• Traidor
A veces es tan fuerte el
egocentrismo y tan penetrante la soberbia, que, pese a las tantas sentencias
que subsisten aquí en la tierra y más allá del cosmos, hay seres
humanos que se resisten a ceder ante la humildad y la modestia. Es el caso
concreto de muchos políticos, quienes incluso, con el paso del tiempo se
construyen una casa de cristal para encerrarse en ella por tiempo indefinido.
Y una vez encerrados bajo mil
candados en esa casa de cristal, su vista se vuelve tan corta que no alcanzan a
vislumbrar que a su alrededor existe mucha más gente de la que piensan y a la
cual un día volverán a necesitar, --que es el caso concreto al que hoy haré
referencia--, y además, se torna tan fuerte su egoísmo a grado tal, que hasta
se olvidan que el mundo sigue girando y por consecuencia, como dicen por allí:
“el mundo da vueltas”.
En efecto, de estos seres
arrepentidos hay muchos que deambulan por allí, --por estas nuestras
polvorientas calles--, y quienes a cambio de sencillez, optan por ir
cargando esos pesados bultos de la presunción. Hasta que al paso del tiempo se
dan cuenta de su error, y a sabiendas de que es demasiado tarde, es entonces
cuando ya no les queda más remedio que emitir largos gimoteos, y sentarse a
lloriquear.
Sí, efectivamente. Este es el
caso concreto y muy preciso de Ricardo Barroso Agramont. Aquel tipo de
pronunciada barba y dueño de la perorata, quien soñando con ser gobernador, una
vez voló alto, muy alto. Y derivado de tanto envanecimiento que registró allá,
--en la inmensidad de las alturas--, finalmente se desvaneció, y ya desinflado,
hubo de estrellarse estrepitosamente contra el suelo.
Digamos, se trata de un individuo
que ya subido en las nubes se olvidó completamente no solamente de la marcada
diferencia que existe entre esas invisibles energías que brotan del Karma y del
Dharma, sino inclusive, habría de menospreciar y dejar de
lado la existencia tangible del Efecto bumerang. Y enseguida, Ricardo Barroso
Agramont, iría más allá cuando su arrogancia no le
permitiría asimilar aquella vieja sentencia que reza: “quien al cielo escupe,
en su cara le cae la saliva”.
Y por supuesto que la mente de
Ricardo Barroso Agramont jamás registró aquello que el propio pueblo sentencia:
“la política es como una rueda de la fortuna”, donde se deja claramente
especificado lo que nada menos a él le está sucediendo: que en algunas veces se
está arriba, --como lo estuvo-- y en otras abajo, como lo está hoy.
Es justamente a causa de esa
soberbia y de esa presunción que este personaje trae metida hasta la medula de
sus huesos, lo que no le permite ahora pedir perdón a los sudcalifornianos por
tanto daño causado luego de haber sido cómplice de aquel duro golpe que junto
con su jefe Enrique Peña Nieto, y otros siniestros personajes que integraban
esa cofradía de la corrupción le asestaron a todo México, y en especial
a los sudcalifornianos, cuando este, sentado cómodamente en su
escaño, sin un dejo de preocupación y a pesar de saber el agravio, levantó su
grotesco dedo y votó a favor del aumento del IVA.
Y sin temor a equivocarme escribo
con todas sus letras que ha sido precisamente esa asociación de corruptos la
que hoy mantiene hundido a México y a los mexicanos, a grado tal que Incluso,
en su momento provocó que el Gobierno de Enrique Peña Nieto (2012-2018)
subestimara sus ingresos, cayendo por tanto en un descomunal derroche de lo
cual ya tenemos sobrada información sobre todo de parte del ahora preso
exdirector de Pemex, Emilio Lozoya Austin, sin descartar las “untadas” de
millones de pesos que salían de la Secretaría de Hacienda rumbo al Congreso de
la Unión.
Y para ilustrar lo anterior, se
afirma que Peña Nieto gastó más de lo presupuestado, aumentando en 46 % la
deuda pública. Y lo peor es que de acuerdo a un estudio realizado por el
Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), la Administración de Peña
Nieto "no cumplió con el presupuesto estimado para su Gobierno y lo hizo
de manera sistemática a lo largo de los seis años". Reafirmándose que en
el informe "Las cuentas del sexenio pasado", se concluye que en seis
años el Gobierno de Peña Nieto gastó en total 1,8 billones de pesos,
adicionales a lo previsto originalmente en su Administración.
Pero retomando al personaje
local, he de decir que no me cabe la menor duda que es justamente ese efecto
Bumerang el que Ricardo Barroso Agramont está resintiendo en carne propia, y al
que por consecuencia hoy teme, de tal manera que durante esos recorridos que de
nuevo realiza en busca del voto, le resulta muy difícil poder sostener la
mirada a los ojos de la gente. Y no es para menos cuando sabe y tiene el
presentimiento de que los sudcalifornianos no están dispuestos a confiar
nuevamente en él.
Y es que frente a este siniestro
personaje, a los sudcalifornianos les asiste la razón de anteponer el beneficio
de la duda, simplemente porque: ¿quién diablos les asegura que Ricardo Barroso
Agramont ahora sí está siendo sincero y de que a través de esos discursos
vacíos ahora sí está diciendo la verdad? ¿Y quién les garantiza de que
nuevamente no les dará una puñalada por la espalda? Sobre todo tomando en
cuenta aquella otra vieja sentencia de que el que traiciona una vez, traiciona
siempre.
Sin embargo, concediendo un poco
de indulgencias a quien en mi entrega de hoy hago referencia, diré que –al fin
súbdito-- tal vez le asista la razón a Ricardo Barroso Agramont, pues muy
probablemente cuando fue senador, como lo hicieron otros tantos, se sintió
obligado a agachar la cabeza ante su Rey Enrique Peña Nieto.
Tal vez. Pero lamentablemente
Ricardo Barroso Agramont olvidó que los caracoles se arrastran en su sueño, y
por supuesto que no tomó en cuenta otros aspectos fundamentales y
que podrían ser que una cosa es agachar la cabeza, y otra muy
diferente es arrastrarse y de paso traicionar a todo un pueblo como en este
caso lo hizo con los sudcalifornianos, cuyo pueblo,
efectivamente, podría ser capaz de perdonar una traición, pero no de
olvidar.
Luego entonces, no basta con
reconocer que se equivocó. El pueblo, los sudcalifornianos, merecen una
disculpa.
Cuestión de tiempo.