• El debate
En mi anterior entrega escribí
que sin temor a equivocarme, tanto Víctor Castro, como Pancho Pelayo, son
buenos candidatos. Y dije también, con plena certeza, que esta afirmación la
basaba yo en la aceptación popular que hasta hoy, y a solo unos días de
celebrarse el proceso electoral, han tenido ambos. Lo que usted, lector, no me
dejará mentir.
Y que quede claro, no cambiaré de
idea respecto a que por esta ocasión alguno de los dos habrá de ser el gobernador
de Baja California Sur. A menos que, tomando en consideración aquello de que
uno propone y Dios dispone, Él, determine otra cosa. Y aquí debo dejar muy en
claro que no se trata de que ellos sean los mejores, toda vez que entre el
resto de candidatos hay valiosas y valiosos elementos, con sobrada capacidad e
inteligencia.
Luego entonces he de decir que
hasta ahora lo único que distingue tanto a Pancho como a Víctor, es que, ya sea
por su carisma y derivado de los cargos que han ostentado, o bien por el gran
apoyo que reciben de los partidos que los proponen, ambos son quienes van a la
cabeza en las encuestas. Y eso es incuestionable.
Sin embargo, y aquí justamente
viene la crítica de hoy, esperando que ambos candidatos la hagan suya y sobre
todo la analicen. En cuya crítica, y derivado de los debates que entre las y
los candidatos a la gubernatura se han celebrado en las últimas fechas, por
esta ocasión me veo obligado a compartir la gran decepción del pueblo.
¿Por qué? Porque lamentablemente
en lo que debiera de ser una tribuna de propuestas, de compromisos, de
ofrecimientos, se está tornando en un lavadero público, donde cotidianamente
los mencionados tallan su ropa sucia y la de su familia, olvidando por tanto la
vieja sentencia de que la ropa sucia se lava en casa, y dejando por un lado lo
más importante como son las apremiantes demandas y necesidades del pueblo
Efectivamente. Enfrascados en esa
andanada de dimes y diretes donde solamente ha faltado que se líen a golpes, ha
escaseado la discreción y la seriedad y no ha tenido cabida ni la prudencia ni
la inteligencia. Y eso es mucho más lamentable en dos seres que presumiblemente
están ahí para responder a las expectativas de un pueblo como el nuestro,
inserto en un mundo de necesidades y por lo tanto, ávido de respuestas.
Y mientras aquellos se rasgan las
vestiduras arriba del cuadrilátero de los desafíos, los desquites, y las ansias
del poder, acá abajo está un pueblo sumido en el olvido y la frustración,
esperando con ansias la solución a sus problemas. Y cuyo pueblo sabe que no son
tiempos de permanecer expectante ante un encuentro de gladiadores sino que son
tiempos de unidad y solidaridad, porque solo así podrá enfrentar los retos que
le depara una crisis pandémica como la actual.
Digamos sin ambages, un pueblo
harto de falsas promesas, agobiado de incumplidos ofrecimientos y cansado de
sufrir hambre, desempleo, Coronavirus. Un pueblo que a cambio de todo,
solamente quiere pasear por sus calles en paz, en concordia con los demás y
sobre todo disfrutar de los bellos amaneceres y atardeceres, del sol, del mar,
de la suave brisa, y todo aquello que le brinda la naturaleza.
Así es señores candidatos. Tal
vez ustedes enfrascados en esa cruenta lucha de denostaciones y agravios, no
han siquiera analizado que en medio de esa funesta alharaca de alborotos y
discusiones ubican al principal elemento de sus preocupaciones como lo es el
pueblo y que será quien finalmente defina la suerte de ustedes.
Un pueblo que sumido en sus
desgracias y atragantándose sus penas, atento y calladamente los observa y los
escucha. Así es señores candidatos:
Acá, abajo, los pescadores. Esos
hombres de curtida piel que por años han ofrendado su vida al mar, y que ya
cansados de ser el sebo y la carnada de los intermediarios esperan
plácidamente arriba de sus endebles embarcaciones que un día los lleve consigo
ya sea alguno de los dioses del mar como lo son Poseidón o Neptuno.
O tal vez Glauco, este último considerado como el Dios marino de los pescadores
con poderes proféticos. Y todo, porque en ocasiones el mar embravecido no les
quiere entregar ni un pez para llevar a su mesa.
Más acá, los hombres del campo,
esos seres de rugosos rostros que por tantos años han regado sus áridas
parcelas con sudor y lágrimas, y que ya cansados de emitir sus gritos al
desértico llano, hoy solamente claman un poco de seguridad para sus campos
siniestrados y una semilla para tirar a la pepencha para ver si la suerte les
favorece con una espiga.
Allá los obreros, con sus dedos
cercenados por la irracional y eterna explotación del rico, con sus oídos
sordos por la opresión y con las retinas desprendidas por la ceguera de
gobiernos insensibles y corruptos líderes. Hombres que ya hastiados del abuso y
la explotación con la fatiga dibujada en cada surco de su rostro tras cada
faena dejan sus penas colgadas en los overoles del abuso y la esclavitud.
Ahí también los jóvenes, quienes
aun cuando anhelan la certeza de un mejor porvenir, ya no quieren seguir siendo
la promesa del futuro, sino la certeza del presente, y que pese a ser sabedores
de toda la rapiña, aún confían y son capaces de creer en alguna o alguno de los
candidatos, lo mismo que en Pancho, o Víctor, dibujando en sus rostros, –a
pesar de todo-- un mañana mejor para ellos.
Claro, sin descartar a las amas
de casa. Aquellas abnegadas mujeres que día con día y con un dejo de
lamentación en sus ojos y en sus labios se preguntan: ¿qué daré de comer hoy a
mis hijos? Y por supuesto, las mujeres en general, quienes piden a gritos mayor
seguridad para ellas, porque ya no quieren salir a las calles destilando el
miedo por cada poro de su piel.
En síntesis, si es que realmente
desean que la sociedad confié en ellos, --Víctor y Pancho--, ambos deben hacer
acopio de serenidad y aplomo, y evitar que les gane la excitación y el
apasionamiento.
En pocas palabras, deben actuar
con ecuanimidad, equidad, y moderación, lo que por ende, no les quitará ni
firmeza en el mando, ni seguridad en el actuar.
Cuestión de tiempo.