• Los insólitos caminos de la terquedad
No cabe duda que la cerrazón,
la insensibilidad y la obstinación, están provocando terribles
desaciertos en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, ocasionando
–inclusive-- que los pequeños problemas se tornen en grandes incertidumbres con
funestos resultados no solamente para el gobierno sino para el pueblo en
general.
Y para ilustrar la entrega de
hoy, en lo que se refiere a este tema, solamente haré referencia a dos
aspectos que por su importancia, considero sobresalientes. Y los cuales
enseguida desglosaré.
Un caso específico y que data
de apenas unos días, lo ha sido la toma de las instalaciones de la
Comisión Nacional de los Derechos Humanos, donde por ende, se puso de manifiesto
la obstinación y al mismo tiempo la falta de inteligencia.
En efecto, el pasado jueves 03
de Septiembre una mujer que exigía justicia, se amarró a una silla
al interior de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH). Se
trata de la señora Marcela, --de San Luis Potosí--, quien previamente se había
reunido con la presidenta de la institución, Rosario Piedra Ibarra.
Tras exponerle un caso de
abuso sexual en contra de su hija de solo cuatro años, y al no obtener la
respuesta esperada, Marcela amarró su cuerpo a una silla al interior de la sala
de juntas con la intención de quedarse allí hasta encontrar una respuesta
satisfactoria a ese asunto que para ella como madre, es de vital importancia.
La señora Marcela, no confió
nada en las palabras y promesas de la ombudsman y luego de atarse a una silla
pidió que su demanda sea atendida por el subsecretario de Derechos Humanos,
Alejandro Encinas, en quien seguramente cifró esperanzas de solución a su
problema.
Sin embargo, la presidenta
Rosario se convirtió en Piedra y montándose en su macho, no convocó a Encinas
para que acudiera a conversar con Marcela, por lo que al paso de los días la
harina se le hizo engrudo y tras ello las instalaciones de la
CNDH se llenó de personas, todas inconformes y hoy, lo que solo fue un cerrillo
encendido, provocó un gran incendio.
Ya después, a esa
conflagración, lamentablemente para la titular de la CNDH, se fueron sumando
otros casos duros, patéticos, como el de aquella madre de familia llamada
Erika, quien desde mucho antes también había pedido reunirse con el
subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación (Segob),
Alejandro Encinas.
Vale decir que la hija de esta
dama tenía 7 años cuando el hermano de su padrastro abusó sexualmente de ella.
Vivían todos en la misma casa, así que tras la denuncia, ellas además se
quedaron sin vivienda. Tres años han pasado y no hay justicia, dicen. Y agregan
que el presunto agresor sigue libre y Erika y su hija no tienen dónde
vivir. Por eso, ahora comenta que se quedará en el edificio de la Comisión
Nacional de Derechos Humanos (CNDH) del Centro Histórico, tomado desde antes
por colectivos de víctimas y feministas, que aseguran que ya no lo devolverán
porque se va a convertir en un refugio.
Ahora, las cosas --para
el gobierno federal-- se han salido de control.
¿Por qué?, simplemente porque
la terquedad está rebasando los límites de la razón. Con lo cual valdría la
pena parafrasear aquello de: “soy terco y obcecado”, dicho por el propio
Presidente de México y que hoy, como se observa, toma muy a pecho la
presidenta de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.
Se dice que fue justo la hija
de Erika, --ahora de 10 años--, quien pintó sobre el cuadro de Francisco I.
Madero que estaba al interior de la Comisión, un acto que el presidente Andrés
Manuel López Obrador dijo en su conferencia matutina del lunes anterior, que
era vandalismo y que quien lo haya hecho es porque no conoce la historia o es
un conservador.
“Este cuadro, estas flores,
estos labios pintados, se los pintó mi hija. Expresó la madre de la pequeña y
agregó: “mi hija, una niña que a los 7 años fue abusada sexualmente. Entonces
quiero decirle a ese presidente que cómo se indigna por este cuadro, ¿por qué
no se indigna cuando abusaron de mi hija?”.
El otro caso al que haré
referencia, --también patético, lamentable y triste--, lo representan los
niños con cáncer en México. Un pasaje fatal y lamentable, que por sí solo deja
traslucir la falta de sensibilidad de aquellos que tienen el poder. Aun a
sabiendas de que todos esos niños y niñas su frágil vida depende de un
medicamento. Y a pesar de saber que cada 4 horas muere un niño por cáncer en
México.
Así es. Muy a pesar de saber
que en las manos de ellos está evitar tanto vertedero de lágrimas, al tiempo de
aliviar un poco el sufrimiento de los padres. Y de paso evitar el dolor de esos
seres inocentes.
Que lamentable desgracia
cuando estos altos funcionarios ignoran que ante una vulnerable existencia como
esa, tan solo ese medicamento les otorga un poco de felicidad a esos niños y
niñas.
Qué desgracias que en un país
como el nuestro, donde la vida de un niño debe estar por encima de todo, no es
posible que desde hace un año, los padres de familia realicen marchas ante las
oficinas de la Secretaría de Salud federal, para exigir el abasto de
medicamentos oncológicos para sus hijos.
Por todo lo anterior, yo
pregunto:
¿Dónde pues, queda el tan
cacaraqueado interés superior del niño? Lo que debe ser una “una consideración
primordial” en todas las medidas y decisiones que le atañen a un gobierno, y
que además debe utilizarse para resolver cualquier confusión entre los
diferentes derechos.
En síntesis, en este asunto se
debe actuar y proceder sin cortapisas, Digamos, antes de que la
despenalización de la eutanasia en casos terminales o patologías graves e
incurables obtenga su permiso. Y antes de que el medico procure la
muerte.
¿O, es que en estos oscuros
recovecos se esconde algo de discriminación infantil?
Cuestión de tiempo.