• Indígenas mexicanos decidieron retornar antes de que les resultara imposible, pero han enfrentado un nuevo obstáculo: sus comunidades están cerradas, incluso para ellos
Ciudad de México
Mientras numerosos migrantes de La Montaña
guerrerense quedan atrapados por el Covid-19 o por sus consecuencias en Estados
Unidos, en su tierra de origen parece aún más larga la sombra de la pandemia,
aunque también más lenta. Ya está en puerta. Desde que Nueva York se convirtió
en el núcleo de la temible infección viral, y los trabajos de los indígenas
mexicanos comenzaron a colapsarse, muchos de ellos decidieron retornar antes de
que les resultara imposible. Todo, para enfrentar un nuevo obstáculo: sus
comunidades están cerradas, incluso para ellos.
Dos familias nu’savi de un pueblo de
Alcozauca fueron admitidas de manera excepcional, a condición de aislarse en
sus casas durante dos semanas. Tuvieron suerte. Comienzan a multiplicarse los
casos de retornados que no son admitidos en sus pueblos, tanto nahuas como
me’phaa (tlapanecos) y nu’savi (mixtecos), por lo cual se han quedado en Tlapa,
la ciudad mayor de la Montaña. Así, dos personas de Huamuxtitlán que regresaron
de Estados Unidos ya no pudieron ingresar a su comunidad.
Las autoridades comunitarias y sus policías,
bien organizadas en la región, establecieron controles desde semanas atrás. No
admiten visitantes ni a quienes regresan de los campos del norte, situación que
comparten millares de indígenas.
Este “encapsulamiento comunitario”, a juicio
del abogado Abel Barrera, director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña
Tlachinollan, “es una medida de protección drástica pero necesaria”.
Mientras en otras partes del país las
comunidades han sido renuentes a la “sana distancia” y las medidas de
aislamiento, como se ve en las celebraciones de cuaresma y semana santa en
Chiapas, Oaxaca o Estado de México, los pueblos de la Montaña toman decisiones
costosas pero prudentes. Totomixtlahuaca por ejemplo suspendió su gran fiesta,
que reporta importantes ingresos. Se perdió el dinero de los músicos
contratados y los gastos de organización.
Casi no hay una familia en los centenares de
pueblos de los 15 municipios de la Montaña y la Costa Chica que no tenga a uno
o varios miembros suyos en el norte, enviando las dichosas remesas, no sólo en
dólares; los jornaleros de Baja California y Sinaloa ganan en pesos, pero
también mandan dinero. O mandaban.
En meses recientes el gobierno retuvo los
fertilizantes para la última siembra, y ahora se esperan las consecuencias en
una cosecha previsiblemente menor. Hay quienes consideran que la falta de
fertilizantes indujo “un desastre”. A esto se suma una sequía que apenas
comienza, con altas temperaturas; ya se registran algunos incendios. Abel
Barrera denuncia la negligencias de los presidentes municipales: “No están
surtiendo con pipas de agua a los pueblos y rancherías que la necesitan”.
Según estima Tlachinollan, que lleva 26 años
acompañando a los pueblos de la vasta región indígena del Guerrero profundo,
hasta ahora se han registrado pocos casos de coronavirus en Tlapa. Hubo ya un
primer deceso, el de un migrante oriundo de Tlapa que, tras hospitalizarse por
el coronavirus, fue remitido a Chilpancingo, donde falleció. Ahora, Tlapa misma
cerró su territorio.
“La ola viene retrasada”, considera Abel
Barrera. “La curva (de contagios) está por llegar”.