• El importe depende del punto de origen y hasta dónde hay que llevarlos, además de si se paga un seguro. "Te cruzo porque te cruzo", ofrecen 'polleros'.
Ciudad de Mexico.- En el auricular alguien empeña su palabra: “¡Te cruzo
porque te cruzo!”. Es su oferta para cerrar un negocio donde
la desesperación y el anhelo de su interlocutor, juega a su favor. Sus
servicios son vitales.
Consciente de ese
poder, el coyote presenta las opciones: siete mil, diez mil,
15 mil, 18 mil dólares por asegurar el “brinco”. Esas cifras alcanzan al año,
de acuerdo con cálculos conservadores de diversas fuentes, una ganancia de casi
7 mil millones de dólares para los traficantes de personas en el mundo.
El pago incluye
una suerte de seguro entre la incertidumbre en el trato. Los polleros le
llaman “clave” y es una cuota que cubre –aseguran— las extorsiones para autoridades
de los países de origen, tránsito y destino, y la “protección” para no ser
víctimas del crimen organizado. Costearla puede ser la diferencia para llegar
vivo a Estados Unidos.
Los coyotes o polleros reciben
desde hace mucho estos motes. Son quienes pasan de un lado de la frontera al
otro a miles de migrantes sin documentos.
Con el correr de
los años han dejado de ser meros facilitadores que se apostaban en ciertos
puntos fronterizos para cruzar a los migrantes, y ahora integran complejas
redes de tráfico de personas que operan en México, Estados Unidos, Centro y
Sudamérica, con ganancias cuantiosas. Fuentes oficiales confirman que son
aliados o empleados de bandas del crimen organizado.
Para este negocio
nacionalidad es destino. Entre más distante de Estados Unidos se haya nacido,
llegar a esa tierra implica mayor costo, riesgo y sacrificio.
Los importes se
establecen también a partir del destino final que busquen los migrantes y del
nivel de “seguridad” que estén dispuestos a contratar, revelan algunos coyotes que
aceptaron hablar con este diario bajo condición de anonimato.
“Son variables
(los precios). Depende dónde esté y hasta dónde hay que llevarlo. Si vas, por
ejemplo, a Los Ángeles son 7 mil 500 dólares para un mexicano; 8 mil al de
Guatemala; a los de Nicaragua, 13 mil; y a los de Honduras, 12 mil. Con los
salvadoreños depende hasta dónde hay que subirlo; si sólo quiere el brinco, son
13 mil. A alguien de (República) Dominicana, 16 mil”, explica uno.
Uno más certifica:
“Debo garantizar el brinco. No puedo aventar a la gente y decirle: ‘vete a tu
suerte y si no lo logras no es mi problema’. Tengo que asegurar que crucen y
lleguen, para eso es la ‘clave’, y si no lo logran debo pagar por nuevas
‘claves’ y eso no es redituable. Mi interés es que peguen a la primera. Se les
cobra una parte al hacer el trato, entre 500 y mil dólares; y deben liquidar al
llegar a su destino”.
En contraparte a
las cifras de polleros, la Oficina de las Naciones Unidas contra la
Droga y el Delito señala que los migrantes pagan entre 2 mil y 10 mil dólares,
según su lugar de origen, aunque otras estimaciones apuntan que las cifras
pueden alcanzan los 18 mil dólares.
En las dos
principales rutas de migración irregular del mundo: de África oriental,
septentrional y occidental hacia Europa, y de América del Sur, Central y el sur
de México hacia Norteamérica, esta actividad, señala esa Oficina, genera
anualmente al menos 6 mil 750 millones de dólares.
Los polleros
aprovechan la urgencia de miles de migrantes quienes sólo tienen una opción
para cumplir el sueño americano. Para ellos es un deber llegar. Lo necesitan
para ganar los dólares que les permitan no sólo para enviar remesas a sus
familias, sino liquidar el adeudo que adquieren para emprender la travesía.
Hipotecan o empeñan lo poco que tienen, se endeudan por años –con el banco o
las pandillas—, hacen promesas y hasta arriesgan la integridad de su familia
para conseguirlo.
El migrante
arriesga siempre porque ignora lo que le deparará el largo camino, si con quien
está empeñando su futuro lo ayuda o lo engaña, hay tantas historias. El
convenio se basa en una promesa: el “brinco”, pero al final puede
no cumplirse esa garantía.
En una
investigación de 2020, la Secretaría de Gobernación establece: “Las redes de
tráfico se han modernizado y sofisticado, se ha dado un mayor traslape con los
grupos de narcotráfico y de trata de personas. Esto ha llevado a la
desaparición del ‘coyote amigo’, que ahora es más bien percibido
como una figura riesgosa, potencialmente violenta y que expone a los migrantes
a otros delitos. Sin embargo, el contexto actual hace de estas redes de tráfico
un mal necesario para muchas personas que buscan cruzar de manera irregular la
frontera hacia Estados Unidos”.
Estas redes no
están dispuestas a perder el negocio. Empeñan importantes sumas mensuales de
hasta 30 mil dólares “para altos mandos” de dependencias de seguridad y
migración de los países en los que se extiende el fenómeno, incluidas
estadunidenses. La cifra disminuye conforme lo hace la cadena de mando. Para
empleados que realizan trabajo en campo “la cuota para que se hagan de la vista
gorda” es de mil 500 dólares, asegura otro de los traficantes de personas.
A los polleros no
es fácil encontrarlos, aunque las comunidades de migrantes en Centroamérica lo
facilitan. Personas que los han contratado confirman que sus números
telefónicos o algún otro tipo de contacto (como redes sociales) son parte de la
nomenclatura de los pueblos de origen migratorio. Sus datos pasan de mano en
mano.
Ya en
conversaciones telefónicas, los coyotes insisten en asegurar su negocio, pero
no revelan rutas ni lugares de entrada a Estados Unidos. Sólo puntos de
encuentro, generalmente públicos como estaciones de autobuses, parques o
estacionamientos de tiendas de autoservicio. Es ahí donde se hace la
transacción.
“Podemos ir por
ellos hasta su país, verlos a medio camino o en la frontera. El pago incluye
transporte y tres oportunidades para brincar. Si la migra los regresa una
tercera ocasión, se les cobra mil dólares extra por cada nuevo intento”. Son
las reglas, explica uno de ellos.
Para el migrante
el miedo es permanente a lo largo del viaje. No hay certeza ni del transporte:
se usan autobuses, camiones de carga, autos tipo Urvan para los traslados. Será
un trayecto en condiciones de hacinamiento: regularmente van apretujados y
hasta parados en largos trayectos carreteros de 12 o 15 horas. El oxígeno falta
y en no pocas ocasiones ese hacinamiento ha provocado tragedias. Trailers llenos
con migrantes ahogados o accidentes de autos sobrecargados son habituales
noticias regionales.
En ocasiones, la
clandestinidad del viaje no les permiten bajar ni a orinar. Quien no resiste,
tiene que hacerlo en algún rincón del vehículo. Un olor fétido penetra por la
nariz durante horas y se impregna hasta en la piel, recuerda Enrique, un
centroamericano que logró llegar al norte hace unos meses.
“No puedes estar
tranquilo. En México hay severos peligros y la ‘clave’ es sólo una apuesta. Un
compañero la pagó y de todos modos lo secuestraron, hasta que la familia pagó
rescate. Ni cuando pasas a Estados Unidos te relajas. Acá también hay peligros:
te traen en carros con exceso de gente a alta velocidad; a otros los mandan en
tren, montados por horas en compartimentos inferiores, con el riesgo de caer
alas vías; unos más en lanchas sobrecargadas”.
Tras varios meses
en Estados Unidos, este centroamericano detectó a lo que define como una trampa
más de los traficantes de personas por el nivel de peligro que podría suscitar
para los migrantes y sus familias.
“Se quedan con la
dirección (a la que se llega en territorio estadunidense). Les pagas hasta el
final. Al hacer el trato pensé que era una especie de garantía, no pagar todo
hasta que no llegara, ahora que lo pienso, es un riesgo”. Por esto, prefiere
ser llamado Enrique y no revelar su identidad ni el condado donde vive.
La cantidad de
cruces al día es variable. Uno de los coyotes alardea de su
habilidad en la trata de personas: 10 migrantes en unas horas. Hace cuentas
rápidas, la ganancia será sustanciosa. La casa no puede perder.