• Hemos ganado, pero eso no cambia nada respecto al hecho de que sin aficionados no es un fútbol que queremos, firmó el entrenador del Borussia Mönchengladbach Marco Rose
Berlín. Silencio sepulcral, consignas audibles por todos y
ambiente al que será "difícil adaptarse": jugar un partido de fútbol
a puerta cerrada debido a la amenaza del coronavirus representa una desilusión
para los jugadores, así como una falta de ingresos por taquilla para los clubes.
"No hay ningún placer". La
constatación implacable está firmada por el entrenador del Borussia
Mönchengladbach Marco Rose, el pasado 11 de marzo, tras la victoria contra el
Colonia (2-1), en el único partido a puerta cerrada de la historia de la Bundesliga.
"Hemos ganado, pero eso no cambia nada
respecto al hecho de que sin aficionados no es un fútbol que queremos. Hemos
sido todos muy profesionales, pero sabemos ahora mejor que antes lo importante
que son los aficionados en este deporte", añadió.
Primer campeonato importante en echar a andar
tras una interrupción de más de dos meses, debido a la crisis sanitaria, la
Bundesliga se reanuda el 16 de mayo en estadios vacíos.
"Es diferente, falta algo, se diría que
es un amistoso, es duro tomarlo en serio. En el terreno, encontré que la
sensación no es como un partido normal, porque te sientes en modo
entrenamiento", explicó Christoph Kramer, centrocampista del Borussia
Mönchengladbach.
"Falta algo y algo enorme. Es
simplemente angustioso y de una cierta manera no tiene nada que ver con el
fútbol", señala el árbitro Deniz Aytekin, que dirigió el partido.
'Fútbol falto de emociones'
La ausencia de público, que será moneda
corriente debido a pandemia, conducirá a varios países, como España, Inglaterra
e Italia, a hacer de los partidos a puerta cerrada su "doctrina" en
la posible vuelta de las competiciones.
Una configuración que da lugar a escenas
surrealistas.
"Se oye más lo que dice el banquillo
rival y lo que se dicen los árbitros entre ellos. Se oyen también todas las
palabras de los jugadores, y puedes decir algo a un jugador aunque esté al otro
lado del terreno", recuerda Markus Gisdol, entrenador del Colonia.
En España, la imagen de un Camp Nou, de
99.000 plazas, vacío, silencioso, en el último partido a puerta cerrada jugado
en Barcelona, el 1 de octubre de 2017 entre Barça y Unión Deportiva Las Palmas,
quedará mucho tiempo grabado en la memoria de los jugadores azulgranas,
privados de público debido a la crisis política en Cataluña.
En marzo, en el Juventus-Inter de Milán, la
escena mostrando a Cristiano Ronaldo imitando que chocaba sus manos con otras a
su salida del autobús, donde solían esperar siempre algunos 'tifosi', ilustró
el carácter nada habitual de la medida.
Otra anécdota absurda durante el partido:
Maurizio Sarri, el entrenador de la Juventus, se giró hacia las tribunas
agitando los brazos, como para pedir al público que hiciera ruido. Un público
inexistente.
En el Marsella-Burdeos de 2019, el goleador
del partido, Boubacar Kamara, había incluso confesado que en el momento de su
gol, "no sabía qué hacer" como celebración, lamentando la ausencia de
"la locura del público".
Pérdidas económicas
Más allá de hacer audibles las consignas de
los entrenadores, las conversaciones entre los jugadores, el golpe de los
remates a los postes y los gritos de dolor tras ciertas entradas, como en el
PSG-Borussia Dortmund, los partidos a puerta cerrada perturban mucho a los
participantes, poco proclives a entusiasmarse ante asientos vacíos.
"Esos partidos tienen trampa, ya que a
menudo estás más concentrado en cosas exteriores que en el juego", resumía
en 2017 Ernesto Valverde, entonces entrenador del Barça.
Las pérdidas a nivel económico, por último,
son algo a no desdeñar para los equipos locales.
Entre los ingresos por ventas de entradas,
palcos, restauración, las pérdidas pueden contarse en millones de euros.
Para el PSG-Borussia Dortmund, el club
parisino estima las pérdidas sufridas en seis millones de euros y teme un
impacto en sus cuentas, analizadas por la UEFA y su fair-play financiero.
Según la prensa, el Barça había perdido 3,4
millones de euros de billetería tras su partido a puerta cerrada en 2017.