• Jaime Mesa presenta el miércoles Resurrección, novela en donde retrata la otra cara del mal
CIUDAD DE MÉXICO.
Inspirado en Pedro
Páramo, de Juan Rulfo, y en Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro, el
escritor Jaime Mesa (Puebla, 1977) hizo su propia construcción de violencia y
muerte en Resurrección,
su más reciente novela, un ejercicio que se aleja de los estereotipos y
retrata la otra cara del mal.
Es la otra cara del mal, la réplica y la crítica a las
novelas del narcotráfico y de la violencia”, dijo a Excélsior el
autor que relata la historia de Dante Mier, un joven que llega al pueblo de San
Juan Bertulia, que es retratado como un paciente envejecido por la
quimioterapia, en busca de la historia de su padre, Ariel y de su abuelo,
Servando, conocido como “el jefe de jefes”, quien supuestamente aniquiló a 200
hombres con sus propias manos.
En Resurrección, que será presentada mañana a las 19:00
horas en el marco de la 34 Feria Internacional del Libro de Guadalajara,
acompañado de Mariana H y Antonio Ortuño, el autor revela los
dos lados de la violencia: el de la leyenda exaltada que
convierte al asesino en un héroe mítico y el de la inmediatez, que es relatado
por Ñañá, un personaje enigmático que adquiere propiedades casi chamánicas y
que es la única que ejerce el libre albedrío en la historia.
¿De dónde viene Ñañá?, se le pregunta a Mesa. “Es uno de los
personajes más raros e insospechados que jamás hubiera podido comprender.
Digamos que tiene dos nacimientos, uno intelectual y literario, y otro
entrañable, de mi familia. Ella representa a las mujeres de mi familia, a esas
mujeres que te adoptan y son depositarias de la memoria de una familia. Yo
necesitaba alguien que cuidara a Dante en su camino final y que fuera la
relatora última.
Ñañá es una suerte de Virgilio costeño y poderoso, es una
suerte de demonio que tiene el poder de dar maldiciones y de otorgar permisos
de muerte a los pobladores, es la unión entre mi infancia y La
Divina Comedia; y es quien me dio permiso de hacer todos los
experimentos narrativos, para contar las exageraciones, las leyendas. Ella me
dio permiso de hacer cambios temporales en la narrativa”, añadió.
¿Es la protagonista de la novela? “Ella tiene mucho poder y
su vida de 100 o 200 años ha cruzado las capas de lo temporal y lo espacial en
esa historia. Ella apareció como un fantasma real o una presencia que nació a
la par de la novela y se volvió definitiva, casi un protagonista oculto en la
historia. Además, es la única que hace lo que quiere, porque huyó de su familia
y de las normas sociales, cuando la iban a casar. Así que se fue y se volvió
poderosa. Digamos que no es una heroína que debe cumplir un ritual, sino que
pudo elegir su destino por la vía del libre albedrío. Ñañá es el personaje más
poderoso de la novela”.
En este registro narrativo, poblado de autodefensas, dealers y
halcones e historias de asesinatos en cada esquina del pueblo, Jaime Mesa se
inclinó por hacer un homenaje a Rulfo y Garro.
Al escribir la novela, tenía muy claro a Elena Garro y Los
recuerdos del porvenir, que es uno de los ejes rectores, y
a Pedro
Páramo, la novela que nos fundó en esta literatura. Incluso, el
capítulo final es un homenaje directo de la frase “Vine a Comala…”. Pero sí
quería tener un compromiso con Pedro Páramo y sí quería tender una distancia con
la novela actual de la violencia, para no repetir otra novela de balazos, sino
algo que las moviera y mostrar que en algunos casos están usando su literatura
para entretener”.
De tal suerte que, al escribir la novela, revisó las novelas
policiacas y determinó alejarse de ese género que se
alimenta del entretenimiento.
No quería contar los estereotipos en que se han convertido
esos personajes gracias a la ficción, a las series de televisión o a las
novelas, sino a contar lo que no sabemos de ellos, lo que no queremos nombrar
porque no deseamos ser empáticos ni asumirnos cómplices. Quizá porque es mucho
más fácil tenerles miedo y así evadimos esas zonas oscuras de la sociedad.
Esos personajes son representaciones de muchos problemas
sociales que existen aquí y a los que no tenemos que elogiar ni dedicarles
ningún rito… porque no se merecen nada. Entonces, el estado los margina y
nosotros también. Digamos que los buenos los aíslan porque son los malosos”,
explica.
¿Se trataba de revelar la otra cara de esos personajes
violentos?, se le cuestiona. “Yo no quería alabarlos ni hacerlos monstruos,
sino reflejarlos. No me interesaba hacer un registro ni volver a plantear los
mismos paradigmas que ya se han contado en la novela de la violencia, que son
repetitivos y muchas veces ya son construcciones para entretener, es decir, se
vuelven historias de balazos en lugar de ejercer la función crítica de explorar
qué está ocurriendo con esta condición humana. Es el lado “B” de la historia,
el lado que no solemos ver y la segunda capa de la realidad”.