• El poeta mexicano recrea en Miel para los rebaños el cuerpo femenino, la infancia y el símbolo del agua como liturgia y erotismo
CIUDAD DE MÉXICO.
El encuentro con
el cuerpo femenino, que es presencia y ausencia al mismo tiempo, el oleaje de
la infancia y el símbolo del agua como liturgia y erotismo son algunos de los
elementos que componen Miel para los rebaños,
el poemario más reciente del mexicano Édgar Mena (1978). En entrevista
con Excélsior, el autor da cuenta de los engranajes de este
libro, así como del arte poético y sus influencias.
Casi siempre
escribo el mismo poema, es decir, un texto interminable que suena en mi cabeza
y que, de a poco, intento dibujar. Muchos de los versos de Miel para los rebaños, sobre todo los escritos a una tercera
persona del posesivo (su), están inspirados en algunos poemas que leía cuando
era joven; por ejemplo, Mascarón de prosa, de
Francisco Hernández, quien también utilizaba este recurso, hablándole a alguien
con respeto, como si fuera un vasallo que le escribe a su señora”, explica el
vate.
Este recurso me
pareció interesante y también me propuse escribir de esta manera. Representan
una figura inabarcable, una presencia femenina que es todas y quizá ninguna; un
eterno femenino”, reconoce.
Miel para los rebaños se sustenta de dos pilastras: la métrica y la
imagen. En cuanto a la primera, Mena confiesa que “cuando era joven intentaba
hacer poesía con métrica y combinaba estructuras. Luego, las lecturas me dieron
otra lección y comprendí, creo, que la poesía se construye desde otro lado, con
otros recursos; sin embargo, el oído se me quedó acostumbrado a escuchar el
ritmo de los heptasílabos y los octosílabos”.
Agrega que Tomás Segovia, mediante rigurosos ejercicios, “nos hacía
notar los endecasílabos en poemas de Gilberto Owen que, desde nuestra
inexperiencia, estaban escritos en verso libre; sin embargo, él nos educaba el
oído y nos decía que no, que ahí había un endecasílabo en medio de todos los
versos, el cual tenía un propósito específico.
Desde entonces, me
gusta esa estrategia, meter algún verso medido entre toda la maraña, con miras
a lograr un ritmo, una melodía. En la primera parte de Miel para los rebaños es más clara esta tentativa; la
segunda tiene una estructura más libre, más conversacional”, explica.
En cuanto a las imágenes, muchas de ellas referentes a la claridad, el
agua (sobre todo el mar y su oleaje), la miel, la mañana, el bardo afirma que
“pienso en el agua como un elemento purificador, de renacimiento; casi todas
las imágenes que construyo con el agua tienen un propósito religioso”.
Ganador de los
premios de poesía José Emilio Pacheco, Casa del Lago y Punto de Partida, Mena
ha publicado hasta ahora Alivio de los puertos, Cántaro y Soy de tus manos. Entre
este último título y Miel para los rebaños (Tabaquería
Libros) pasaron ocho años. Al preguntarle sobre el largo tiempo que dejó pasar
entre uno y otro, señala que sus actividades no le permiten escribir como él
quisiera.
Soy de tus manos tuvo una génesis similar. Tardé ocho años, en
los que pude conjuntar los pocos poemas que contiene. Un día surgió la
oportunidad de publicarlo, con la anuencia de Iván y Héctor Baca (en
Cuadrivio), y no lo pensamos más.
Actualmente, tengo
muy poco tiempo para leer y escribir, es por ello que tardé tanto. Siempre
pienso que ya no escribiré más, pero cuando menos lo pienso ya tengo algunos
archivos en mi computadora; un día ya son demasiados y valoro si vale la pena
publicarlos”, narra.
MUJER E INFANCIA
Escindido en dos
estaciones poéticas, Luna pastora y El mástil de la infancia, dos aspectos son trascendentales
en este libro: la mujer y el ir hacia la niñez. “La primera parte es muy
lírica. Es un solo poema que le habla a una mujer desde un sentido religioso,
sumiso, como el héroe que depone sus armas por su dama. El epígrafe de Owen, un
cuarteto de Madrigal por Medusa, traza una ruta, pues algunos aspectos
del mito de Perseo y Medusa aparecen como pequeños destellos”, asegura.
La segunda, prosigue, es más conversacional y aparece otra de las situaciones
comunes en sus poemas, habla de la infancia. “Pienso que hay algo de soledad en
quien va creciendo, cuando intentas comprender el mundo. Sólo que mi mirada
está en los recuerdos de mi infancia, en la niebla, en las historias que me
contaba el abuelo que, a decir verdad, son mis dos abuelos. Ocurre algo raro en
mi memoria, pero yo fusiono las vivencias con mis abuelos paterno y materno,
los vuelvo uno cuando escribo”, añade.
El lector de poetas como Alí Chumacero, Owen, José Luis Rivas, Jorge Esquinca,
Edmond Jabès, Raúl Zurita y Georges Schehadé es docente de literatura en el CCH
Naucalpan y editor de Almendra, editorial de esta institución.
“Para mí la poesía
es un juego y creo firmemente en ello, por lo que trato de enseñar la poesía y
en general la literatura como si fueran un juego para que los alumnos se
interesen. El juego es mi forma de motivar a los estudiantes a que se acerquen
a la literatura y, en particular, a la poesía”, concluye.