• Expertos revelan diferencias y semejanzas entre el inframundo maya y el mexica durante la época prehispánica
CIUDAD DE MÉXICO.
Más
allá del Mictlán y del Xibalbá, los investigadores Eduardo Matos Moctezuma y Arturo
Gómez Martínez exploran las regiones del inframundo mexica y maya para revelar
la construcción del imaginario prehispánico en torno al más allá.
Me gustaría comenzar con el
aspecto de la dualidad y de la muerte, ya que estos pueblos observaban cómo a
lo largo del año había una temporada de secas, en que los árboles perdían su
verdor y no daban frutos, y otra de lluvias, la cual fertilizaba la tierra y
daba frutos. Así observaban una temporada de muerte y otra de vida”, dice
a Excélsior el
arqueólogo y antropólogo Eduardo Matos Moctezuma.
Esta dualidad es fundamental en
el México prehispánico, explica, porque llevó a los mexicas a establecer los
diferentes lugares a los que se irían después de la muerte, mientras que el
catolicismo planteó una idea de gloria, purgatorio y de infierno para quienes
cometieron una serie de malos actos o pecados.
Pero entre los mexicas el destino
de los muertos se deparaba según la manera en que se moría. Por ejemplo, si
alguien perdía la vida en combate o era capturado en la guerra para ser
sacrificado, su destino era acompañar al Sol, desde que nace por el oriente
hasta el mediodía”.
Y a partir del mediodía, el Sol
estaba destinado a las mujeres muertas en su primer parto, porque se
consideraba el parto como un combate o una guerra. “Es así como guerreros y
mujeres que perdían la vida eran destinadas a esa región del inframundo llamada
Tonátiuh Ilhuícac o Tonatiuhixco.
Según las crónicas antiguas,
estos guerreros eran los únicos que tenían garantizada su transformación en aves
de bello plumaje, como colibríes o mariposas, es decir, tenían garantizada su
continuidad de esa manera”, explica.
Pero había otras regiones o zonas del inframundo.
Por ejemplo, el Tlalocan o Paraíso del dios Tláloc, a donde iban hombres y
mujeres que morían por causas asociadas al agua, es decir, inundaciones,
ahogamientos y rayos. “Sahagún menciona que este era un lugar de verdor y de
constante verano en el que las plantas florecían”.
Un tercer lugar era el Chichihuacuauhco, “destinado
a los niños que habían muerto a temprana edad y los cuales sus esencias irían a
ese lugar donde había un árbol nodriza, con hojas que manaban leche, los seguía
alimentando hasta que los dioses decidían que volvieran a otro vientre materno
para ser paridos”.
Y un cuarto lugar era el Mictlán, al que deparaba
los que morían de cualquier otra manera, como enfermedades o accidentes. Y para
alcanzarlo había que superar ocho peligros o acechanzas (el chignahuapan, la
montaña de obsidiana, el viento helado, las montañas que chocan, donde se
flecha, sitio de fieras que devoran corazones, lugar de piedras y sitio de
banderas), en un viaje de cuatro años para llegar al Mictlán, donde yacían los
señores del inframundo, es decir, Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl.
Hay algo que se ha prestado a confusión y es que,
cuando un tlatoani moría, el gobernante máximo también iba al Mictlán. Pero
recordemos que el tlatoani era el gran capitán del ejército mexica y, por
tanto, le deparaba ir con el Sol como gran guerrero”.
¿No existía un Mictlán? “Los cronistas dejaron
claro en sus escritos que, hasta donde se sabía, no existió un Mictlán
generalizado”.
Por último, habla sobre el destino de los cuerpos:
“El guerrero era cremado y en caso de que hubiera muerto en una batalla lejos
de Tenochtitlan, los familiares hacían efigies de madera y las quemaban.
En cambio los que iban al Mictlán se hacía un bulto
mortuorio, se les ponía en cuclillas, eran envueltos en tela y se les echaba
agua para representar el líquido amniótico del alumbramiento”, agrega Matos
Moctezuma.
Y faltaría hablar de los 13 niveles celestes, pero
sería motivo de otro texto.
INFRAMUNDO MAYA
En la cultura maya Xibalbá era el inframundo, pero
tampoco era entendido bajo la conocida idea judeocristiana, asevera Arturo
Gómez Martínez, titular de Etnografía del Museo Nacional de Antropología, “sino
que era un estrato del universo y del cosmos integrado por cielo, tierra e
inframundo.
Xibalbá estaba interconectado por una ceiba sagrada
y sus raíces iban hacia el inframundo, mientras que el tronco estaba entre el
cielo y la tierra, y su copa iba orientada al lado celeste, donde habitaban las
deidades”.
De forma semejante al mundo mexica, el destino de
las almas dependía de los oficios y del tipo de muerte de cada una de las
personas.
Los guerreros también iban con el Sol, es decir, a
la casa de Kinich Ahau, mientras que los muertos por causas del agua, ahogados,
fulminados por rayos o enfermedades asociadas con el agua, como la gripe o
epidemias de granos, viajaban con el dios Chac.
También estaba la región de Ah Puch, el dios de la
muerte que estaba presente como tutelar de los difuntos, quien era guía del
inframundo. En tanto que los artistas eran recibidos por Ixchel, la diosa del
tejido, quien vivía en un estrato del cielo muy cerca del Sol.