• Sus personajes se inspiran en los niños que vivieron en el orfanato de Mamá Rosa; ellos crearán el futuro del mundo
CIUDAD
DE MÉXICO.
¿Cómo
sería el futuro de la humanidad si lo construyeran esos seres a los que
actualmente se les ha cancelado el porvenir? Y si a alguien se le ha anulado el
futuro en México, afirma el escritor Emiliano Monge (1978),
es a los niños que están en un orfelinato; y, en particular, un hospicio como
el de Mamá Rosa en Michoacán, “con todas las historias de abuso y de violencia
que hubo ahí”.
A partir de esta reflexión, el
narrador dio vida a su primera novela distópica, Tejer la oscuridad (Literatura
Random House), cuyos protagonistas están inspirados en los testimonios de
algunos de esos huérfanos cuando se descubrió la forma en que vivían, y en las
entrevistas de los adultos que de niños estuvieron con Mamá Rosa.
Quería pensar un posible futuro
partiendo de una serie de personajes a los que usualmente les tenemos negado el
futuro. ¿Y si esos niños encerrados en esa burbuja fueran los únicos
sobrevivientes de una hecatombe de la especie humana? ¿Cómo sería el porvenir
en sus manos?, porque son los únicos que pueden imaginar algo completamente
distinto”, comenta Monge en entrevista con Excélsior.
Definida por sus editores como la
novela “más arriesgada y madura” de quien estudió Ciencia Política en la
UNAM, Tejer
la oscuridad es una distopía que “reinventa los mitos y desentraña
la idea del individuo y la colectividad” en un ambiente desolado, bajo un calor
agobiante y una geografía agrietada.
Es imaginar hasta dónde puede
llegar la destrucción del ecosistema del medioambiente si se fractura la capa
de ozono”, detalla el también catedrático.
Busco coordenadas nuevas de un
libro a otro. Deseo pasar de las propuestas intimistas y sicológicas a las
novelas sobre la violencia en México, después a lo autobiográfico y ahora a
esto que tiene disparadores de ciencia ficción o utopía mitológica”.
Quien publicó su primer título de
relatos, Arrastrar
esa sombra, en 2007, y se estrenó en la novela dos años después,
con Morirse
de memoria, comenta que existen tres futuros en esta nueva
propuesta literaria.
Son tres generaciones. En la segunda
parte, los niños del hospicio se refugian en cuevas y después, salen con sus
hijos a buscar, inspirados en historias precolombinas, una ruta para cruzar eso
que era México y América Latina, llegar al mar y encontrar un mundo nuevo.
Durante la marcha, la huida,
porque son perseguidos, su descendencia crece, se hace adulta y ellos son
quienes alcanzan el mar después de recorrer un mundo devastado y reconquistan
Europa”, afirma.
El autor de las novelas El cielo árido, Las tierras arrasadas y No contar todo destaca
que el lenguaje es el personaje principal. “Siempre me ha importado mucho, pero
esta vez intenté que fuera el protagonista, por eso hay 80 narradores, por eso
se habla tanto de la escritura, del habla, de la lectura”.
Propone un libro escrito a través
del tiempo para rescatar y compartir la memoria. “Es como encontrar una voz o
un habla que nos pertenezca a todos. Ante tantas voces que narran, quise que no
fueran tan distintas, porque todos buscan una que permita imaginar y pensar el
mundo de otro modo”.
En la tercera parte de la novela,
cuenta, son los nietos y tataranietos de los niños del orfanato quienes
descubren cómo hacer una nueva humanidad.”
Monge confiesa que Tejer la oscuridad hurga
en un tema recurrente. “Es la memoria, la memoria colectiva, la personal, la
familiar, la de los pueblos originarios, no sólo como elemento del pasado, sino
también como una posibilidad de futuro. A lo mejor el futuro está en el pasado
y hay que volver en lugar de ver hacia adelante. No confiar en el desarrollo
lineal”.
El autor de La superficie más honda revalora
al pueblo nómada que éramos, al acto de migrar, de huir. “El sedentarismo ocupa
dos por ciento del tiempo, 98 por ciento de nuestra historia hemos sido
nómadas. Y en ese dos por ciento hemos destrozado todo”.
El narrador confiesa que le
sorprendió el final esperanzador de la historia. “Es una apuesta porque el
lenguaje pueda romper nuestros problemas originales, nuestra idea de tiempo, el
espacio, la convivencia, todo lo que nos ha marcado. Quizá la respuesta está en
construir un lenguaje distinto, multisensorial, espacial. Es la primera vez que
me permito que la literatura construya un escenario tan nítido”.
La primera parte de la novela
transcurre entre los años 2029 y 2033, lo demás aparece sin fechas, como si el
calendario que conocemos hubiera perdido sentido; en cambio, son las
coordenadas geográficas las que importan, las que indican desde qué lugar los
escritores comparten sus recuerdos apelando a su mitología propia, basada en
historias como el Popol Vuh, el Chilam Balam y La visión de los vencidos.
Monge quiso dar una sorpresa a
sus lectores. “No tengo un mapa trazado y no he podido pensar en mis libros
como si fueran una cosa conjunta. Busco hacer algo tan distinto como sea capaz,
pero creo que todos se parecen más de lo que yo quisiera. Aunque tengan un
caparazón o un esqueleto distinto, al final creo que la carne y la piel que les
pongo es la misma. Pero no tengo una ruta, siempre deseo sorprender al lector”.