• La escritora consideró que uno de los dones que le dejó Tlatelolco, “claro, si se puede tenerlos, ha sido la relación con los jóvenes
Ciudad de México
Los jóvenes de hoy día son iguales a los de 1968;
si hubiera necesidad, saldrían a las calles, no son pazguatos ni pasivos
como se quiere hacer creer; incluso, participan muchas más mujeres que
entonces, considera la escritora Elena Poniatowska.
La autora de La noche de
Tlatelolco fue convocada ayer por la Universidad Juárez del Estado de
Durango (UJED) para conversar sobre ese libro que narra los trágicos
acontecimientos ocurridos durante la represión estudiantil cometida un día como
hoy hace 52 años.
En las redes sociales de esa
casa de estudios, varios universitarios tuvieron oportunidad de hacer preguntas
a la periodista, quien les dijo que el reto de los estudiantes en estos tiempos
es, como dijo alguna vez el presidente chileno Salvador Allende: Estudiar,
la sola palabra los define. Tienen que ser los mejores en su especialidad y en
su carrera. Esto se oye como a maestra que se dedica a dar reglazos, pero es
cierto: lo mejor para ustedes ahorita es estudiar para destacar, sobresalir, ya
luego vendrán todas las libertades, porque ya estarán asentados en lo que
quisieron, pueden y saben hacer.
–¿Cómo lograremos el cambio
que el país necesita? –preguntó un muchacho.
–Primero tendrían que explicar
qué cambio quieren en su país –respondió Poniatowska. Detalló que la liberación
que anhelan los jóvenes llega a través de la experiencia personal, y ésta por
medio del conocimiento, que se adquiere con la lectura, la discusión, el
diálogo, el cual evita divisiones. Si hay separación, si cada quien piensa que
va a resolver los propios problemas, no se llega a ningún lado. Hay que
compartir, pensar en un futuro compartido.
–¿Así seremos felices?
–consultó otro estudiante.
–La felicidades es
como El chorrito de Cri-Cri, se hace grandota y se hace chiquita. La
felicidad es a ratos y hay diversos tipos. Por ejemplo, a mí me hace feliz
verlo a usted, claro, no es una felicidad que me lleve al cielo, aunque estoy
más cerca del cielo que usted. La felicidad uno la produce y algunos
acontecimientos. Lea El arte de amar, de Erich Fromm, le va a gustar.
La escritora consideró que uno
de los dones que le dejó Tlatelolco, “claro, si se puede tenerlos, ha sido la
relación con los jóvenes. Poco después del 2 de octubre se realizó el festival
de Avándaro, y venían jóvenes a mi casa, a platicar conmigo de sus problemas y
sus éxitos, desde las 10 de la mañana; decían: ‘consígase unas chelas’, y las
mandaba traer para sentarnos en el piso y platicar.
Mi relación con los jóvenes
siempre fue y ha sido de gran amistad y camaradería. Me siento muy apoyada, y
eso es un privilegio; siento un agradecimiento enorme hacia los jóvenes porque,
en general, barren a los ancianos fuera de su vida, y aquí existe una relación
social entre una anciana y jóvenes con sus preocupaciones.
–¿Cree que el gobierno debería
ofrecer una disculpa a la sociedad por lo ocurrido el 2 de octubre de 1968?
–inquirió otro universitario.
–En estos momentos lo
principal es Ayotzinapa, que pidamos justicia por los jóvenes desaparecidos, se
han dado algunas explicaciones, pero es necesario que pidamos resarcimiento;
sería un movimiento muy valioso, hacer un acto condenatorio en el Zócalo, por
ejemplo.
Un libro de todos
Poniatowska dijo que La noche de
Tlatelolco “es un libro de todos, que recoge las voces en
especial de los muchachos que fueron encarcelados entonces y que por desgracia
algunos ya han muerto, como Raúl Álvarez Garín, Roberta Avendaño Martínez La Tita o
Luis González de Alba, que me atacó toda su vida, pero estaba en su derecho.
Como periodista sé lo que significan los ataques y los valoro, significa que te
leen y te toman en cuenta.
“No estuve la tarde del 2 de octubre en
Tlatelolco. Tenía un hijo recién nacido y lo estaba amamantando. Me habló gente
muy querida, como María Alicia Martínez Medrano, también ya fallecida, y me
dijeron: ‘Tienes que venir de inmediato’, eran las 6 de la mañana.
“Tlatelolco era una escena de guerra. Había
tanques del Ejército, soldados, toda la plaza llena de vidrios de los
departamentos de los edificios de alrededor y de los locales, de las
cafeterías, las tintorerías. Lo que más me impactó fue que en la zona
arqueológica había gran cantidad de zapatos, incluso de tacón. Pertenecían a
los que salieron huyendo cuando se iniciaron los disparos desde lo alto de los
edificios, disparos sobre una multitud inerme, encajonada.
“Durante el gobierno de Díaz Ordaz no se
podía mencionar el tema. A Echeverría, durante su campaña, los jóvenes le
preguntaban: ‘¿qué pasó en Tlatelolco?’ Se lo cuestionaron tanto que hasta tomó
el tema como parte de su campaña, pues primero había declarado que los
estudiantes nada tenían que hacer en la calle, que su lugar estaba en las
aulas.
“Pero ese discurso causó rechazo y lo cambió,
él se hizo más accesible. Díaz Ordaz nunca fue así. Recuerdo que cuando lo nombraron
embajador de México en España fuimos a manifestarnos frente a la embajada de
ese país y gritábamos: ‘¡Al pueblo de España, no le manden esa araña!’
“Cuando le preguntaban por Tlatelolco a Díaz
Ordaz, se inflamaba de coraje y decía: ‘Yo salvé a México’, ¿pero cómo se puede
salvar al país tirándole desde arriba a un grupo absolutamente inerme, en una
plaza donde había una sola salida? Todas las heridas que recibieron los jóvenes
fueron en el cuello, espalda y glúteos... les dispararon mientras corrían”,
narró Poniatowska con los ojos humedecidos; luego se disculpó: Perdón, me
duele mucho contarlo. Matar a un joven es matar la esperanza del país, y el 2
de octubre de 1968 en Tlatelolco mataron a muchos.