• La escritora libanesa habla en esta conversación sobre Sheherazade, el Marqués de Sade y las guerras en Siria y Palestina, escenarios de su más reciente libro
Ciudad de México
La revista Arabian Business la seleccionó
como una de las mujeres más influyentes del mundo árabe por su activismo
social y cultural. Fundadora de Jasad, revista cultural erótica, primera en su
estilo en lengua árabe, Joumana Haddad (Beirut, 1970) es periodista,
conferencista y activista en derechos humanos. Ganadora de diversos premios,
entre otros el Premio de la Carrera Poética otorgado por la Fundación
Archicultura en Italia, es autora, entre otros libros, de Yo maté a Scherezade:
confesiones de una mujer árabe furiosa, El retorno de Lilith, Superman es
árabe. Acerca de Dios, el matrimonio, los machos y otros inventos desastrosos,
y La hija de la costurera (Lumen, 2019).
—¿Qué le dejó Las mil y una noches?
Cuando leí por primera vez este libro
maravilloso yo era muy joven, me dieron una edición corta y censurada. Después
lo releí sin censura en mis veintes. En ambos casos me fascinaron los relatos,
la forma en que cada uno de ellos nacía de otro me parecía un milagro sin fin.
No me siento capaz de describir a qué grado este libro alentó mi imaginación y
creatividad.
—¿Por
qué decidió matar a Sheherazade en uno de sus libros?
Este “crimen” se debe a que hice una
interpretación personal distinta del personaje de Sheherazade: consiste en una
crítica a la mujer que para obtener lo que le corresponde por derecho debe
sobornar al hombre con sus relatos. Aunque la cultura y la imaginación sean
buenas vías de escape, pienso que es tiempo de pasar a otro modelo de
emancipación, a otra Sheherazade que narre sus relatos por el placer de
contarlos, en vez de negociar con alguien a cambio de su vida y libertad. En
este último caso, la responsabilidad de la mujer se vuelve un compromiso, o
bien una autovictimización o aún peor, la comodidad pasiva de la mujer
oprimida.
—¿Cómo influyó en usted la lectura del
Marqués de Sade?
Me obligó a cuestionarme sobre muchos
conceptos que fueron la base de mi educación. Como mujer, comprendí que era
mejor tomar en lugar de esperar a que se nos dé. Las mujeres que hemos crecido
en una sociedad injusta hemos tenido que levantarnos, avanzar, extender los
brazos hacia lo que queremos y tomarlo. Sade también me ha enseñado a
comprender las prácticas y los gustos como son y no desde un a priori que
los clasifica entre “normales” y “anormales”. Los opositores a Sade lo
comprenden únicamente en un primer nivel, el de la crudeza y violencia
sexuales, cuando se trata de mucho más. Ha sido hasta nuestros días el más
grande explorador del alma humana, el que se ha aventurado a ir más lejos. Es,
sobre todo, el primero en haber considerado que la imaginación erótica no
depende sólo de un género masculino o femenino. Y que los fantasmas no pueden
regirse sólo por las reglas de lo políticamente correcto. La lectura de Sade me
ha infundido también la valentía para expresar mi cólera contra los radicales
de todo tipo, trátese de los musulmanes que practican crímenes de honor y se
casan con jovencitas, casi niñas, de los cristianos que cierran los ojos ante
la pedofilia inmunda de la iglesia, o de los ultraderechistas que, en
Occidente, quieren controlar los cuerpos de las mujeres en nombre de un poder
machista, hipócrita en extremo, ejercido sólo en contra del género femenino.
—¿Por qué le gusta el poema “Libertad” de
Paul Éluard ?
Porque la libertad ha sido y siempre será el
primer motor de mi búsqueda interna en este mundo que se parece demasiado a una
prisión.
—¿Cómo describe a las mujeres de su familia?
Aunque me crie en el seno de una familia
tradicional, mi manera de pensar y de vivir es muy diferente a la de otras
mujeres de mi entorno. Pero siempre ha habido modelos de mujeres fuertes y
combativas cerca de mí. Mujeres como mi madre, quienes pese a tanto sufrimiento
y dolor no se dan por vencidas y se levantan una y otra vez.
—La hija de la costurera trata acerca de las
guerras en Siria, Palestina, el genocidio armenio, la violencia ejercida contra
cuatro generaciones de mujeres y cómo asumen de manera distinta su sexualidad.
Y lo más triste es que esta violencia
continúa. Fuera de algunos avances que se han obtenido en cuanto a las leyes
aquí y allá en el mundo, el monstruo del patriarcado y del sexismo se encuentra
en todas partes y arruina las vidas, las oportunidades, los derechos y, sobre
todo, los cuerpos de las mujeres. ¿No es tiempo de destruirlo?