En privado
C. Lic. Andrés Manuel López Obrador.
Presidente de México:
Con esta segunda misiva y
a tres años de su administración, señor presidente, he de decirle lo siguiente:
que la sociedad mexicana en general ha estado más atenta que antes en el
desempeño de su trabajo. Y usted sabe por qué.
Primero, porque nadie se había comprometido, como lo hizo usted, a
destruir las perversas redes de corruptelas que durante tantos años fueron
tejiendo los gobiernos incrustados en la práctica de la ilegalidad y desde el
sigilo de la perversidad.
Segundo, porque ha demostrado suficiente serenidad y gran entereza
al recibir en sus manos esas herencias malditas que durante tantos sexenios
obligaron a parir más pobres para que construyeran los palacios de unos cuantos
ricos.
Tercero, porque sus manos
no tiemblan y asoma firmeza en su voz cuando, como parte de esos compromisos
usted se echó a cuestas la gran responsabilidad de abatir el terrible cáncer de
la impunidad, que mucho de parentesco tiene con la corrupción.
Entonces, es de
agradecerse su disposición, porque como ya se lo dije, la impunidad duele,
lastima; y conduce a quien la padece al más cruel estado de
indefensión. Por tanto, la impunidad produce un doloroso sentimiento de
impotencia a grado tal, que obliga al pueblo a la toma de la justicia por
propia mano. Y todo, señor presidente, porque desgraciadamente, por más que el
pueblo voltea su mirada a todos lados, no ve otra alternativa. Aun cuando corra el riesgo de convertirse
también en delincuente. Igual que aquellos que profesan la impunidad.
Y es que esos que profesan la Impunidad, han sido capaces de
profanar las tumbas de quienes ofrendaron su vida por darnos libertad y
escribir con su sangre nuestros sagrados principios constitucionales. Y de paso
se han burlado de las leyes, de la justicia y de quienes la aplican.
En síntesis, señor
presidente, usted no ignora que la impunidad disfruta de canonjías;
goza de prebendas, y le asiste el derecho a picaporte a la arbitrariedad, a la
ilegitimidad, al abuso, al exceso; y duerme el sueño de los justos en los
archivos del olvido. Mientras su castigo, gravita mucho más allá de lo
desconocido.
También, usted lo sabe AMLO que donde persiste la impunidad, hay
desconsuelo y malestar. Hay defecación y putrefacción. Lo mismo que corrupción.
Y tanto abuso y tanta pudrición, lo sabe usted, trae desencanto y acarrea
desconfianza para los integrantes de ese pueblo.
A todos. Y al igual que en la primera misiva, hoy también le
desglosaré esos lastimados sectores:
Las MUJERES, señor presidente, no pueden salir a la calle. Y cuando el
deber las obliga, salen con la pesada carga del miedo a sus espaldas. Sintiendo
muy cerca los pasos de la muerte. Y el horror las invade al ver sus ropas
ensangrentadas con la indiferencia de esos sistemas
insensibles que no han sabido o no han querido defenderlas. Mientras las otras,
señor presidente, aquellas que apenas empiezan a despuntar sus senos virginales
y andan en busca de trabajo, deben ser precavidas ante la exigencia del derecho a la pernada. Y ya por último, las amas de casa viven allí
mismo su infierno por la violencia que las propias leyes amparan bajo el sigilo
de la impunidad.
Los CAMPESINOS, señor
presidente, ya no tienen la fuerza de ayer para empujar el arado. Y ya
no tienen nada que sembrar. Solo les quedan esas semillas de ilusiones que hoy
están sembrando en los surcos de la esperanza. Esas esperanzas que usted les
brinda en cada nuevo amanecer. Porque ya están
cansados, muy cansados de regar con lágrimas los surcos de la indiferencia.
Cansados del desdén y la insensibilidad que emana desde las altas oficinas de
los recursos hidráulicos y de la Comisión para la Regularización de la Tenencia
de la Tierra, hoy flamante Instituto Nacional del Suelo Sustentable.
Así es señor presidente, ya están cansados de construir silos de
polvo, de viento, de sueños. Ya están hastiados de cosechar penas y de llegar a
su casa con su rostro marchito y su itacate repleto de hambre para compartirlo
con su vieja, sus hijos y sus nietos. Sí señor presidente, están hasta la madre
de ver sus manos vacías y callosas por las marcas imborrables del azadón y sin
una mazorca para desgranar. Cansados de caminar tanto detrás del buey, con sus
huaraches desgastados por esa árida tierra. Sedientos de justicia y enjugando
sus lágrimas en el silencio de su confidente y sucio pañuelo.
Los JÓVENES, señor López
Obrador, los aún rescatables, --porque los otros han muerto en el fuego cruzado
de las indiferentes balas del crimen organizado o la falta de oportunidades los
ha obligado a formarse en las filas de la delincuencia-- ya han hecho hondos
surcos en su ir y venir a las bibliotecas de la desesperanza, y sus pestañas se han quemado de tanto
fijar sus ojos en los libros del desprecio, de la soberbia y el importamadrismo
de aquellos que pasean sus regordetes cuerpos en las viandas del placer, la
lujuria y el despilfarro.
Cansados de pasear
pergaminos, diplomas, reconocimientos, doctorados y posgrados, y con el coraje
más arriba de su cabeza cuando saben que solo les asiste el derecho al
subempleo mientras los intereses políticos bastardos se reparten el botín entre
asnos e ignorantes para que ocupen el lugar que les corresponde.
Los OBREROS, señor
presidente, --los que aún viven porque los demás ya reposan en el olvido de las fosas comunes-- están cansados. Muy cansados de hacer
vallas a la simulación, y aplaudir a la hipocresía. De saberse y sentirse los
acarreados; de ser el plato fuerte para los políticos en aquellos domingos
electorales; y ya están horrorizados de ver sus dedos cercenados en la
guillotina del potentado; de traer los bolsillos de
sus overoles llenos de deudas y de sentir su ceguera provocada por el acetileno
del magnate. Y no es el raquítico sueldo lo que les duele. No. Lo que más les
duele es la indiferencia, la marginación y el desprecio.
Por eso el agradecimiento generalizado. Más aun de los VIEJOS.
Esos viejos que hoy por fin están cosechando algún fruto de tantas parcelas
regadas con sudor y sangre. Porque los años no solo cansan, también duelen
señor presidente. Porque los años se convierten en soledad, en desprecio. Y la
vejez, señor presidente, pareciera que encierra todos los males.
Luego entonces, tiene mucho de parecido a la impunidad. Porque
igual duele, hiere, y lastima.