Impunidad y corrupción.
Debe ser satisfactorio para el
pueblo saber que ahora, todos quienes luchan por alcanzar un cargo público,
llevan implícito en su mente no caer en la tentación de la corrupción. Y menos
aún allá, en las altas esferas de la admiración pública desde donde hacen
esfuerzos por extirpar ese cáncer maldito que tanto daño ha causado a los
mexicanos, al grado de provocar la multiplicación de la pobreza.
Efectivamente, porque quiérase o
no, erradicar, o al menos poner un freno a la corrupción se antojaba algo muy
lejano, incluso como una tarea muy difícil, cuando la realidad es que era solo
cuestión de voluntad; y sobre todo que alguien se atreviera a poner el dedo en
la llaga, tal y como se ha venido haciendo –y hay que reconocerlo-- desde el
gobierno federal.
Y es que al igual que la
impunidad que tanto daño ha causado, durante siglos la corrupción se ha paseado
por los cuatro puntos cardinales de México arrastrando sin piedad un costal
lleno de maldad y perversión, y repartiendo a su paso negros nubarrones con
vientos cargados de desgracias, de tragedias y desaliento.
Tal y cual ha sucedió. Y los
resultados de esta insana mancuerna, han sido tan negativos que han ocasionado
la contaminación de los mares, agitando fuertemente las aguas de nuestros
océanos, provocando cruentos maremotos con tan graves consecuencias al tocar
tierra que juntos, impunidad y corrupción, han
acarreando más calamidades y más desgracias de las que ya nos ha traído
la naturaleza y la pandemia.
Y ambos, corrupción e impunidad,
han cohabitado siempre a la sombra de la sinrazón y el importamadrismo pariendo un triste binomio como lo es la
pobreza y la violencia. Y esos mismos negros ventarrones han acarreado crueles
catástrofes y grandes desastres, y ahora, en estos tiempos modernos, hasta
despiden fétidos olores a huachicol y a infladas urnas, repartiendo no
solamente cadáveres por doquier, sino
quemazones políticas. Y lo peor ha sido que luego de esa malsana y
rechazable fornicación entre impunidad y corrupción, ha surgido una maldita
silueta apocalíptica capaz de abortar diabólicos engendros, también dentro del
argot político.
Y ya después, esos pedazos de
fetos demoniacos habrían de llegar a tocar algunas puertas gubernamentales para
untar las manos de aquellos en los cuales, un día el ingenuo pueblo depositó su
voto y su confianza. Luego entonces, lo más cuestionable y sobre todo
lamentable de todo es que ese pestilente rincón del olvido, a donde han sido
relegados los cincuenta y tantos millones de pobres en México, ha sido, y sigue
siendo culpa de la corrupción y la impunidad, donde por supuesto llegaron a
incrustarse los malos gobernantes.
Con esto quiero decir que todo en
su conjunto ha sido el putrefacto resultado del desgobierno y el me importa
poco. Porque todo proviene de allí. De las fallas, de los desaciertos, del aquí
no pasa nada, mientras la pobreza aumenta y los malditos jinetes del
apocalipsis seguirán cargando con el dinero mal habido para transportarlo a esos espacios remotos a donde jamás podrá
escalar el pueblo.
Y aquí hay que reconocerlo. El
receptor de todo, lo es nada menos el pueblo, que entre penas y penas, y golpe
tras golpe que le han propinado, lo han obligado a aprender que la suma de uno
más uno son dos: pobreza y violencia. Porque pese a todo lo que se diga, a
estas alturas de la administración federal, no ha sido posible combatir ninguno
de estos dos fenómenos
Y porque justamente el pueblo se
ha dado cuenta que ni más ni menos allí, al interior de los gobiernos, ha
faltado táctica, estrategia, y cerebro. Como también el pueblo ha descubierto
que quienes han estado al frente de los gobiernos se han contagiado de la
impunidad y la corrupción, lo cual es comprobable cuando aquellos se inclinan
por las nocivas prácticas del compadrazgo, del amiguismo, y el nepotismo.
Como también ha observado que han
sobrado complacencias, que ha habido excesos, que se denotan privilegios,
favoritismos y predilecciones, cebando a los peces gordos, mientras por otro
lado siguen obligando a morir de inanición a los de abajo. Es decir, demasiadas
consideraciones para unos. Y muchos golpes para otros.
Por consecuencia, desde allí,
desde adentro de los gobiernos han emanado espectros lesivos que no solamente
están frenando el progreso, sino que están obligando al cometimiento de actos
antisociales. Es decir, con sus acciones negativas han sido los mismos
gobiernos quienes han coadyuvado para que el rico se haga más rico y el pobre
más pobre. Y con ello la lista de pobres se haga más extensa.
Sin embargo, está comprobado que
después se asustan hasta de la sombra de los monstruos que ellos mismos han
parido. La mayor prueba la tienen hoy en sus manos, al darnos cuentas que como papa caliente se ha tornado
insoportable frente a los dos grandes problemas como lo es la pobreza y la
violencia que, -a decir verdad- ya se
les salió de control.
Y aquí vale la pena hacer
referencia a otro dato importante, como lo son las facilidades que desde el
gobierno se ha otorgado y se sigue otorgando para el establecimiento de los
grandes consorcios comerciales. Mientras por el lado opuesto, han provocado la
desaparición de los pequeños comercios, lo que se antoja pues como una insana y
maldita conspiración dentro de un despreciable amasiato, con lo cual han
coadyuvado para la construcción de esos senderos por los cuales han conducido a
México a la desgracia.
Y esto lo dejan en claro los
fantasmales anuncios de: “se renta o se vende”, que ostentan miles de pequeños
establecimientos antes prósperos y de donde se alimentaban las familias. Y en
esa vorágine de fatalidades, los perdedores son, y siempre lo han sido, nada
menos que los más jodidos quienes ahí siguen derramando lágrimas al saber que lo único que tienen
asegurado, después de esto, es la muerte.
Y mientras eso ocurre, para mayor
burla y más desgracia, desde los altavoces de todos los gobiernos
hipócritamente se ufanan cubriéndose con
el estandarte de la democracia. Cuando es lo que menos les importa. Porque la democracia
lo es precisamente el pueblo. Y porque es a él, al pueblo, a quien se debe el
gobernante. Y porque es a él, al pueblo, a quien le asiste la soberanía y el
derecho. Lo que por consecuencia debería obligar a los gobernantes a tomarlo en
cuenta.
Y debe hacerlo antes de que el hartazgo rebase
los límites del pueblo, Y mucho antes de que agote su paciencia. Porque después será demasiado tarde. Cuestión de tiempo.