• El escritor, cuentista y ensayista brasileño de 94 años sufrió un infarto cardiaco y murió en un hospital de Río de Janeiro
CIUDAD DE MÉXICO.
Un “milagro literario” que a los 94 años
seguía escribiendo buenos libros; un hombre generoso, entusiasta, siempre
dispuesto a trabajar; un “tipo sensacional” que tenía “una humildad literaria
increíble”, cariñoso
y sincero; un creador al que no le gustaba hablar de sí mismo,
que lo entrevistaran ni que le tomaran fotografías, pero que siempre buscaba la
cercanía de sus lectores.
Así
recuerdan al escritor brasileño Rubem Fonseca (1925-2020), quien murió ayer en un
hospital de Río de Janeiro, víctima de un infarto, su editor Rafael Pérez Gay,
el estudioso de su obra Romeo Tello Garrido y sus traductores Rodolfo Mata y
Delia Juárez.
Considerado uno de los grandes escritores
iberoamericanos del siglo XX, el cuentista, novelista, ensayista y guionista
–“él decía que era un cineasta frustrado”, comenta Pérez Gay– fue el renovador
violento de la literatura brasileña, por su forma brutal y cruda de hurgar en
temas como la
desigualdad, la pobreza y la corrupción.
Era más que un escritor con interés social;
sí abordó los bajos fondos, la violencia, pero su obra tenía amplísimos registros”,
afirma Pérez Gay, editor de Cal y Arena, el sello que dio a conocer a Fonseca
en México.
Lo
publicamos desde principios de los 90. Fueron unos 21 libros, entre ellos Agosto, El seminarista, Diario de un
libertino y José”, detalla el también escritor que define la
prosa del Premio Camoes 2003 como “rápida, ágil, inteligente e inspirada”.
Destaca que Fonseca fue “un milagro literario
que escribió hasta el último momento. Él afirmaba que ‘escribir es comenzar y
después nadie puede detenerte’. Es una de las grandes prosas. Su obra quedará
como parte central de la cultura popular y erudita”, añade.
Cuenta
que lo conoció en la Universidad Autónoma Metropolitana en 1992, cuando el
brasileño tenía 67 años. “Al terminar su participación nos preguntó que a dónde
íbamos. Y un grupo de amigos y yo lo llevamos al table-dance El
Closet, de la colonia Condesa. Veía todo. No se le iba nada. La pasamos muy
bien. Y después retomó ese episodio en uno de sus cuentos”.
Hace cinco años, Fonseca cambió de editorial,
se pasó a Tusquets. “No hubo ruptura. Me dio las gracias. Cuando se despidió
comentó “infelizmente debo dejar Cal y Arena, mi editorial’. Yo creo que él y
sus hijos requerían de un arreglo editorial importante”.
Por su parte, Romeo Tello, quien dedicó su
tesis de maestría a la obra de don Rubem, lo recuerda como “un hombre generoso,
entusiasta; todos los proyectos que le proponías para difundir su obra, los
veía como si le hicieras un favor, siempre estaba muy dispuesto a trabajar”.
El investigador y traductor destaca que
“había algo en su visión crítica que analizaba al hombre, la agresividad en los
estratos sociales, la desigualdad, la violencia de los desposeídos, la moral
corrupta de los individuos, que comunicaba con fuerza a través de frases breves
y un estilo directo”.
Narra
que en una de las cuatro visitas que hizo Fonseca a México, invitado por
el Instituto
Nacional de Bellas Artes a participar en un homenaje a
Juan Rulfo, fue a comer a su casa, ubicada en Iztapalapa, donde convivió con su
familia. “No éramos grandes amigos, pero nos apreciábamos mucho. Tengo unas 15
cartas y notas que me envió con comentarios sobre sus libros”.
Piensa que “es uno de los grandes de la
literatura mundial de la pasada centuria, pues su obra era muy conocida y leída
en Alemania, Francia e Inglaterra”.