• A sus 75 años, el escritor habla de El juramento, su novela más reciente y también la más íntima
CIUDAD DE MÉXICO.
“Ahora sí, haz lo
que quieras”. Le dijo “una vocecita interior” al escritor Ignacio Solares al
cumplir 75 años, el pasado 15 de enero. “Por eso, ahora estoy más dedicado a
vivir. Estoy leyendo mucho y hago lo que se me antoja. Me acuesto tarde, me
levanto tarde, viajo y abordaré temas que sorprendan”, afirma tajante.
Al alcanzar esta
edad, confiesa en entrevist, “ya no le tengo tanto miedo a la muerte y puedo
vivir y escribir con mayor libertad”.
Por eso, dice,
quiso confeccionar El juramento, su novela más íntima. “No
pude haberla hecho antes y es posible que sea la última, no lo sé. Tenía que
haber sido a esta edad”.
El narrador, ensayista y dramaturgo chihuahuense comparte que temía no
llegar a esta etapa. “Mi papá murió a los 73 años, cuando yo tenía 39. Sus
hermanos fallecieron antes de los 57 años, eran siete. Todo es genético, las
enfermedades, el alcoholismo. Por eso escribía, me embarcaba en nuevos
proyectos literarios, para que pasara el tiempo.
“Estos 75 años
para mí son muy simbólicos. Estoy verdaderamente feliz. Por fin encontré mi
estabilidad, el amor de mi vida, mi esposa Myrna Ortega. Nos llevamos de
maravilla. Ella me ayuda mucho, lee mis cosas; hay quien dice que escribe mis
libros (se ríe). También cambió mi vida porque ya siento a Cristo realmente. A
partir de ahí es que puedo escribir la novela”, agrega.
El Premio Nacional
de Ciencias y Artes 2010, en el campo de Lingüística y Literatura, explica
que El juramento es singular. “Es como una flecha para dar
en el blanco, no se anda por las ramas. Cada línea va dirigida al final. El
mayor reto fue la técnica, que cada palabra tuviera su lugar, directa, el
lenguaje es un personaje”.
Esta obra narra la
historia de un joven que debe decidir qué hará con su vida. Un deseo profundo, su educación jesuita y la presión familiar
lo dirigen a hacerse cura, hasta que se enamora de una mujer poco convencional.
“El protagonista escucha una voz en sueños. Él cree que es Dios que le
dice ‘Soy yo y estoy contigo’. Me parezco un poco a él. Yo también estuve
coqueteando con el hinduismo, el budismo, el espiritismo, la magia. Fui a misas
negras de ritos vudú. Creía en un Dios impersonal.
“Como mi
personaje, vi las estrellas en la Tarahumara. Creo que estamos condicionados a
mirar hacia el suelo, porque hay que ganarnos el sustento. Ahora creo en un
Dios personal que nos acompaña y guía. No soy mi personaje, pero tiene cosas
mías”, indica.
El autor de Nen, la inútil, El sitio y No hay tal lugar recrea en El juramento el primer beso, el primer enamoramiento,
la primera relación sexual; lo que sirve como pretexto para recordar su vida
amorosa.
“Yo me enamoré por
primera vez a los 12 años de una tía; nunca pasó nada. Tuve mi primera novia a
los 16 años, ella tenía 22. Duramos más de un año. Naturalmente, no teníamos
relaciones sexuales. Después fui novio de una prima a los 22 años, me casé con
ella y tuve dos hijos. Finalmente, me separé y viví cuatro años solo”, cuenta
un tanto divertido.
Siempre he pensado
que nadie me puede soportar. Me duermo a las tres o cuatro de la madrugada y me
levanto al mediodía. Hasta que un día, en una cita para hacer un reportaje para
la Semana de Bellas Artes, conocí a Myrna Ortega. Desde que la
vi dije ‘ésta’. Y llevo 41 años casado con ella”, evoca feliz.
Las vivencias y las ideas críticas de Solares
inspiran El juramento. “Creo que la postura de la Iglesia respecto a
la sexualidad es criminal. La novela es una apuesta por la libertad y por
abrir el candado que representa la jerarquía católica. La mujer es el personaje
central. Él tenía su vida muy hecha, quería casarse con ella y no ser sacerdote.
El juramento de ella les pone un candado, cambia la vida de ambos”.
Aclara que el final de la novela queda abierto. “La protagonista juró no
volver a tener relaciones sexuales con él si encontraba su fe, entonces hay
tres posibilidades: que él se haga sacerdote; dos, que la deje para que ella
tenga su vida, viva su sexualidad y pueda tener una familia; y, tres, que se
atrevan a vivir juntos, sin sexualidad”, destaca.