• El historietista combinó magistralmente la ironía, la acidez y la ternura en su vasta obra como humorista; sus personajes eran personas normales y corrientes
BUENOS AIRES.- En 1963 apareció en Buenos Aires
un libro de humor gráfico cuyo autor era poco conocido fuera de un círculo
reducido de cultores del género. “Mundo Quino”, tal era su título, fue
el lanzamiento del dibujante argentino creador de la irreverente Mafalda y sus
amigos.
El historietista se catapultó a la fama con la niña
contestataria de seis años a la que dio vida en 1964. Sin embargo, su obra va
mucho más allá, tal como quedó patente en los libros de humor que produjo a lo
largo de su vida.
Quino, quien falleció al miércoles a los 88
años, combinó magistralmente la ironía, la acidez y la ternura en su
vasta obra como humorista.
Sus personajes eran personas normales y corrientes:
niños, amas de casa, empleados explotados por sus jefes, víctimas del absurdo,
el autoritarismo y sus propias limitaciones.
Cada chiste gráfico era una pequeña historia,
desopilante y a veces de una tristeza desgarradora.
¡Ufa! ¡Otra vez! ¡Te dije que de una semillita que
tu papá me puso en la barriguita!”, dice una mujer que parece tener 90 años a
otra que parece de 70.
Como dijo el humorista y crítico Miguel Brascó en
el prólogo de “Mundo Quino”, “Quino
dibuja pequeños y patéticos poemas sobre la especie humana”.
El espíritu crítico siempre impregnó su obra. “Es
increíble cómo el mundo repite siempre los mismos errores”, dijo al inaugurar
en 2014 la Feria del Libro de Buenos Aires.
Quino, más bien parco a la hora de hablar en
público, se consideró en esa ocasión un humorista “político” y señaló que
cuando dibujaba quería que el mundo “cambie para el lado bueno, el de los
Beatles, el de Lennon”.
Pero lamentablemente no fue así, porque el sistema
se ocupó de elevarlos y de hundirlos luego”, sostuvo.
La mirada crítica sobre el poder sobrevuela la obra
de este humorista. “Se ejerce en ámbitos que uno no se imagina. Siempre dibujé
restaurantes porque me parece un terreno político comparable con la sociedad:
la gente va queriendo comer, que es lo que quieren los pueblos, pero hay que
someterse a lo que te diga el chef, que no tienen, que no hay, que te lo hacen
mal... y encima hay que pagar”, dijo.
Mafalda, la niña de seis años que ama a los
Beatles, defiende los derechos humanos y odia la sopa, sigue siendo famosa en los países de habla
hispana y otros como Francia e Italia, donde se publicaron sus tiras, que han
sido reeditadas en numerosas ocasiones y traducidas a más de una docena de
idiomas.
Los personajes que la rodean, el materialista Manolito con sus sueños de llegar a ser “Roque
Féler”, Susanita que sólo piensa en casarse con un hombre rico y ser
madre (”¿Futuro perfecto de amar? ¡Hijitos!”), el apocado Felipe (“¿Justo a mí
me tenía que tocar ser como yo?”), el filosófico Miguelito (“Trabajar para
ganarse la vida está bien, pero por qué esa vida que uno se gana trabajando
tiene que desperdiciarla trabajando para ganarse la vida”) y la diminuta
rebelde Libertad (”¿Sacaste ya tu conclusión estúpida? Todo el mundo saca su
conclusión estúpida cuando me conoce”), representan a su vez las distintas
facetas del ser humano.
Mafalda llegó a Europa en 1969, al año siguiente
del Mayo Francés y otras grandes movilizaciones juveniles que sacudieron el
continente, en una edición italiana preparada y con prólogo de Umberto Eco.
Mafalda es un héroe de nuestro tiempo”, escribió el
semiólogo. “Y como nuestros hijos están a punto de convertirse, por elección
nuestra, en muchas Mafaldas, no es imprudente tratar a ésta con el respeto que
merece un personaje real”.
Con Mafalda y sus amigos, Quino pudo reflexionar
sobre el mundo de los adultos, la política, la economía, el racismo, la guerra
de Vietnam, Brigitte Bardot, los Beatles, los árabes e israelíes, las orquestas
o los sueños de una clase media argentina que mitiga sus tensiones con el
remedio “Nervocalm”. (“Estoy empezando a notar que juego un papel importante en
el metabolismo de esta familia”, reflexiona un farmacéutico en la tira).
En los 80 y nuevamente en los 90 se produjeron
varios episodios de Mafalda en dibujos animados que fueron difundidos en Italia
y Argentina. No tuvieron éxito en el país
de Quino, aunque repetían los mismos chistes y reflexiones que las tiras
gráficas, quizás porque el lector que ama a un personaje acaba por dotarlo en
su mente de una voz que nunca va a coincidir con la del dibujo animado.
Joaquín Lavado, o Quino como lo llamaba la familia
para distinguirlo de su tío Joaquín Tejón, un diseñador gráfico andaluz que
influyó decisivamente en el nacimiento de su vocación como dibujante, nació en
la provincia argentina de Mendoza el 17 de julio de 1932, en una familia de
inmigrantes españoles. A los 13 años ingresó en una escuela de bellas artes.
Pero en 1949, “cansado de dibujar ánforas y yesos”, la abandonó y se abocó a
formarse como dibujante de historietas de humor.
A los 18 años se trasladó a Buenos Aires en busca
de un editor dispuesto a publicar sus creaciones. Allí sufrió tres años de
penurias económicas antes de ver cómo se publicaba en 1954 su primera página en
el semanario “Esto es”, momento que definió como “el más feliz” de su vida.
Desde entonces comenzó a publicar en varios
medios. Con el tiempo, su trabajo fue reproducido por muchos diarios y
revistas de América Latina y Europa.
En 1960, cuando colaboraba con varias
publicaciones, se casó con Alicia Colombo.
Su primer libro recopilatorio de historietas
humorísticas, “Mundo Quino”, vio la luz en 1963, tras lo cual, gracias a
Brascó, recibió un encargo para dibujar unas páginas para la campaña de
publicidad de una empresa de electrodomésticos. Con ese fin creó el personaje
de Mafalda. La campaña no llegó a realizarse, pero Quino se quedó con algunas
tiras que le sirvieron años después.
Así, el 29 de septiembre de 1964, nació la pequeña
porteña en el semanario Primera Plana de Buenos Aires. Un año después el diario
El Mundo comenzó a publicar la tira de la niña que cuestiona al mundo adulto,
tras lo cual el personaje cruzó las fronteras argentinas para conquistar
América Latina y Europa.
La primera recopilación de tiras de Mafalda en un
libro apareció en 1966. La edición se agotó en dos días.
Quino dejó de dibujar la tira de su personaje más
conocido en 1973, cuando Mafalda se publicaba en el semanario “Siete días
ilustrados”. En la edición del 18 de junio de 1973, apareció Susanita para
decir: “Ustedes no digan nada que yo les dije, pero parece que por el preciso y
exacto lapso de un tiempito los lectores que estén hartos de nosotros van a
poder gozar de nuestra grata ausencia dentro de muy poco”.
Quino diría que se le habían agotado las ideas,
algo difícil de creer por tratarse de una imaginación tan fecunda como la suya,
y que seguiría produciendo humor gráfico del mejor por más de tres décadas. Tal
vez era un presagio de lo que se venía en la Argentina: el gobierno peronista,
con secuestros y asesinatos casi a diario, seguido por la feroz dictadura
militar de 1976-83.
Una tira de esos tiempos que se hizo célebre
muestra a Mafalda que señala el garrote de un policía y le dice a un
desconcertado Manolito: “Este es el palito de abollar ideologías”. Un grupo de
ultraderecha lo reprodujo en un cartel en el cual Manolito respondía: “Sí, Mafalda, por suerte para abollar ideologías foráneas y
contrarias a nuestro modo de vida occidental y cristiano”. El
cartel apareció junto a los cuerpos de tres sacerdotes y dos seminaristas
palotinos, asesinados por los militares en julio de 1976.
Decididamente, en esa Argentina no había lugar
para Mafalda y sus amigos.
Así se reconoció años después, en 2009, en la
inauguración de una estatua de Mafalda en el barrio porteño de San Telmo, cerca
de donde había vivido Quino. El humorista gráfico Hermenegildo Sábat dijo en la
ocasión que Quino perteneció a “una generación donde el humor fue perseguido y
encarcelado (...) cuando sonreír era una amenaza y reír abiertamente, un
peligro”.
La estatua de la niña contestataria sentada en un
banquito de plaza se ha convertido en un lugar de peregrinación, donde se forman largas filas para tomarse la
foto.
En 1976, año del último golpe militar en Argentina,
el autor se trasladó a Milán y continuó produciendo humor gráfico que se reunió
en colecciones de libros.
De ese año son “Yo que usted” y “¡No me grite!”, editados en México y Portugal. Otras
recopilaciones son “Ni arte ni parte” (1981), “Gente en su sitio” (1986),
“Potentes, prepotentes e impotentes” (1989), “Yo no fui” (1994), “La aventura
de comer” (2007) y “¿Quién anda ahí?” (2012).
Sin embargo, el interés por la pequeña Mafalda
permaneció y sus libros continuaron imprimiéndose. Así, fue elegida para
acompañar campañas de UNICEF, la Cruz Roja Española y la Cancillería argentina.
En 1984, Quino inició en Cuba una
amistad con el director de cine de animación Juan Padrón y firmó un
contrato con el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos que le
condujeron a la realización de cortometrajes con sus páginas de humor. La serie
se llamó “Quinoscopios”.
A los 81 años, Quino reconoció a medios de prensa
que había dejado de dibujar por algunos problemas de su vista y puntualizó que
estaba satisfecho porque había dicho “casi todo” lo que sintió a lo largo de su
vida. Pese a ello, las tiras de sus historietas se siguieron publicando.
En 2014, cuando se cumplieron los 50 años de
Mafalda, Quino recibió en marzo la Legión de Honor francesa. En medio de su
felicidad al recibir tal distinción, se refirió una vez más a la pérdida de la
vista. “Es muy feo, a uno se le va desapareciendo el mundo”, dijo al diario La
Nación.
El dibujante recibió en mayo de ese año el Premio
Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, uno de muchos
reconocimientos en su carrera. El jurado destacó que “al cumplirse el 50
aniversario del nacimiento de Mafalda, los lúcidos mensajes de Quino siguen
vigentes por haber combinado con sabiduría la simplicidad en el trazo del
dibujo con la profundidad de su pensamiento”.
Ese año, varias exposiciones recordaron al
entrañable personaje en varias partes del mundo.