• El escritor Juan Domingo Argüelles alerta sobre el incremento de historias maquiladas por negros literarios que escriben productos comerciales con relatos de personajes que no son escritores
CIUDAD DE MÉXICO.
Muchos lectores pasarán del fast food al fast book
con el incremento de libros hechos por encargo, es decir aquellas novelas o
historias maquiladas por negros literarios, quienes son contratados por las
editoriales comerciales para construir productos que puedan ser vendidos
fácilmente, afirma el poeta y ensayista Juan Domingo Argüelles (Chetumal,
1958), autor de La prodigiosa vida del libro en papel, su más reciente libro
sobre el mundo editorial, con el realiza una férrea defesa del libro impreso y
de las historias originales que están fuera del circuito comercial.
De pronto los editores se convirtieron en autores,
porque muchos lo que hoy hacen no es buscar a los escritores que tienen algo
que decir y que nadie puede verlos, sino que proponen a personajes, incapaces
de redactar una página, la escritura de un libro. Pero esos personajes no son
escritores y cuando responden que no saben hacerlo, les dicen que no importa, y
entonces les ponen dos negros literarios para que le ayuden”, dice el autor que
invita a que los lectores promuevan la idea de tener una biblioteca personal o
familiar.
Y claro, ese analfabeto publicará libros y venderá
muchísimo gracias a que los editores le han proporcionado un par de negros
literarios, que son galeotes (hombres que remaban forzados en las galeras) para
que escriban a cuenta de él. Y así lo convierten en autor, quizá porque ese
personaje es un político o un cantante y tiene algo que contar, como un buen
chisme, una experiencia esotérica o del ámbito de las teorías de la conspiración”,
expresa vía telefónica.
El caso es que esos libros son los que más se
venden, aunque quienes firman el libro no escribieron ni siquiera la palabra
“mu”, señala. “Claro que esos personajes contaron las cosas y ahí les hicieron
una ensalada, aderezaron el guiso y lo presentaron como propio, pues lo que
cuenta es su fama o el nivel de conocimiento que la gente tiene de esa persona.
Esto ha ocasionado que personas serias, quienes no son narradores, de pronto
han aparecido con alguna novela”.
Estos autores, advierte, no tienen nada que decir
desde el ámbito de la narrativa y podrían expresar ese conocimiento desde el
mundo de la reflexión o del análisis, pero “de pronto salen con una novela que
no escribieron y eso es lo que tenemos hoy. Hacia allá va la producción
editorial, por desgracia, más que en reforzar el mercado del libro cultural que
cada vez está más castigado”.
Sin embargo, confía en que el libro cultural
seguirá teniendo importancia, pero eso dependerá de esa pequeña gran minoría de
lectores que lo busca por encima de cualquier oferta de carácter comercial”,
comenta.
En las primeras líneas de La
prodigiosa vida del libro en papel, Juan Domingo recuerda que en 1995 Nicholas
Negroponte, profesor e investigador del Instituto Tecnológico de
Massachussetts, profetizó la “inminente” muerte del libro en papel en su libro
Ser digital, a la cual se sumaron múltiples augurios sobre el fin de la era del
libro impreso.
Sin embargo, “ni el libro en
papel está en peligro de muerte ni los dispositivos digitales (por excelentes
que sean) han conseguido desplazar la lectura del libro tradicional”.
Y lo que ha pasado con el libro
es que “así como lo dijera Umberto Eco, el libro en papel es un instrumento
perfecto, es decir, no necesita perfeccionarse porque ya lo es; es como un
exprimidor de limones y aunque surjan nuevos modelos, muy coquetos y
artísticos, no sustituirán al exprimidor que es por excelencia un instrumento
simple”.
El libro en papel es el mayor
invento que ha tenido la humanidad para preservar y difundir el conocimiento,
afirma el también autor de Diálogo con la poesía de Efraín Bartolomé y La
lectura. Elogio del libro y alabanza del placer de leer, “esto quiere decir que
el libro en papel sigue teniendo vigencia, utilización y sigue siendo necesario
e indispensable para la mayor parte de las personas que leen”.
Recordó que el libro digital, en
su punto más alto, sólo ha alcanzado el 30% de la facturación en Estados
Unidos, “pero desde hace varios años no ha pasado de ese porcentaje, y se ha
convertido en un nicho para libros de texto o de géneros superficiales como la
novela rosa, la superación personal y el liderazgo, libros que no contienen el
más profundo y sólido conocimiento que tiene el volumen en papel”.
Además, otro de los grandes
equívocos en el que caen los expertos es el afirmar que los dispositivos
electrónicos dejan una menor huella de carbono en comparación con los libros
impresos.
Al respecto recupera la reflexión
del editor Manuel Gil, director de la Feria del Libro de Madrid, “quien ha
explicado que ninguna tecnología es limpia. Sin embargo, internet causa mucho
más daño”.
Y lo cita: “Ni el papel ni lo
digital ni internet son tecnologías limpias ni verdes ni inocuas, pero una
edición en papel es más limpia que lo digital, dado que “el consumo de energía
de los buscadores en cuanto a huella digital es enorme. (Por ejemplo), Google:
mil millones de búsquedas al día, 365 mil millones al año. Traducido a huella
ecológica: emite lo mismo que 40 mil 515 coches”, lo cual significa que los
centros de computación son responsables de más dióxido de carbono que Argentina
u Holanda.
Y asevera que cada año, en los
países desarrollados, se producen hasta 50 millones de toneladas de residuos
electrónicos, 75% de los cuales desaparece de los circuitos oficiales de
reciclaje y su destino habitual son los vertederos africanos y asiáticos que
contaminan.
Juan Domingo Argüelles ha
recibido los premios Nacional de Poesía Efraín Huerta (1987), de Ensayo Ramón
López Velarde (1988) y el Nacional de Literatura Gilberto Owen (1992).