• Pancho Pelayo- Víctor Castro
No temo
equivocarme al decir que ambos, --y la aceptación popular que hasta estos días
antes del proceso electoral han tenido, no me dejará mentir--, tanto Víctor
Castro, como Pancho Pelayo, son buenos candidatos. Pero desgraciadamente, como
siempre sucede, los dos se han visto obligados al pago de favores de
compromisos partidistas, y con ello permitir lastres en candidaturas
subsecuentes, como son a las presidencias municipales, a las diputaciones, y a
otros cargos.
Y justamente en
la entrega de hoy, y tomando en cuenta mi preocupación y la del pueblo en
general por los aberrantes hechos registrados que durante varios trienios se ha
registrado en el Congreso del estado, haré alusión concreta a las diputaciones.
Luego entonces
empezaré diciendo que, de frente a lo ocurrido retiradamente en el Congreso,
dudo que esa nueva hornada de aspirantes a las diputaciones locales, habrán de
responder a las expectativas del pueblo, o en su caso dudo que lograrán limpiar
toda la podredumbre que desde aquellos tiempos ha alcanzado a enlodar los pisos
y las paredes de lo que debiera ser el orgullo para los sudcalifornianos en
materia de honorabilidad, soberanía y democracia.
Es decir, dudo
que puedan evitar que allí se vuelva a anidar el desgano, la incertidumbre, el
importamadrismo, y que de una vez por todas eviten que al interior del Congreso
se sigan tejiendo esas despreciables redes de corrupción insertas en cobros de
facturas, en untadas y cuotas de poder, a través de las cuales pudieron cobrar
los de antes y muchos antes, formando así parte del desenfreno, del pillaje,
del despilfarro, en ese oprobioso saqueo de nuestras exiguas arcas.
Porque, pese a
lo que puedan opinar los defensores de oficio que nunca faltan en casos como
estos, esa fue la práctica común en la sede del Congreso local, lo cual,
incluso, llegó a traspasar los sus muros, para de inmediato convertirse en
noticia de los medios masivos de comunicación y comidilla de las redes
sociales.
Y es que, por
ese maldito sendero de la corrupción no solamente galopan los jinetes del
apocalipsis, ni tampoco solamente los del “prian”, como reiteradamente acusan
quienes mucho antes jubilosos entonaban canciones priistas, como Alfredo Porras
Domínguez, y muchos otros que hoy se dan baños de pureza.
Así las cosas
que en lo oscurito o a plena luz sucedían en la máxima sede del estado mientras
la ignorancia y la pasividad del pueblo seguían siendo explotadas para elevarlo
a la máxima potencia y convertirlo –efectivamente- en el gran protagonista
durante las jolgorientas festividades de cada domingo electoral, donde –por
consecuencia-- en esa mesa de engaños, el pueblo se
convertía en el plato fuerte de los candidatos.
Entonces a esa
nueva hornada de legisladores hay que pedirles que tampoco hagan como lo
hicieron los otros. Que, tal como lo hacen los cobardes antes de
desertar, la gran mayoría de los diputados y las diputadas se
dedicaron a matar el tiempo en pueriles Exhortos e Invitaciones; lo
mismo que en Decretos Paupérrimos, en Inconsistentes Puntos de Acuerdo y en Iniciativas
triviales, mientras que inmersos en discusiones bizantinas, y en pláticas
carentes de argumentos, de análisis y de juicio, dejaron traslucir su escaso
conocimiento en el debate de las ideas, de los acuerdos de altura, y que por
culpa de ellos y ellas, el pueblo siguió como
siempre, sumido en la indefensión, en la desconfianza, en la
desgracia.
Porque así fue
cuando martes con jueves y jueves con martes, con su índice en alto, se
dedicaron a profanar la honorabilidad de un recinto erigido en aras de la
libertad, de la soberanía, de la pluralidad, de la democracia; y con esa uña de
su índice en alto, fueron capaces de rasgar la cúpula parlamentaria de la
libertad, de la legalidad, y de la libre expresión de las ideas.
Y es que,
veletas al fin, con principios ideológicos indefinidos e insertos en intereses
obscuros, bastardos y mezquinos, cayeron en la inercia, en la holganza, y con
poses de diva, convirtieron la máxima tribuna del estado en la pasarela de los
reflectores, del exhibicionismo, del culto a la personalidad, de los elogios
mutuos; y al fin, proclives al protagonismo, a la improvisación, a la ovación y
al aplauso, desdeñaron los más nobles sentimientos de la sociedad y jamás
defendieron ni los ideales, ni las necesidades prioritarias del pueblo.
Por el
contrario, fueron perversos, apáticos e Indolentes, y tras el
proceso electoral respectivo, ya una vez sentados en la curul de la suerte, del
fuero, el ocio y la dieta, se cubrieron con la coraza de la arrogancia, de la
presunción, de la soberbia. Y fue entonces que con argumentos pobres y sin
fundamento, hicieron de la tribuna el reducto del discurso veleidoso y el
confín de la oratoria ficticia, convirtiéndose en cómplices del desaseo y en
protectores de la corrupción.
Es lamentable
decirlo pero los diputados y las diputadas nunca demostraron la reciedumbre, el
vigor, la fuerza y el coraje para debatir; fueron más bien comprensivos,
conciliadores, cordiales y muy tolerantes al perdonar el despilfarro, el abuso,
el cinismo, el robo y la perversidad de aquellos que en su momento saquearon
las arcas de todas las administraciones municipales, y que de paso, se mofaron
del pueblo, lo que también llegó a ser noticia común y comidilla de las redes
sociales.
Y que quede muy
claro respecto a lo que hoy escribo. Al igual que el pueblo, no estoy centrado
en una obsesión. Y por tanto no estoy pidiendo que esos que vendrán a ocupar
las curules sean un dechado de virtudes, de honestidad e inteligencia y que
constituyan lo mejor en la historia de las legislaturas. Sino que más bien
estoy inmerso en una preocupación: mi pueblo. Ese pueblo que estoicamente ha
soportado la pobreza, el hambre y la Pandemia.
Ese pueblo al
que hoy, --ustedes que como candidatos se pasean al filo de la navaja entre la
posibilidad del triunfo y el riesgo de la derrota--, nuevamente convocan con
desesperación para una vez más convertirlo en el centro de atracción, aunque
después, --como siempre sucede--, se olviden de él.
Pero que conste.
Lo único que el pueblo jamás hará, será inclinar la cerviz ni ponerse de
rodillas como lo pretenden demostrar algunos humillantes spots para ganar votos
y adeptos. Por el contrario, aun cuando los golpes sean cada vez más duros y
caminemos por oscuros senderos, seguiremos con la frente en alto, con la firme
esperanza de encontrar esa anhelada luz al otro lado del túnel.
Cuestión de
tiempo.