• El propósito es recoger la historia audiovisual que se ha hecho en esa nación de Medio Oriente, pues no hay archivos
Ciudad de México
Beirut es una metáfora: una
idea y un espacio de convivencia interreligioso, donde se respira libertad; es
el puerto que mira al mar y el escenario de importantes intereses
internacionales; es un lugar mágico y romántico, afirmó la cineasta Laila
Hotait Salas.
Es ese sitio donde podemos ser
libres siendo quienes somos, convivir con el otro; es esa ciudad de
construcción de un país ideal, señaló la también autora del libro Siempre
quedará Beirut (Editorial Akal), dedicado al cine libanés.
La edición, que rememora la
famosa frase Siempre nos quedará París, de la
película Casablanca, fue publicada el día de la explosión en Beirut,
que dejó más de 170 muertos y 6 mil heridos. Estará en librerías el 25 de
agosto y desde finales de esta semana en akal.com. La autora hace un recorrido
por el cine libanés desde 1975 a 2006, explicó en entrevista con La
Jornada.
El propósito es recoger la
historia audiovisual que se ha hecho en esa nación de Medio Oriente, pues no
hay archivos. Para ello, Hotait Salas realizó entrevistas con diferentes
cineastas y un análisis pormenorizado de las cintas que éstos han hecho,
destacó la también directora del documental Crayons of Askalan, que
retrata la vida del artista palestino Zuhdi Al Adawi.
–¿Qué características tiene el
cine libanés?
–Se caracteriza por los
esfuerzos individuales. La mayoría de las películas son personales. Suelen
tener una mirada especial acerca de la situación de vulnerabilidad de los
ciudadanos de Líbano. Muchas tratan sobre cómo las personas han tenido que
sobrevivir ante la violencia israelí. El libro acaba en 2006, porque ese año
hubo 33 días de ataques. Hay una constante en este cine: los personajes civiles
intentan preservar su cotidianidad; buscan salvaguardar las relaciones con
otros, ya sean sus hermanos, amigos o amantes, y finalmente fracasan debido a
la violencia que se cuela por las grietas.
Sensación de fragilidad
–¿Qué diferencias y semejanzas
tiene el cine libanés con el de otros países de Medio Oriente?
–Son muy similares. En
especial con el palestino. Son países que tienen una realidad contemporánea
donde hay una urgencia por sobrevivir, lo que el cine sabe reflejar muy bien.
Líbano no deja de ser un tablero de los intereses internacionales. La gente y
el país se convierten en fichas que se mueven alrededor de ese tablero.
–¿Esto último se refleja en su
filmografía?
–Sí, porque hay una sensación
de fragilidad y de incapacidad de tomar decisiones independientes. Las personas
están desvalidas. Las decisiones políticas no las toma la gente en las urnas,
sino un conjunto de poderes internacionales. El libanés parece ajeno al devenir
de su país.
–¿Qué otros temas se abordan?
–La vida cotidiana. Hay una
especie de violencia latente. Los ciudadanos viven con ella. La directora más
exitosa es Nadine Labaki. Sus documentales han estado en el festival de Cannes
y en los premios Óscar. Cafarnaúm, su más reciente trabajo, por ejemplo,
trata de un niño sirio que demanda a sus padres por haber nacido.
– Usted pertenece a la
generación que creció con la guerra, ¿cómo marcó su vida?
–Nosotros vivimos en España.
Mi padre siempre decía que al terminar la guerra volveríamos a Líbano, algo que
no pasó. Él volvió en 2000, pero para el resto de la familia no era posible,
porque siempre se alargaba el conflicto: aparecía en la televisión, en las
conversaciones, en las llamadas telefónicas, con los amigos migrantes que iban
y venían a la casa. Uno de los capítulos del libro se llama: La patria de
la nostalgia. Ahí hablo de ese tercer espacio que generamos los migrantes, que
no es ni la España ni el Líbano real, sino un tercer lugar imaginario, soñado,
anhelado.
–¿Cómo contrarrestan los
cineastas de Líbano la idea occidental de que todo lo malo viene de Medio
Oriente?
–Hay una maquinaria que
permite que existan sistemas opresores. Para eso se apoyan de diferentes
industrias, como la del cine. Hollywood está muy alineado a la idea de que los
malos son los otros. En una época fueron los rusos y lo relacionado con el
comunismo; los indígenas de América, los chinos y desde hace un tiempo son los
árabes. Hay un discurso en que se despersonaliza y banaliza al otro.