• La obra de la autora mexicana llegará a las letras eslovacas en la antología El tiempo destrozado y otros cuentos, traducida por Lucia Duero, quien antes ha explorado la obra de poetas como Anne Carson y José Emilio Pacheco
CIUDAD DE MÉXICO.
Bajo el título en español El
tiempo destrozado y otros cuentos (F.A.C.E, 2017), la traductora y escritora
Lucia Duero (Eslovaquia, 1988) trasladó al eslovaco un grupo de relatos de la
cuentista y poeta mexicana Amparo Dávila (1928-2020), fallecida el pasado 18 de
abril, quien formó parte de un destacado grupo de mujeres escritoras junto a
Inés Arredondo, Guadalupe Dueñas, Elena Garro, Rosario Castellanos y Esther
Seligson, a mediados del siglo pasado.
Entrevistada por este diario acerca de la
labor de traducir la obra de Amparo Dávila, Duero confiesa que tuvo la
oportunidad de entregarle el libro a la escritora mexicana. “Cuando la
visitamos hace unas semanas con la embajadora de Eslovaquia, no me imaginé que
yo podría ser una de las últimas personas, o quizás la última fuera de su
entorno familiar, que se encontrara con ella. Ahora esta experiencia pertenece
al pasado, es como una piedra preciosa que brilla en mi camino”.
Autora de cuentos breves, pero intensos,
Amparo Dávila recibió en vida reconocimientos como el Premio Xavier
Villaurrutia, en 1977, por Árboles petrificados, su tercer libro de cuentos. En
la edición preparada por Duero se recopilan algunos de los mejores relatos de
la zacatecana, por ejemplo, La muerte en el bosque, La señorita Julia, El
tiempo destrozado, El final de una lucha, Alta cocina, El huésped, Un boleto a
cualquier parte, La quinta de las celosías, El espejo, La celda, El entierro.
Al cuestionar a la traductora el interés que tuvo
en la obra de Dávila, reconoce que le atraía traducir autores desconocidos en
Eslovaquia. “Me interesan los autores cuyas obras tienen un gran valor
artístico, pero cuyos nombres no han atravesado el panorama internacional de
tal manera como merecieren. Amparo es una de ellas. Nos muestra una realidad
llena de ficción o una ficción llena de realidad. Esta presencia del uno dentro
del otro es lo que me fascina. Yo siempre cuestiono la realidad, me parece una
invención muy conveniente, y siento que Amparo cuestionó la presencia de lo que
se supone que tenemos que comprender, aceptar, vivir como si realmente fuera lo
que pretende ser. Llevó las injusticias humanas y el machismo a un nivel
irreal. Y lo es, si lo piensas.
No me gustan los atributos que le dan a
Amparo como autora de cuento fantástico. Siento que reducen la calidad de su
obra y se pierde su importancia. Tal vez viene del hecho de que era mujer y
siempre tenía que comprobar y confirmar su talento, aún más en su tiempo”,
afirma Duero.
Lucia Duero, autora del libro El problema
principal, confiesa que Alta cocina fue el cuento que más trabajo le costó
traducir. “Quizás porque es un cuento corto, muy transparente, muy denso. En
este tipo de obras queda visible cualquier imprecisión, cualquier falta de
reflexión por parte del traductor”.
Asimismo, destaca que para ella es un gran
compromiso el trasladar a diversos autores a su lengua materna, el eslovaco.
“Yo misma convencí a los editores a que publicaran a los escritores que decidí
traducir. Allí está mi responsabilidad: hacerlo de tal manera que quede claro
por qué los escogí.
Pero uno siempre se puede decepcionar o
decepcionar a los demás, es simplemente mi aportación, mi intento de traer algo
de un mundo (literario) al otro. Otra persona lo haría de otra manera. Tal vez
me equivoco en algunas cosas, tal vez menos de lo que me imagino, porque
siempre imagino mucho, pero como dice la fenomenóloga Anna Hogenová, ‘huye del
quien dice que nunca se equivoca’”.
Tejer y destejar el idioma. El español y el
eslovaco está hilvanado por la mente de la traductora. Traducir, reto de
intimidad y fascinación. De la narrativa a la poesía, Lucia Duero también va de
José Emilio Pacheco y Arqueles Vela a los espejismos de Alejandra Pizarnik y a los
versos Anne Carson.
Al traducir primero se copia, descifra,
interpreta, adivina, reflexiona las palabras, las ideas, las intenciones. El
traductor vive con la obra, en muchos casos se identifica con sus autores.
Después trabaja el texto que ha ‘descifrado’ para hacerlo funcionar en el
idioma destino de la mejor manera, es decir, que parece que estuviera escrito
en esa lengua. Y dialogas con esta obra tal como dialogas contigo mismo y con
tu propia vida. Cuando traduzco de verdad, es decir, cuando me adentro en una
obra al punto que la vivo como si fuera la única realidad, a veces ni yo sé qué
está pasando y quién es quién, qué es lo que hago.
La traducción es una actividad humana muy
compleja, que va más allá de la cuestión del idioma, y el mismo idioma es un
fenómeno complicado que se rebasa a sí mismo. Hay que hacer el trabajo de la
mejor manera posible en el momento, pero no hay que olvidar que uno está
siempre en el camino, donde las perspectivas pueden cambiar de un día para el
otro. Picabia
lo resumió muy bien, ‘Our heads are round so our thoughts can change
direction’, afirma.