• El escritor recrea el tráfico de esclavos del imperio español en el siglo XIX y da voz a Pedro Blanco Fernández de Trava, quien fuera el rey de la trata
CIUDAD
DE MÉXICO.
Darle
la voz al negrero, al tratante de esclavos, para “entender las razones del
monstruo”. Eso es lo que buscaba el escritor español Carlos Bardem (1963) al
confeccionar su novela Mongo blanco, que recrea la vida del traficante más
importante del imperio español en su época, Pedro Blanco Fernández de
Trava (1795-1854).
Esta historia, recientemente
galardonada con el Premio Espartaco en la 33 Semana Negra de Gijón
(España), que el Fondo de Cultura Económica lanza en América
Latina, “es un llamado a la alerta, a estar despiertos, a no convertirnos en
esa dualidad que habita al ser humano”, afirma el también actor en entrevista
con Excélsior.
Se ha escrito y filmado mucho
sobre la esclavitud desde el punto de vista del esclavo, por eso le doy la voz
al negrero. Aquí, este monstruo es un espejo que el narrador pone delante del
lector para decirle ‘cuidado, que en otras circunstancias tú puedes ser un
monstruo’”, agrega.
El historiador egresado de
la Universidad
Autónoma de Madrid comenta que Mongo blanco tiene
“una enorme actualidad” a la luz de los movimientos contra el racismo en todo
el mundo. “Cobra una nueva dimensión, pues nos explica cuál es el origen de
esta herida supurante y sin cerrar que aún tienen muchas sociedades. El origen
del racismo está en el esclavismo y nunca ha habido una integración racial”.
Para el hermano del actor Javier
Bardem y proveniente de una familia de conocidos artistas españoles, esta
cuarta novela muestra “un fresco muy completo, bien documentado, de cómo era la
trata de esclavos, la trata trasatlántica, en el siglo XIX; la cual vivió un
periodo de auge cuando se volvió ilegal. Justo en esta centuria, cuando los
grandes esclavistas británicos y estadunidenses se incorporan al abolicionismo
y la empiezan a perseguir, es cuando la trata de las Antillas y Cuba, vive un
apogeo”.
Explica que aquí se desarrolló la
figura de “ese monstruo” que fue Pedro Blanco. “Es una época en que la trata de
esclavos, que existía desde 400 años atrás, se modifica, se moderniza, se escala
con hombres como él. Porque es el momento en que coinciden las necesidades de
materias primas de las grandes revoluciones industriales, Inglaterra y Estados
Unidos, con las economías de plantación esclavista, el algodón y el azúcar.
Es un momento terrible de la
historia, en el que también Cuba y Puerto Rico estaban igualmente dotados de
esclavos, traficados, vejados, violados, torturados. Y todos eran de
esclavistas españoles y surtidos por ellos. La gente se sorprende, no conoce
esta verdad”, dice.
El guionista destaca que en Mongo blanco discurren
muchos géneros y temas. “Quería reflexionar, investigar y comprender el mal
absoluto, el mal en su máxima expresión. Cómo hay seres humanos que pueden
ejercerlo y cómo otros pueden sufrirlo. No hay relación más perversa y desigual
entre los hombres que la trata de esclavos”.
En relación con el título,
destaca que “los mongos eran los grandes reyes de la trata, y del río. Por los
ríos de África se sacaban los hombres y las materias primas que se mandaban a América.
Hubo tres grandes mongos, pero Pedro los desplazó a todos”.
El autor de las novelas Muertes ejemplares (1999), Buziana o El peso del alma (2002)
y Alacrán
enamorado” (2009) desea que los lectores contemporáneos
comprendan la verdadera dimensión de la esclavitud, que se ha perdido de vista.
La trata del siglo XIX fue el
gran negocio de la época. Atravesaba transversalmente a la sociedad, pues
participaban en ella desde la reina regente María Cristina de Borbón, que era
la mayor propietaria de esclavos en Cuba y socia inversora en las expediciones
negreras de Pedro Blanco, hasta el arzobispo de Toledo y las diputaciones
provinciales; todo el mundo, también la gente del común”.
El actor de películas como Perdita Durango, Princesas, Alatriste o Che: Guerrilla asegura
que hay un dato que desliza en la novela, que es muy ilustrativo: las
expediciones negreras se financiaron por venta de participaciones.
Está comprobado que el 50 por
ciento de esas subvenciones eran sufragadas por grandes esclavistas, jerarcas,
nobles, propietarios de ingenios; pero, el otro 50 por ciento, eran las
participaciones de gente normal, el dueño de una tienda de abarrotes, una
costurera que le había ido bien, un zapatero que había ahorrado dos pesos.
La máxima rentabilidad en el
siglo XIX estaba en la trata de esclavos. La sociedad era profundamente
esclavista. La Cuba esclavista producía más azúcar que el resto del mundo
junto. No puedes mantener una atrocidad como la esclavitud, sobre millones de
personas durante siglos, sin la participación de toda la sociedad”, aclara.
Por todo esto, Bardem está
convencido de que en las sociedades modernas se sostiene este racismo
estructural. “El movimiento Black Lives Matter denuncia la profundidad de
esta herida. Yo estoy de acuerdo en que derriben las estatuas, para eso están,
son la construcción de un relato a posteriori que dice la verdad a medias”.
Mongo blanco, publicado el año pasado en España por Plaza
y Janés, donde va por la sexta reedición, ahora llegará a México y a América
Latina. “El Premio Espartaco es un empujón, es viento en las velas de la
novela. Es algo que la acercará a más lectores. Estoy feliz de que cruzará el
Atlántico y cumplirá con su destino natural”, indica quien ya prepara su quinta
obra de largo aliento.
Deseo que los lectores dialoguen
con el monstruo, que lo encaren, que lo escuchen; pero esto no significa
justificarlo”, concluye.