• No están considerados en ningún programa del gobierno. Permanecen fuera del radar de la Secretaría de Bienestar
Ciudad de México.- Como
en una vieja canción de los Beatles, los jornaleros agrícolas indígenas
son de ninguna parte. Sin tierras en su propia tierra, salen al azar a los
campos agrícolas del noroeste de México y se dispersan hasta
volverse invisibles, señala en entrevista Abel Barrera, director del
Centro de Derechos Humanos de La Montaña de Guerrero, Tlachinollan.
No están considerados en ningún programa del
gobierno. Permanecen fuera del radar de la Secretaría de Bienestar, a la cual
Tlachinollan dirigió un escrito el 23 de abril: El Covid-19 y la crisis alimentaria en La Montaña de Guerrero y la
Costa Chica, que planteaba esa y otras problemáticas urgentes de
las comunidades indígenas de la región, y que sigue sin respuesta.
En el actual periodo de pandemia y
cuarentena, muchos de los migrantes, de origen mixteco, nahua y otros, quedaron
sin trabajo, atrapados en las galeras de los campos. Muchos regresan a sus
comunidades, con frecuencia para encontrarlas cerradas para ellos. Barrera
precisa: Esta semana llegaron a la ciudad de Tlapa (puerta de La Montaña)
10 camiones llenos, 500 personas de diferentes comunidades que regresan de
Sinaloa o Baja California.
Pocas pudieron llegar a su casa. Otras más
residen precariamente en Tlapa, y otros más andan perdidos, como en
condición de calle, describe Barrera, pero en el campo, al aire libre.
Familias enteras. Niños que no van a la escuela, mujeres monolingües de lengua
indígena. Sin trabajo, incluso sin techo. Un cuadro de desamparo total, que es
lo que desea resaltar el director de Tlachinollan.
Destaca que siete municipios indígenas de La
Montaña permanecen libres de la infección por coronavirus. Esto demuestra
que las autoridades comunitarias, que han tomado medidas de aislamiento, y el
propio aislamiento en que se encuentran, de alguna manera los ha protegido. Se
cuidan, añade Barrera, porque si llega la enfermedad no tienen nada para
atenderla y va a estar complicado.
Los jornaleros agrícolas sólo existen en la
cuenta de población total de indígenas en el censo, cuando mucho. El abogado
guerrerense señala que los jornaleros además pueden deber multas a sus
propias comunidades por no participar en las faenas comunitarias al estar
ausentes. Ha sido difícil colocar en la atención del gobierno y del público la
pobreza de un sector que nadie ve. No tiene casa ni origen fijo. En fin, la
precariedad los aleja de la raíz. Se han dedicado a trabajar surcos que no
son suyos, por 100 o 200 pesos al día. Son blanco de todo el racismo que
conocemos, y eso aumenta su invisibilidad.
Tlachinollan ha interpelado también al
gobierno de Guerrero, demandando atención específica a la que es,
probablemente, la población más precaria de la entidad. Barrera comenta el
publicitado repunte de las remesas. Fue en marzo, falta ver qué pasó en
abril. Prevé una disminución, pero admite que el inesperado incremento de marzo
habla de una reacción muy propia de los pueblos, que reforzaron esfuerzos al
ver venir la actual emergencia. “Pero esa ‘ganancia’ no va a durar mucho”,
concluye con realismo y casi pesadumbre.
En fecha reciente, Tlachinollan divulgó un
registro de 98 empresas agrícolas donde trabajaban jornaleros de La Montaña
hasta diciembre de 2019. La grandísima mayoría está en Sinaloa, pero también en
Sonora, Baja California, Nayarit, Jalisco, Guanajuato y San Luis Potosí. Para
los miles de jornaleros indígenas dispersos muy al norte de sus pueblos, en
caso de enfermar, será muy difícil que reciban atención, se encuentren donde se
encuentren. Barrera insiste: No existen.