El beneficio de la duda.
Quizás y pecando de ingenuidad
podríamos aventurar que los esfuerzos presidenciales por combatir la corrupción
están dando resultados satisfactorios. Pero por otro lado la desconfianza nos
obliga a llevar a nuestra mente el beneficio de la duda al saber de tanto
pútrido olor a descomposición que desde mucho antes invadió los pasillos
oficialistas, lo que por consecuencia nos hace pensar que pese a esos esfuerzos
y a esas declaraciones de Andrés Manuel López Obrador, ese olor a putrefacción,
aun impregna varias oficinas del sector público, y eso lo sabe el presidente.
¿Por qué? Simplemente porque no
creemos que todos esos miles y miles de funcionarios que hoy forman parte del
gabinete presidencial piensen y actúen igual que el presidente, de tal manera
que resulta fácil adivinar que alguno o varios de ellos a mitad del sexenio ya
han de estar anotados en la lista negra y de lo cual seguramente muy pronto
tendremos noticias.
Ahora bien, retornando al inicio
del tema, el propio Andrés Manuel López Obrador sabe que en los reclusorios, ni
están todos los que son, ni son todos los que están. Y aquí hago referencia a
que los responsables no únicamente son: Emilio Lozoya, Alonso Ancira, Rosario
Robles, Carlos Romero Deschamps y Genaro García Luna, sino que en esas depravaciones
donde algunos de ellos lavaron dinero, otros desviaron recursos públicos y
otros evadieron impuestos, cayendo en diversos actos de corrupción, hay y debe
haber muchísimos más, a quienes seguramente les siguen temblando las canillas.
Es muy cierto que con la llegada
de Santiago Nieto a la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) de la Secretaría
de Hacienda, trajo consigo la apertura de carpetas de investigación con las que
se busca cumplir con la promesa del presidente, terminar con la corrupción, lo
que dista mucho de ser realidad porque una cosa es minimizar y otra cosa es
terminar. Y menos se podrá terminar cuando ya han pasado varios meses desde que
cayeron a la cárcel los mencionados, y hasta la fecha nadie más ha pisado la
prisión, lo que nos hace pensar que solo fueron patadas de ahogado.
Claro, y hay que reconocer que hay ciertas
intenciones oficialistas que nos obliga a depositar mayor confianza en las
acciones emprendidas por un presidente, a creer y tener la certeza de que en la agenda Presidencial se torna
prioridad la búsqueda de la
transparencia, el combate a la corrupción, la rendición de cuentas, y
fundamentalmente creer que persiste la intención de atacar ese mal, casi
congénito, que a sus espaldas y como estigma maldito llevan más de 50 millones
de compatriotas, como lo es la pobreza.
Y por supuesto que aunado a lo
anterior a todos los mexicanos nos da aliciente y nos concede un poco de
tranquilidad pensar que ni la conspiración, ni la inmoralidad, ni el soborno,
ni el cohecho, ni la complicidad, ni el encubrimiento, ni la confabulación, ni
el absolutismo autoritario, despótico y dominante, ni mucho menos el abuso del
poder están integrados a la administración de Andrés Manuel López Obrador. Al
menos es lo que hasta ahora nos ha dado a entender, y es lo que nosotros hemos
creído.
Claro que son acuerdos y
determinaciones muy plausibles en los tiempos actuales cuando la perversidad y
el pillaje se habían acostumbrado a construir indestructibles y amurallados
nidos desde las administraciones públicas, mientras las leyes y la justicia se
pasaban de frente haciendo honor y reverencia a la impunidad mientras el pueblo
sufría las consecuencias de tanto desmán, de tanto abuso y de tanto
importamadrismo.
Porque ante todo, jamás debemos
olvidar que la tan cuestionada práctica de la corrupción, --esa piruja que se
contoneaba por todos los ámbitos administrativos, desde abajo hasta arriba--,
que de paso conlleva desde incertidumbre y angustia, hasta inseguridad y
violencia, son los nocivos efectos de la impunidad, no sus causas.
Y con el perdón hacia mis
inteligentes lectores aquí debo ser reiterativo al escribir que justamente es la impunidad la que hiere,
duele, lastima, y obliga a quien la sufre a sentir un amargo y vomitable sabor
a coraje y a desesperanza; y de paso, a cada uno nos deja imborrables
cicatrices de impotencia y una insana y turbia mezcla de sinsabores, y que
finalmente coloca al pueblo contra la pared, y lo conduce a su más cruel estado
de indefensión.
Por tanto, ya no es posible
seguir viviendo sumidos siempre en el
desasosiego, en la inquietud, en la incertidumbre, lesionados por el robo, por el saqueo de
aquellos malditos depredadores que
muchos de ellos incrustados en el cinismo y la desvergüenza aún se pasean por allí amparados por la sombra del frondoso árbol de la
impunidad y haciendo gala de sus fechorías como vulgares integrantes de la
delincuencia.
En síntesis, es lamentable saber
que la cobija de la corrupción ha sido lo suficiente extensa para alcanzar a
tapar tanto desmán, tanto exceso, y darnos cuenta del desorden y atropello
ocasionado por todos aquellos que
amparados en su efímero poder han incumplido los principios consagrados en
nuestra carta magna y han quebrantado acuerdos pactados con el pueblo de México,
infringiendo leyes, y quienes ya enfermos de tanto poder, han
ofendido a todo un pueblo que un día a
través de las urnas confiaron el ellos.
Por tanto, no es permisible que
los actos de virtud, de probidad, de moralidad y de honestidad a
que ha convocado Andrés Manuel López Obrador a donde están llamado a responder
y poner en práctica por todos sus
funcionarios, sean echados por la borda tras iniciada su administración Luego
entonces a poner todos, absolutamente todos, las barbas a remojar.
Porque, que los criminales son un
gran peligro para la sociedad y no deben andar por las calles cuando todos
sabemos que la indeseable pasarela que conduce a los centros penitenciaros no
está clausurada. Por el contrario, permanece en espera de que por ella desfile
un grueso grupo de aquellos que sin escrúpulos y por muchos años abusaron de la
confianza del pueblo y no solo le robaron su dinero, sino que hicieron escarnio
de su dignidad y de su orgullo al prohijar desorden, exceso, y abuso.
Todo eso mientras acá permanece
un pueblo, famélico, cansado, agobiado de humillaciones, sufriendo una pandemia, sediento de justicia
y harto de mentiras.
Y que quede claro: no importa que
mis reiterados comentarios reavivan las pequeñas llagas de aquellos que se
sienten aludidos, cuando la herida del pueblo
es mucho más grande y más profunda.
Cuestión de tiempo.