• Enzia Verduchi sostiene que esta pandemia nos ha llevado a “un ejercicio de repensarnos como sociedad, como mundo. Buscar hacia dónde vamos.
Ciudad de México. Es un tiempo propicio para la poesía; es
importante leerla para sentir lo que somos, dice la poeta y editora Enzia
Verduchi, quien se adjudicó la Presea a la Excelencia Literaria 2020, otorgada
por la Agrupación para las Bellas Artes (Apalba), con sede en Sonora.
Es lo íntimo. La poesía es el reflejo de todo
nuestro amor, nuestras aspiraciones y nuestros temores, también. Cuando uno lee
a W. H. Auden y su poesía sobre la Segunda Guerra Mundial, o de Paul Celan, ves
que ellos pudieron expresar el miedo o el terror de una época, pero también la
esperanza. Ese es el trabajo de la poesía, dice la escritora a La Jornada.
Verduchi (Roma, 1967) menciona: si
preguntan de manera práctica ¿para qué sirve la poesía?, no sirve para mucho y
sirve para todo. Salva vidas, te reconecta, te hace sentir que eres humano
nuevamente, que hay algo ahí y te hace ver la dimensión del hombre en la
tierra.
La entrega del reconocimiento a la
trayectoria literaria, que han recibido poetas y narradores como Marco Antonio
Campos, Silvia Molina, Elsa Cross, Efraín Bartolomé, Vicente Quirarte y Minerva
Margarita Villarreal, se realizará el próximo viernes a las 13 horas a través
de la página de Apalba en Facebook.
Estoy muy sorprendida y al mismo tiempo
agradecida. La lista de los homenajeados a lo largo de los 12 años de la
asociación es impresionante. Estoy muy emocionada, refirió la autora del
poemario Nanof (2019).
Enzia Verduchi sostiene que esta pandemia nos
ha llevado a “un ejercicio de repensarnos como sociedad, como mundo. Buscar
hacia dónde vamos. En lo personal, me ha permitido leer mucho, como no lo hacía
hace años. Antes estaba muy preocupada trabajando en mi creación literaria y en
hacer libros. Leía por mi trabajo, pero ahora lo disfruto y tengo tiempo para
reflexionar sobre lo que estoy leyendo, y cruzar la información con otras
fuentes.
“En abril y mayo, yo me bloqueé. Estaba
aterrada. Me di cuenta de mi fragilidad como ser humano. Subía a ver la calle
desde la azotea y me decía ‘ahora mi único trabajo es sobrevivir, ver cómo hago
para no enfermarme y no enfermar a los míos’.”
En torno a Nanof, Verduchi
sostiene: “de alguna manera estoy haciendo lo que hizo Fernando Oresti Nanetti
(el protagonista del libro) en su momento: cuando lo recluyeron en el
siquiátrico empezó a hacer un libro de la vida tatuado en la pared, a contar
todo lo que sucedía en el hospital de Volterra e inventar una tabla periódica
de los elementos alterna. También hubo un acto creativo.
“Yo había trabajado mucho en ese libro, había
tratado de entender de todas las formas al personaje real, pero nunca me
imaginé que iba a pasarme algo parecido. Ahorita estoy escribiendo sobre este
asunto que tiene que ver con esa inmediatez, con este sistema completamente
desigual.
Hay un sector que tiene que seguir y no ha
parado durante la pandemia porque si no el mundo no se mueve. Hay que seguir
produciendo alimentos básicos. Existen quienes pueden resguardarse en su casa,
tienen Internet y pueden trabajar a través de una computadora; en cambio, otro
no cuenta con acceso para poder trabajar o tomar clases, a veces ni siquiera
con televisión. Esa es la gente que sigue moviendo al país, los que siguen en
el campo, pescando o están en los supermercados.
Menciona que en la actualidad el ritmo
del mundo va cambiando y te das cuenta que lo que para ciertas culturas se
había convertido en un problema que no sabían tratar, como la migración, de
pronto les hace ver su importancia, la de todos: todos somos importantes y
prescindibles al mismo tiempo.
Relata que ahora trabaja con el tema de las
migraciones. Tiene que ver con los sueños de los que migran a otras partes
y de los que se quedan. De alguna manera, los sueños de los que se quedan están
sustentados en los que se van, por ejemplo, a trabajar a Estados Unidos, o de
África a Europa. Es el asunto de los traslados, los sueños y el cruce y enriquecimiento
de culturas, de la experiencia de ser migrante.
Antes, menciona Verduchi, estábamos
preocupados por nosotros y nuestro pequeño círculo familiar, y de pronto esto
nos hace frenarnos y pensar en todos: si yo no me cuido, si no uso tapabocas,
si no me lavo las manos, la persona que viene del súper la puedo enfermar o me
puede ella enfermar. Es un trabajo de comunidad. Tenemos que volver a aprender
a convivir.
Además, hemos tenido que volver a
retomar algo que habíamos olvidado: la conversación. Estamos todo el día
encerrados y hemos tenido que volver a hablar, incluso con los nuestros. Creo
que es terrible lo que está pasando, pero también tiene un lado positivo: bajar
el ritmo, volver a comunicarse, a usar la palabra, a creer y darle su peso a la
palabra escrita y hablada.