• Después de luchar contra el pudor, el autor narra en Los apóstatas una historia de violencia y abuso sexual
CIUDAD DE MÉXICO.- Consciente de exponerse “al
rechazo, a la denostación, al desengaño, al vituperio”, el escritor Gonzalo
Celorio decidió publicar, a los 72 años, la novela Los apóstatas (Tusquets),
que recrea la historia de dos de sus hermanos, Miguel y Eduardo, marcada por la
violencia, en el primer caso, y por el abuso sexual, en el segundo.
Tras seis años de confección y de vencer “el temor
y el pudor” que lo aguijonearon hasta el último momento, el novelista y
ensayista mexicano entregó a los lectores esa “carga”, esa “novela malhadada,
el original de la ignominia y la desnudez”, ese texto que “hace pública una
afrenta silenciada y le quita la venda a las heridas abiertas que la escritura
ha intentado, acaso vanamente, cauterizar”.
Pero Los apóstatas, del verbo apostatar, “abandonar
públicamente su religión”, refleja también los sueños, los logros y los ideales
de Miguel, el mayor de los 12 hermanos, al que el autor veía como un padre
sustituto; y de Eduardo, dos años más grande que él.
Es un homenaje a mis dos hermanos, pero un homenaje
crítico. El amor debe ser crítico o no es amor, es adulación, es otra cosa”,
afirma en entrevista.
Es una novela de renuncias continuas, de
claudicaciones, a la fe religiosa, a la revolucionaria, a un proyecto político,
al amor, a la cordura y a la lucidez”, comenta sobre esta obra que cierra la
trilogía familiar integrada por Tres lindas cubanas (2006) y El metal y la
escoria (2014), dedicadas a la historia de su madre y de su padre,
respectivamente.
El crítico literario y catedrático narra la vida de
Miguel, el amor por los libros que le heredó, por la arquitectura, por la
historia del arte, sus viajes al extranjero, su suerte con las mujeres; pero
también su pasión por la demonología. Y de Eduardo, abusado por el padre del
mejor amigo del autor y por un sacerdote marista, pero también su fe en la
revolución de Nicaragua y el activismo social.
Yo no sabía el secreto que Eduardo guardó
celosamente tanto tiempo, lo intuí al escribir esta historia y él me lo
confirmó después. La novela termina por revelar lo que estaba oculto. No
conocía ese suceso y la escritura me lo reflejó. Y era una parte muy oscura y
dolorosa. De no haber sido por la escritura y la imaginación no hubiera
conocido la verdad”, admite.
Por esta razón, explica, decidió narrar también la
historia de la construcción de Los apóstatas. “Ya había terminado la novela,
incluso se la entregué a mis editores en Madrid, pero se las retiré porque
pensé que no estaría completa hasta que escribiera, de manera intercalada, el
proceso creativo, que me pareció tan o más doloroso y dramático que la historia
misma que cuento”.
El autor de Amor propio (1991) e Y retiemble en sus
centros la tierra (1999) confiesa que tenía “tanta inseguridad de publicarla,
porque es una novela denunciatoria y, aunque son acontecimientos ocurridos hace
más de medio siglo, hay personas involucradas a quienes iba a lastimar
seguramente.
Además, no quería pasar por un delator chismoso de
lo que les había ocurrido a mis hermanos Eduardo y Miguel. Pensé que escribir
la historia de la novela me permitiría quedar mejor justificado”, aclara.
Detalla que la inclusión de los capítulos
literarios también fue una manera de exponer su visión del género novelístico.
“Muchas veces surge la pregunta de si es una novela o una autobiografía, una
monografía o memorias. Estoy convencido de que es una novela, porque hay una
serie de elementos ficcionales que le dan cohesión al discurso. Creo que la
imaginación es parte de la realidad y ayuda a interrogarla, nos aclara muchas
cosas”, indica.