• Ingobernabilidad
Aquella crisis de gobernabilidad
que le adjudicaban a Felipe Calderón lo mismo que a Enrique Peña Nieto derivado
de políticas erróneas, hoy cobran vida agravando al actual Gobierno federal y
de paso el desarrollo social y económico de México.
No lo digo yo, lo dicen las
políticas del fracaso que en aras de conservar la armonía contrariamente han
encendido la mecha del detonar de la violencia y el cometimiento de actos
antisociales dejando al descubierto la falta de energía gubernamental.
En efecto, los fracasos saltan al
escenario cuando hablamos de la lucha anticrimen, las marchas de protestas y
mítines de estudiantes agresivos y violentos que secuestran autobuses y
camiones de empresas cargados de mercancías, los linchamientos cuando los
ciudadanos pretenden hacer justicia con mano propia, la vergüenza que pasan
elementos del ejército mexicano y cuerpos policiacos. Etc.
Pero mientras el país cada vez se
sumerge más en una crisis de gobernabilidad, los discursos oficialistas que
culpan a neoliberales siguen permeando en las mañaneras, cuando, como en este
caso, los gobiernos anteriores ciertamente fueron culpables y responsables de
los actos de corrupción e ineficiencia de las policías de todos los niveles y
en la falta de coordinación de las fuerzas federales para enfrentar los
problemas, sin embargo hoy, la culpa es de la ineficiencia.
Y con todo esto, donde a las
claras ya se denota a un pueblo sin ley, con ejército y policía medrosa,
lamentablemente a nuestro país lo llevan de manera vertiginosa a convertirlo en
una seria amenaza a la seguridad nacional.
Aun vamos más allá cuando decimos
que derivado de esa fragmentación existente entre los órganos de inteligencia
del Ejército, de la Armada de México y del Centro de Investigación y Seguridad
Nacional, damos como un hecho que de seguir así las cosas, el riesgo aumenta al
observar otros tantos problemas colaterales que tienen que ver con
los ámbitos social, económico, ambiental, de seguridad interior, de
política exterior, de salud, entre otros tantos, ante la ineludible escasez de
medidas que “blinden” al país y eviten en el futuro próximo estos graves
problemas.
Es muy cierto, las políticas
sociales, lo mismo que de seguridad que pusieron en marcha los sexenios
priistas y panistas fueron un fracaso, fundamentalmente por la imperante
corrupción que desde la cumbre hasta la base aplicaban en cada uno de los
programas, pero desgraciadamente el gobierno de Andrés Manuel López Obrador no
ha sabido aprovechar aquellos desaciertos y por lo consiguiente no ha pasado
del discurso a los hechos en su compromiso para resolver los problemas torales
de México.
Es triste decirlo, pero cuando el
Estado no es capaz de garantizar la seguridad y la protección de los bienes de
una sociedad como es el caso, ésta se siente obligada a tomar acciones
alternas, tal es el caso de los linchamientos al tomar justicia por mano propia
y de los grupos de autodefensa y policías comunitarias que han surgido en
diferentes partes de México, todo lo cual no deja de ser el reflejo de la
ausencia del estado de derecho que priva en esos lugares.
Por otro lado, decenas de notas
escritas y habladas dan cuenta de miles de estudiantes, muchos de ellos
encapuchados que realizan marchas de protestas causando destrozos en las
calles, casas y comercios de las ciudades, e incluso en los propios
centros de formación escolar que debería ser muy respetada por ellos mismos,
como es el caso de la Rectoría de la UNAM.
Otros más, que no conformes con
causar destrozos, roban y secuestran autobuses y camiones cargados de
mercancías para trasladarlos a sus centros de estudios a sabiendas de que, muy
a pesar de estar cometiendo un grave delito, no serán detenidos y mucho menos
sometidos a juicio.
Son, en efecto, claros y
permisibles actos de vandalismo, con pintas y destrozos a todo lo que tengan
frente a sí.
Todo ello ante la complacencia
gubernamental y a sabiendas de que, aun cuando existe delito que perseguir,
ellos disfrutan de permiso y libertad para hacerlo.
Ya por último no podemos pasar
desapercibida la modalidad y el claro reto que hacen al gobierno esos grupos
que en diversas carreteras del país toman casetas de cobro, botean y roban, aun
a sabiendas de que están atacando las vías de comunicación, lo que
también representa un grave delito.
Y qué decir de aquellos que
frenan las vías de accesos de trenes causando miles de millones de pesos en
pérdidas, provocando con ello que su país, --al que dicen querer y defender--,
frene estrepitosamente su desarrollo económico.
En síntesis, todo lo anterior nos
deja una lectura sumamente desagradable y por tanto reprobable, a través de la
cual nos damos cuenta que frente a la debilidad y falta de fortaleza del
gobierno, el cometimiento de los delitos, en lugar de detenerse, seguirá a la
alza.
Y es que, si bien es cierto,
anteriormente al interior de las corporaciones policíacas de todos los niveles
permeaba la corrupción, hoy, por la falta de apoyo y de estrategias, en ellas
se anida la ineficiencia y la incapacidad.
¿Qué falta entonces para enmendar
las cosas?
Tres cosas fundamentales:
Una: que el gobierno asuma su
responsabilidad y deje ya de culpar a los anteriores.
Dos: que los legisladores
procuren los instrumentos jurídicos suficientes y necesarios para que los las
fuerzas armadas (soldados y marinos, incluyendo a elementos policiacos) puedan
cumplir eficazmente con sus tareas, particularmente como en este caso en
materia de seguridad interior. Y, Tres: que el gobierno asuma su papel de
liderazgo enérgico de frente a tantos delitos que se cometen y deje por un lado
la debilidad.
Cuestión de tiempo.