• Tin Tan
Ciudad de Mexico.- “Para mí, tiene más
importancia mi actuación por lo que sirve para hacer que la gente se olvide por
un momento de sus preocupaciones diarias (que a veces son como para llorar un
año)” Tin
Tan en entrevista para la revista Fílmico de Nueva York en 1963
Su extenso nombre
ya advertía la clase de enredo verbal que lo convertiría en un dominador de “la
labia”. El acta de nacimiento especificaba que Germán Genaro Cipriano Gómez
Valdés Castillo vio la primera luz en la capital del país el 19 de septiembre
de 1915. Germán y familia se movieron a Ciudad Juárez, lo que lo aproximó a la
frontera, al inglés y a la colisión híbrida de la cultura en ambos costados de
“la línea”. Tenía 12 años y absorbió todo lo que no podía en los salones de
clase, que no fueron su fuerte. Fue barrendero y trabajó en una radiodifusora
pegando etiquetas, antes de tomar el micrófono como locutor con lo que ganó su
primer apodo: Topillo Tapas. La
radio lo hizo figura, condujo su propia emisión llamada El barco de la ilusión y
desarrolló las herramientas de lenguaje que lo pondrían en el set cinematográfico, las
disqueras o los estudios de doblaje. Más tarde también le dijeron La Chiva o El Pachuco de Oro, pero se
quedaría con el nombre inmortal de Tin
Tan, quizá, como decía en canciones y películas, porque en él “todo
es música”.
El corto y el gran
salto
Mientras muchos de
sus contemporáneos fueron perdiéndose con los años, Tin Tan es uno de los personajes
del cine mexicano más revalorado con el paso del tiempo. Autor sin crédito
del spanglish fílmico,
fue actor, imitador, locutor, genial improvisador, gesticulador grandilocuente
y, sin duda, estupendo cantante. Su lenguaje y modismos eran transgresores para
hablar de las trocas, las
chavalas, afirmar con silabarios, pedir la marmaja-cash, suplicando de a plis, coqueteando a las interminables darlings de su universo,
imponiendo el récord del actor que más mujeres besó para la pantalla grande.
Los estudios sobre el personaje y su cine pasan por el desparpajo que pretende
descifrar la raíz misma de la condición chicana y el establecimiento del spanglish como lengua de
frontera y fusión multicultural.
Germán Valdés
arrancó en el cine en 1943 con el cortometraje de Paco Miller ¡El que la traga la paga!, una
producción silente hecha entre amigos, rodada en formato de 8 milímetros en el
puerto de Tampico, con un socio que lo acompañaría siempre: Marcelo Chávez, es
decir, el Carnal Marcelo, estupendo
actor y músico, con quien haría giras internacionales y mucho cine, en
ocasiones como invitados especiales en trabajos como Mi campeón (Chano Urueta, 1951)
o Viaje a la Luna (Fernando
Cortés, 1963). También en 1943, realizó Hotel de verano, su primer largometraje, dirigido por René
Cardona.
En 1947 registró
sus primeras grabaciones para Columbia, donde lució su filin. Con una filmografía de
106 películas (contando sus muchas apariciones “especiales” en producciones de
calibre irregular), Germán es venerado sobre todo por sus colaboraciones con
Gilberto Martínez Solares, cineasta con quien filmó la mayoría de sus títulos
importantes, conformando un cuerpo histriónico con Wolf Ruvinskis, José René
Ruiz Martínez Tun-Tún, Fanni
Kaufman Vitola, Joaquín
García Borolas y el
también argumentista Juan García Peralvillo, así
como sus talentosos hermanos Ramón Valdés y Manuel Loco Valdés, quienes hicieron secundarios destacados,
además de forjar su propia carrera con gran éxito.
Sus películas
tienen todos los tintes, ritmos, absurdos y desmesuras en las piezas realizadas
por Martínez Solares, como Soy
charro de levita (1949), Chucho el Remendado (1949), Calabacitas tiernas (1949), El Bello Durmiente (1952), Lo que le pasó a Sansón (1955) y, desde luego, El Rey del barrio (Gilberto
Martínez Solares, 1949), un auténtico clásico del cine nacional, donde lidera
una banda de delincuentes sin ser capaz de robarse nada, pero se hace el duro
tomando rompope (“del fuerte”) o logrando carambolas. El Rey se hace pasar por pintor,
cantante y maestro de música, llegando a la audacia de romper “la cuarta
pared”, hablando directamente a cámara, es decir, al púbico, para disculpar al
ebrio Carnal Marcelo haciendo
de policía.
Tin Tan podía ser
padre e hijo en busca de gloria en la parodia La marca del Zorrillo (Gilberto Martínez Solares, 1949),
con espada y versada, con bruja majuja, ungüentos mágicos, cabalgatas
temerarias, duelo de espada de alta filigrana y besos aniquiladores de oxígeno
con la tímida belleza de la naciente estrella Silvia Pinal, incluyendo discurso
pacifista atolondrado: “Odio el derramamiento de sangre inútil… y también el
útil”. El actor era un manojo de acrobacias o bailes, con la espontaneidad
sumada del guion que se escribía en su mente. Esas erupciones de talento eran
alentadas por Gilberto Martínez Solares, quien, como bien consignó Rafael
Aviña, su biógrafo total ( Aquí
está su pachucote… ¡Noooo! Una biografía de Germán Valdés; Conaculta,
2010), “lo dejaba hacer”. Varias de las escenas perdurables del cómico
surgieron en uno de esos trances (y no por pacheco, que también lo era) por
aderezar el guion, lo que casi se extiende a sus doblajes memorables para
Disney en las cintas legendarias de Wolfgang Reitherman, Los aristogatos (1970) y El libro de la selva (1967),
donde hizo maravillas como el oso Baloo.
El cómico tuvo
particular presencia en escenas o tramas deportivas sacudido por trompones de
boxeo en ¡Ay amor… cómo me has
puesto! (Gilberto Martínez Solares, 1951), El revoltoso (Gilberto Martínez
Solares, 1951), y El sultán
descalzo (Gilberto Martínez Solares, 1956); mientras lanzó y bateó
en los diamantes beisboleros de No
me defiendas compadre (1949), y El mariachi desconocido (Tin Tan en La Habana, Gilberto Martínez
Solares, 1952); fue el tremendo pedalista Cleto García en El campeón ciclista (Fernando
Cortés, 1956); conductor temerario junto a Adalberto Martínez Resortes en Pilotos de la muerte (Chano
Urueta, 1961), y acompañó los clavados del campeón olímpico Joaquín Capilla
en ¡Paso a la juventud...! (Gilberto
Martínez Solares, 1958).
En la
música, Tin Tan grabó
en todos los géneros, con seriedad y con parodia, con adaptaciones melódicas y
juegos lingüísticos, colocando clásicas de campeonato como Bonita, de Luis Arcaraz; Piel canela, de Bobby Capo, y, desde
luego, Contigo, tema
cumbre del compositor y guitarrista notable Claudio Estrada; ese tema sirvió
para la célebre secuencia con borrachazo de grandes dimensiones coreográficas
en el citado cult film nacional El Rey del barrio, cuando canta a
Silvia Pinal en danza sin par subiendo y bajando escaleras en una vecindad,
desembuchando melódico y anímico mensaje de amor entonando “Tus besos se
llegaron a recrear, aquí en mi boca”…
Algo poco
apreciado o poco conocido es que Tin
Tan tuvo composiciones propias como Adela, El panadero (que
hoy usan cualquier cantidad de repartidores panaderos con equipos de sonido
ambulante en todo México), Prendan
su veladora, El hijo
pródigo y las geniales Cantando
en el baño y La nuez.
Hay dos temas vueltos de barrio por el cómico que siguen siendo muy
divertidos: La barca de oro,
original de Luis Martínez Serrano, y Ráscame aquí, su adaptación chusca de I Want to Hold Your Hand, de John
Lennon y Paul McCartney, que fue un gran éxito Beatle, puesto aquí como
ingeniosa relectura de conversión lírica que define muy bien su avezada
inventiva.
En La vida inédita de Tin Tan (Editorial Planeta, 2006), su hija,
Rosalía Valdés, hace canto, crónica y mito del personaje paterno; de la
estrella climática, de la figura que pudo trascender sus propios errores en un
lastimoso declive, haciendo de segundón a las órdenes de los héroes populares
del momento en el cómic y el ensogado como Chanoc y Blue Demon, pero que para
la posteridad será siempre El
Sultán descalzo, El Bello
Durmiente, Simbad el
Mareado o el Sansón al que le salen “perrillas” en lugar de perder
“los oclayos” cuando le cortan el pelo.
José Andrés Niquet
hizo un estupendo análisis del personaje y sus desmesuras verbales en el
libro Tin Tan y su trompabulario.
Germán Valdés, el genio y su ingenio (edición del autor y de Carlos
Martín Estrada Monroy, 2013). Y, como para los ídolos los mitos y mitotes son
prodigio de propagación volátil, a Tin
Tan lo acompañan misterios y chismes, como que se negara a ser
parte de la portada del álbum de The Beatles Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, como ícono “latino”; o
que dejó tesoros resguardados de material y riquezas en sus espacios de vida y
esparcimiento acapulqueño cual vil Capitán
Mantarraya (1970), película que dirigió como despedida del set (un proyecto que en
principio sería un cortometraje). La cinta tardó cuatro años en estrenarse
después de su rodaje, cuando se exhibió (en octubre de 1973), el cómico ya
había fallecido.
Descarriado y
enamorado, como la pasaba con Luis Aguilar en Locos peligrosos (Fernando Cortés, 1957), y viviendo dramas
de arrabal con buena cara en Las
aventuras de Pito Pérez (Juan Bustillo Oro, 1957), Tin Tan trascendió su tiempo
para continuar vigente, como si los calendarios hubieran añejado sus grandes
dotes en el celuloide, haciendo sólido su nicho de estrella perpetua.