• La escritora, ensayista y traductora canadiense mezcla en sus textos la introspección con la pintura, el teatro y el cine
CIUDAD DE MÉXICO.
Anne
Carson (Toronto, 1950) es la poeta de la sed, del hambre y una de las figuras
clave de la literatura anglosajona contemporánea que en sus ensayos mezcla
pintura, teatro, cine y poesía clásica y, desde sus traducciones, actualiza los
escritos de Safo, Heráclito, Simónides de Ceos y Gorgias. Ella, la escritora
del silencio y de la introspección, una peregrina constante, ayer fue
distinguida con el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2020.
El anuncio fue realizado por la
Fundación Princesa de Asturias (FPA), donde el jurado destacó su trabajo
literario en los distintos ámbitos de la escritura, es decir, como poeta,
ensayista y traductora, ya que ha alcanzado importantes “cotas de intensidad y
solvencia intelectual que la sitúan entre los escritores más destacados del
presente”.
Además, “desde el estudio del
mundo grecolatino (Carson) ha construido una poética innovadora donde la
vitalidad del gran pensamiento clásico funciona a la manera de un mapa que
invita a dilucidar las complejidades del momento actual. Su obra mantiene un
compromiso con la emoción y el pensamiento, con el estudio de la tradición y la
presencia renovada de las Humanidades como una manera de alcanzar mejor
conciencia de nuestro tiempo”, detalla el acta del galardón.
La autora de Nox, Decreación, Tipos de agua.
El Camino de Santiago, Albertine. Rutina de ejercicios y Si no, el invierno. Fragmentos de Safo,
publicados por Vaso Roto y que es vista como un faro de luz en el terreno de la
lírica, cumplirá 70 años el próximo domingo y quien ya confirmó su próxima
visita a México para el 1 de diciembre, en lo que será un acontecimiento que
mostrará las conexiones que ha tejido entre poesía y mitología griega, su
intimidad familiar, amorosa y la muerte de su hermano en 2000, como yace
en Nox.
Y para conocer algunos detalles
sobre su vida y obra, Excélsior charló con Jeannette L. Clariond,
también poeta, traductora y editora de Vaso Roto.
¿Cómo definiría a Anne Carson?,
se le pregunta vía telefónica. “Como una poeta llena de sed y de hambre, en el
sentido de Søren Kierkegaard, donde sólo se puede llenar con más sed. Es una
poeta que vive en el despojo, porque no está preocupada por las lecturas o por
darse a conocer, es decir, ella no está en el afuera, sino dentro de ella
misma, excavando, como bien dice en un poema con ecos de Elizabeth Bishop, como
un topo que intenta llegar a esas zonas subterráneas para encontrar el oro de
la poesía, tal como lo expresa en El camino de Santiago. La definiría como un alma con
sed y hambre y siempre en peregrinaje”.
¿Cómo la conoció? “La conocí en
la escuela de Wallace Stevens, donde ella estaba imbuida en la cábala. Ahí es
donde empezó a hablar de Isaac Luria –a quien llamaban “Isaac el ciego”– y
entonces me percaté del concepto de cábala y de poetas como Wallace Stevens,
Elizabeth Bishop, John Ashbery, James Merrill”.
Después traduje Decreación y
empecé a tener relación con ella. (En ese libro) incluye poesía, ensayo y un
libreto para ópera. Me di cuenta de cómo mezcla pintura, teatro y cine y es una
de las lecturas que podría recomendar para los lectores que se acercan por
primera vez a Carson”, comenta.
MUSA
ACUÁTICA
L. Clariond también recuerda que
para Tales de Mileto el agua era el primer elemento de todas las cosas. Y en
este sentido, Carson aborda esa línea y escribió Tipos de agua,
recordando que Kafka tuvo la idea de cruzar a nado todos los ríos de Europa,
acompañado de su amigo Max Brod, aunque su salud se lo impidió.
Entonces, Carson nos dice que le
gustan las parábolas de Kafka y asegura que la gente que habita en ellas no
sabe hacer preguntas de forma simple, y esos personajes son el modelo de Carson
para hacer preguntas y lanzarlas con anécdotas a sus lectores”, apunta.
Y así recuerda que en Economía de lo que no se pierde –el
libro de Carson que L. Clariond recién ha traducido y que publicará en octubre
próximo–, recuerda que cuando Paul Celan tenía cuatro años y creaba sus propios
cuentos, su padre le dijo que no era necesario hacerlo, porque el Antiguo
Testamento está lleno de éstos y, por tanto, la creación de nuevas historias
era un despilfarro de palabras”.
Y basada en esa anécdota, Carson
nos dice que esos sentimientos paternos no son infrecuentes y que ella misma se
ve reflejada, porque le sucedió algo similar con su padre, pues cuando ella
terminaba sus poemas y los dejaba en la cocina, su padre los envolvía en papel
periódico y escribía: ‘Viernes. Día de la basura’. Y para una fragilidad como
la de Carson, tener un padre que hacía eso debió significar algo muy doloroso
que ha expiado en los personajes de su obra”, revela.
Pero mientras L. Clariond
recordaba esa anécdota, recibió un correo electrónico que dibuja de cuerpo
entero la personalidad introspectiva y mesurada de la poeta canadiense, luego
de que le diera la noticia del premio: “Estoy asombrada. Sé que tus esfuerzos
son la maquinaria para esta sorpresa”.
Minutos después, Carson envió un
breve mensaje compacto y cálido a la FPA: “Un increíble honor. Una total
sorpresa. Desde que atravesé España a pie, en 1983 (desde Francia a
Compostela), me he quedado maravillada con la cultura de esa gente que no
sonríe a menos que tenga una muy buena razón. ¡Qué amable de su parte sugerir
que puedo haberles dado una razón para hacerlo!”.
Esto nos habla de cómo Anne
Carson es una mujer sensible y de una gran belleza, llena de espiritualidad y
luz, como puede descubrirse en Economía de lo que no se pierde, donde compara a dos
poetas enormes como Friedrich Hölderlin y Paul Celan”, concluye la editora.