• Falleció el notable escultor, grabador y padre de la numismática mexicana
CIUDAD DE MÉXICO.
Larga
vida y muerte súbita les deseaba Napoleón a sus mariscales, según lo relata Ricardo
Sodi. Como paradoja, Bonaparte tuvo vida corta y muerte larga. Esto lo hemos
recordado en este primer día en el que ya no está con nosotros Lorenzo Rafael
Gómez Bustamante. Qué bueno que nuestro fraterno amigo sí vivió largo y se
despidió sin aviso.
Lorenzo Rafael fue un artista
primordial. Todas las artes plásticas fueron incursionadas por su vena. La
pintura, el dibujo y el diseño. Gustaba de la arquitectura y tuvo participación
en ella. Pero sus grandes amores artísticos fueron la escultura y el grabado.
Muchas efigies de su creación hoy enorgullecen colecciones particulares y
espacios públicos. En ocasiones, vemos una estatua en un parque o plaza, sin
tener la plena consciencia de que su autor fue Lorenzo.
Así, también, sería llamado como
el padre de la numismática mexicana. Monedas y medallas, tanto de curso legal
como de conmemoración, premiación o condecoración fueron hechas por su mano y
en su taller. Recién fue homenajeado por la Sociedad Numismática Mexicana, que
preside Pablo Casas.
Nosotros, tan alejados de su
mundo artístico, no somos los más indicados para hablar de su excelencia
creativa. Eso lo veremos en diarios, revistas y libros que saldrán de las
plumas conocedoras y especializadas.
Pero lo que sí se nos da es
hablar del hombre y del amigo, porque lo tuvimos cerca y lo conocimos. Nuestro
encuentro fue en la cofradía de Los Pergaminos, que él presidió. Es ésta una
centenaria peña que agrupa a intelectuales, artistas, políticos, comunicadores
y literatos. Romero Apis fue presentado con Lorenzo por Juan Carlos Sánchez
Magallán. Rápidamente fue bienvenido y Lorenzo hasta lo invitó a ser el
vicepresidente de la misma.
Posteriormente, se incorporó
Pascal Beltrán del Río y se inició una fuerte amistad con otros cofrades que no
conocíamos y se reforzó con los ya conocidos.
Lorenzo el Magnífico, como lo
llamó Alejandro González Acosta, evocando al Medici, fue un gran hombre. Como
esposo, fue ejemplar, así como su esposa Stephanie, hoy mexicana de origen
irlandés. El día que ambos se conocieron se prometieron un amor eterno. Los dos
lo cumplieron.
Como padre, difícil es encontrar
a uno más protector, como un león, y más orgulloso sus hijos, como un tigre.
Además, ellos se lo merecen por sus propias y grandes cualidades. El más
cercano a nosotros ha sido Miguel, quien es de los jóvenes que ya nos acompañan
en Los Pergaminos, junto con Elías Romero Apis, este último incorporado a
propuesta de Salvador Riestra.
Como amigo, lo tuvimos y
disfrutamos. Lo seguimos teniendo y lo seguimos disfrutando. Fue un amigo
generoso, entusiasta y bondadoso. Fue un amigo invicto porque nunca fue vencido
por los grandes enemigos que siempre tiene la amistad. Ni por la envidia, ni
por celos, ni por la vanidad, ni por la intolerancia, ni por la ingratitud, ni
por el interés, ni por la desconfianza, ni por el rencor, ni por el odio. Fue
el amigo perfecto.
¡Qué bueno que lo tuvimos y que
fue nuestro amigo!, como muchos otros amigos perfectos que la vida nos ha
regalado, aun sin merecerlos.
Nuestros últimos encuentros
fueron muy espaciados, debido a la contingencia pandémica. Dos veces, en un
restaurante polanqueño. Otras dos veces, a invitación de Lorenzo. Dos más, a
invitación de Salvador Riestra en su casa y en su estudio. Y dos más, en casa
de José Elías. Total, ocho reuniones en 12 meses. Es cierto que no son pocas,
pero no nos alcanzaron.
Los 50 integrantes de su cofradía
estamos en pérdida por su ausencia. Como siempre, la muerte sigue siendo
invencible. Pero, de verdad, ¿qué es lo que realmente se lleva?, como diría San
Pablo. No se lleva el recuerdo, ni el amor, ni la obra, ni la virtud, ni el
alma, ni el regalo de su vida. Lo que se lleva la muerte no es nada en
comparación con lo que nos deja la vida.
Hoy, agradecemos a la vida lo que
nos dio juntos, pero no reprochamos a la muerte lo que nos quitó. Nos dio gusto
que nuestras vidas se hubieran cruzado y que lo hubiéramos aprovechado.
No sabemos si en el universo de
la amistad existe una doble cuenta, como sucede en el mundo de la contabilidad.
No sabemos si allí existan acreedores y deudores. Si haya amigos para cobrar lo
que otros les deben y amigos para pagar en lo que están endeudados. No creemos
que sea así. No creemos que, entre amigos, existan activos ni pasivos. No
suponemos que la amistad requiera de contadores ni de calculistas.
Pero si así no fuera y nosotros
estuviéramos equivocados, nos queda en claro que nuestra cuenta con nuestro
amigo ausente es una cuenta deudora. Que nosotros recibimos de él mucho más de
lo que él recibió de nosotros. Que él dio más y mejor que lo que nosotros le
dimos. Que nosotros nos hemos quedado más tiempo para recordarlo y para
preservar su recuerdo. Para hablar de él, como ahora, y para escribir sus
elegías, como ésta. Para contarle a todos que él fue mejor que nosotros.