• Los viajes enseñan. Hoy les comparto uno de ellos que me dejo profunda huella • El amor al padre es inmenso y permanente • Conversaciones con el diablo
Sobre las nubes. Viaje con
amor; ansiado retorno lo vi. Esa expresión de su rostro, jamás se me olvidará.
Alegre, feliz, contento. Mi padre Francisco Chávez Villalba, sentado, pegado a
la ventanilla de ese avión DC9 de Aeroméxico. Sus ojos escaneaban las nubes
blancas. Las observaba con detenimiento. Gozaba el espectáculo. Y yo,
disfrutaba su compañía.
Era el jueves siete de Julio
de 1977. Y retornábamos al estado. Fue el único viaje juntos. Un viaje con amor
y con la satisfacción compartida de haber retornado al terruño original:
Durango.
La misma tierra que habíamos
dejado el jueves 20 de agosto de 1964. Ambos veníamos satisfechos.
En ese momento y como
corolario la aeromoza nos sirve los alimentos. Antes de comer - mi padre- da un
trago largo a su cerveza. Y expresa” volar sobre las nubes, es algo que nunca
me imaginé” Y le contesto - ni yo. Es cosa de Dios” después sonríe.
Ese viaje nació en la víspera
prolongada. Ahorros que fui haciendo en mi trabajo de reportero en El Tiempo de
La Paz. Abrí una cuenta en Bancomer donde era gerente mi amigo eterno Juan
Manuel Castro Ojeda.
Y dice el dicho de que en
grano en grano llena la gallina el buche, pronto estuve en posibilidades de
invitar a mi padre. Se resistió. No concebía un viaje así: en avión, de toda
una quincena. Y pagadero por su hijo. Y al fin acepto.
Los boletos me los vendió el
gerente de la empresa don Eduardo Pickett. Y ahí vamos.
Desde que fui por el a San
Carlos empezaron los pleitos. O mejor dicho desencuentros que serían una
constante en el viaje. No le gustaba que lo apurara. “Hay tiempo” me decía.
Salimos a las seis de la
mañana en el vuelo de Aeroméxico directo a Durango. Y por ende llegamos
temprano. Y a desayunar al Socavón. El mismo restaurante ubicado al costado de
Catedral, donde me llevo de niño a comprar manzanas con miel.
Degustamos chile pasado,
gorditas de horno. Y frijoles refritos. Del desayuno caminamos por el parque. Y
a regañadientes acepto irnos a la terminal de autobuses para seguir nuestro
viaje a Santa Bárbara.
A bordo de un Ómnibus al filo
de las tres de la tarde llegamos a casa de mi Ma Rosa, mi abuela. Ahí presencié
una escena de amor. El reencuentro de una madre y un hijo. Un abrazo después de
largos años de ausencia.
El segundo día del periplo fue
bañarnos en el río Nazas.
En una extensa olla de agua en
el cauce del Río, cristalino, limpio el entorno. Una alberca para nosotros.
Pasaron las horas, aderezadas
con una charla sin final. A las cuatro horas el cielo se ennegreció , se
encapota y empiezan rayos y truenos muy cerca.
·
El amor
al padre es inmenso y permanente
Vámonos Papá, puede caernos un
rayo. No. No, pasa nada. Terco, no da señales en salir. Cae otro trueno.
Trooomp, lo siento a mis espaldas. Y otra vez “vámonos Papá. No, estoy muy a gusto.
Es más esos truenos son en la sierra. Se niega. Y Trooomp. Otro y ya no
aguanto. Me salgo y a correr. Tras de mí la carcajada.
Llegó asustado con mi abuela.
Me ve y pregunta ¿ y su padre? No se quiso venir. Con eso tuvo para gritarme
“No sea culichi. No tenga miedo a los truenos. Y regrese por su padre. Me lo
trae. Ándele, cuélele”
Atrás los filders. Y ahí voy
de retache. Ahora con los truenos y relámpagos más insistentes. El pavor no me
suelta. Y lo veo. Ya de pie. Y listo para el regreso.
Los días siguientes
inolvidables. Mi Ma Rosa nos cocinaba con esmero y variado. Chiles rellenos,
chúales, torrejas, pipián, caldillo. Pinole. Jocoque. Y el platillo de
platillos carne con chile. Era una comedera espléndida.
El fin llegó. Otra vez de
madrugada como había sucedido cuando esa fría mañana de Agosto de 1964 dejamos
ese terruño para llegar a un nuevo hogar: la California milenaria.
Otra vez al camino. Al
aeropuerto. Otra vez como cuando era niño, abrazado fuerte de mi padre, en ese
autobús. Otra vez con mi ilusión de tenerlo siempre conmigo. Otra vez como hoy
que lo siento muy cerca. En un viaje por esas blancas nubes.
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Conversaciones
con el diablo
Los diputados locales siguen
con sus desfiguras. Después del exceso en lo monetario al dar tarascones al presupuesto
ahora han desabarrancado en lo moral. Uno de ellos Manuel Armenta ha
boquiflojeado en contra de los sudcalifornianos, tildándonos de huevones. A lo
mejor somos tantito pero no tiene calidad moral para decirlo....Y con esto nos
despedimos y no olviden: hagan el bien y sean felices