• Su novela El último en morir es una declaración de amor a la literatura; ahí recuerda que pidió un préstamo para escribir su ópera prima
CIUDAD DE MÉXICO.
Xavier
Velasco (Ciudad de México, 1964) quería ser presidente de México, pero cuando
descubrió lo que implicaba, abandonó la causa y se convirtió en un escritor
incipiente, lleno de dudas, fracasos, miedos y equivocaciones, que aprendió a
recibir los golpes con una sonrisa, como cuando pidió un préstamo para escribir
Diablo guardián, tal como lo recupera en El último en morir, su más reciente
novela, que es una declaración de amor a la literatura, donde rechaza
abiertamente el apoyo gubernamental a la literatura, como en el caso del Fondo
Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca).
Nunca en mi vida recibí un apoyo
del gobierno y estoy muy contento por eso. No quiero deberle nada al erario, de
ninguna manera. Alguna vez pedí una beca al Instituto Nacional de Bellas Artes
(INBA), como consta en este libro, y no me la dieron. Al final me sentí a gusto
con eso. No creo en los apoyos del gobierno y, en lo personal, trato de
mantenerme lo más lejos que puedo del poder. Son asuntos que no me interesan y
así como alguna vez quise ser político, ahora quiero estar muy lejos de todo
eso”, afirma el ganador del Premio Alfaguara de 2003.
¿No cree en el Fonca?, se le
pregunta. “Soy un individualista que no cree en los apoyos del gobierno. Tal
cual. Hay gente que tiene todo el derecho a creerlo. A lo mejor si estuviera
haciendo poesía y me tuviera que dedicar mucho tiempo, recurriría a éstos. En
mi caso no estoy de acuerdo con eso, no me interesa y no lo quiero. No me gusta
depender de una instancia como el gobierno”.
¿Por qué una autoficción en
tercera persona? “Esta novela me permite el lujo de ver todo desde fuera, desde
la tribuna, y no a nivel de cancha, es decir, puedo salirme de mí mismo y mirar
hacia alguien que hace varios años se le ocurrió ser presidente de la República
y se dio cuenta que eso no servía y no tuvo más opción que tomar la literatura
y dar ese salto a un lugar que no conocía”.
¿Coincide con esa idea de Raúl
Seixas, quien afirmaba que es mejor adoptar una metamorfosis ambulante a tener
una opinión formada sobre todo? “Sí, aquí voy contando la historia de alguien
que cambia de objetivos con mucha frecuencia y de forma de pensar. Al mismo
tiempo, sí me permite contradecirme. Es más, yo reivindico mi derecho a
contradecirme todo el tiempo.
Y agrega: “Alguna vez, platicando
con Daniel Sada, me decía: ‘Tú puedes ser artista o intelectual. El intelectual
no puede contradecirse, pero el artista de eso vive. Es mi caso. No sé hasta
dónde soy totalmente congruente en lo que cuento y cuántos errores pudo
cometer, pero no me importa. Finalmente, mi trabajo consiste en equivocarme, en
cambiar mi modo de ver las cosas. No soy de los que sufren con esto, la
equivocación es parte del conocimiento, entonces, tú encontrarás en este libro
una gran cantidad de equivocaciones y fracasos”.
¿Cómo concluyó que la política es
el peor recurso para solucionar las cosas? “Alguna vez, un señor al que mi
padre conocía, quien era político y muy pagado de sí mismo, no exactamente un
amigo, supo que quería dedicarme a la política. Entonces se puso a platicar
conmigo y me dijo que no me veía madera de político.
La afirmación me dio coraje, pero
era verdad. Yo no tenía madera para eso. No me gustaba y era algo que
despreciaba profundamente”. Incluso, recuerda que ingresó a la carrera de
Ciencias Políticas porque no existía la de escritor. “Entonces empecé a leer
textos de la izquierda radical, me sumé a ellos y me di cuenta que la mayoría
de mis compañeros sólo usaban esos conceptos para dar un paso hacia adelante y
que yo era el único bruto que se la estaba creyendo, así que salí de ahí con la
nariz tapada”, expresó el también autor de Entrega insensata y Los años
sabandijas.
En El último en morir Velasco
hace énfasis en una idea que hasta la fecha resuena en su mente: “tramaturgo”,
es decir, insistir en el oficio de trabajar la trama.
Uno se sienta a escribir una
trama y, en mi caso, siempre tengo miedo de que no funcione. Es un miedo
similar a cuando te subes al escenario y no quieres que la gente se salga o se
duerma. Y si alguien lo hace… te quieres morir. Uno es un juglar que mira a su
público y sabe que si no se interesa lo suficiente no me dejará una moneda en
el sombrero para sobrevivir”.
¿Se inclina en separar la
literatura de lo universitario? “Cuando estaba en la universidad se me metió la
idea pedante de la novela sin trama, sacada de la nouvelle vague, de esos
autores que quieren escribir de nada, pero para cuando lo probé, había
demostrado su ineficacia. Al final todo eso fue pedantería y soberbia”.
¿Qué falta en los talleres
literarios? “Si yo volviera a empezar, me gustaría que existiera algo así como
un taller del Plagio, es decir, vamos a jugar al plagio, a destrozar, a rehacer
novelas y a crearles un capítulo extra. Me gusta la idea de desbaratar novelas
y rehacerlas. Cada quien tiene su modo de matar pulgas, pero es como los
amantes. ¿Cómo se hace uno buen amante? ¡Echándole ganas!”.
¿Habría existido Diablo guardián
sin aquel apoyo financiero que recibió de su amigo cercano? “Al principio uno
cree que escribirá con apoyo o sin él, pero sí es necesario que alguien te
ayude o te acerque a lo que no conoces. Yo no tuve un padre, un pariente
intelectual o un escritor que tuviera contacto con ese mundo, por tanto, uno
busca lo que puede. En mi caso aquella ayuda funcionó como beca préstamo, que
pagué después, y me sorprendió porque no sabía cómo lo haría. Uno busca los
apoyos que puede, no importa de dónde vengan”.