dos caballos para
hacerlos caminar de forma acompasada.
Eso hace el yoga: trabaja con el cuerpo
elemental para alinear nuestra tendencia de ir hacia lo mejor y más abierto de
nosotros; pero también hacia nuestros abismos y nuestra locura. Todo eso ocurre
simultáneamente.
Por eso, en este libro intenté relatar lo poco
que sé de yoga a partir de una treintena de años de práctica; y, al mismo
tiempo, el paso por una depresión muy profunda que me condujo cuatro meses a un
hospital siquiátrico.
Todos tenemos un emisario terrible que nos cae
encima. Yo no estoy loco, pero entiendo de locura y creo que también puede ser
muy útil hablar de ello”.
Justamente, si queremos hablar de salud mental
debemos leer Yoga, porque es la mejor invitación a buscar dentro de
nosotros mismos…
Pues es lo que hacemos siempre, sobre todo aquellos que escribimos
libros. Generalmente, dentro de nosotros mismos encontramos cosas que no son
tan agradables. “Adentro” no es un lugar seguro. Y “uno mismo” no es muy buena
compañía.
Qué valentía para verlo pero, más aún, para
escribirlo…
No es que sea valentía, es que es muy complicado. Cuando hablas de una
depresión tan pesada como la que atravesé, no hay valentía particular al
nombrarla. No hay nada de vergonzoso, no es una mala acción. Simplemente, es
muy difícil describirlo porque, de entrada, no somos los mismos.
Ése que éramos a mitad de la depresión, ya no
se encuentra ahí; en su lugar hay alguien que te habla sin pausas y que ya no
está tan mal, que intenta alargar las palabras para describir una experiencia
que es terrible, que tiene algo de invisible y de indescriptible.
Lo que provoca que uno haga lo que puede, casi
a tientas, sirviéndose de recuerdos propios y ajenos para reconstruir y
describir el pozo en el que estuvo tantos meses y para el que no encuentra
palabras que lo describan.
Y eso es todo lo que tengo, de verdad lo
intenté”.
Precisamente, ¿qué ocurre con las palabras
cuando uno se encuentra en estado depresivo?
Desaparecen. No se tiene acceso a ellas. En un estado depresivo tal, uno
se vuelve incapaz de escribir. En un estado decaído, claro que puedes escribir.
Pero cuando uno está en ese otro estado que se denomina técnicamente “depresión
melancólica”, se encuentra completamente incapacitado para la escritura.
¿Cuál es la diferencia entre la nostalgia y la
melancolía?
Depende del sentido en el que entendamos el concepto de melancolía. Si
pensamos en el sentido siquiátrico, es un estado de profunda angustia y
ansiedad; no tiene nada que ver con el hecho de estar triste o nostálgico, en
el sentido de estados del alma, que puede ser un cielo azul o un cielo
atravesado por nubes un poco más grises.
La depresión melancólica es un cielo
completamente negro: no vemos más, no hay luz, ninguna luz; es más: ni siquiera
creemos que la luz pueda regresar. Es totalmente otra cosa”.
Y regresando a las palabras, ¿es por eso que
al final de su libro Yoga establece que sólo la poesía logra
hoy transmitirle algo? ¿Podemos esperar pronto un libro de poesía de Emmanuel
Carrère?
Ah, ¡cómo me encantaría! He pasado toda mi vida siendo lector de novelas
y siendo un extranjero de la poesía. Encontré que, en este estado de depresión,
en el que recibí varios electroshocks, hubo un efecto secundario:
la memoria se afectó también.
Y, justamente, por consejo de un amigo, y sólo
para ejercitar la memoria, comencé a leer mucha poesía, leer a Víctor Hugo y a
otros tantos...
Y el feliz efecto secundario de ello es que
empecé a amar la poesía. Tan así que hoy en día es mi lectura más asidua. Es
una cosa completamente nueva para mí”.
¿Puede salvarnos la poesía tanto como el yoga?
Sin duda alguna. Hay una frase, que es una suerte de proverbio medieval,
que dice: “cuando todo está envenenado, ya nada envenena”, todo depende de la
dosis.
La poesía puede ser un veneno o un remedio. O
un veneno y un remedio”.