• El boxeador Julio César Chávez fue distinguido como Mr. Amigo
Ciudad de México
La leyenda de Julio César Chávez es una larga
estela que alterna momentos de gloria y episodios oscuros. Por eso, lo repite,
no le gusta mirar hacia el pasado, no por temor a convertirse en una estatua de
sal como en el relato bíblico, sino por el dolor acumulado en una niñez de
cruda pobreza y después por los años del éxito atormentado por las adicciones.
Si no me hubiera rehabilitado ya no estaría
vivo para disfrutar el presente, dice el ex campeón; más de 10 años limpio
en los que he recibido tantos reconocimientos que ni me la creo.
Chávez parece reinventado. Un ex peleador
veterano, en excelente forma física, que se jubiló del boxeo hace 15 años, pero
con el poder intacto para convocar multitudes e invitaciones como en sus años
de actividad. Es poco común que un ídolo popular pueda persistir en la memoria
de varias generaciones con la misma pasión.
Las peleas de exhibición programadas este año
contra Jorge Travieso Arce
y Óscar de la Hoya aún emocionan a los aficionados, como si disputaran un
campeonato o el prestigio de ambos estuviera en vilo.
Motivados por esa fama, las comunidades de
Brownsville, Texas, y Matamoros, Tamaulipas, lo nombraron Mr. Amigo, una figura
para estrechar los lazos binacionales entre las poblaciones de ambas ciudades y
que culmina con un acto colectivo el 29 de febrero. Bajo ese título han
desfilado personajes del espectáculo como Cantinflas y hasta el ex presidente
de México Miguel Alemán.
Yo no soy de muchas palabras, dice con ese
acento frontal de los sinaloenses; cuando me lo ofrecieron les dije: no
estén chingando, yo ni sé qué es eso. Pero me dio pena por la insistencia y
terminé por aceptar; aunque no quería aceptarlo porque no soy ningún artista,
soy un boxeador, me explicaron qué significa y pues lo recibo con gusto.
El retiro de Chávez parece sólo una
formalidad para su biografía. En noviembre regresó al cuadrilátero para
sostener un combate de exhibición con el Travieso Arce
y revivieron los días de gloria. El éxito fue tanto, que acordaron enfrentarse
una vez más en marzo, y la llama se avivó lo suficiente para comprometer a su
ex rival, Óscar de la Hoya, en septiembre.
“Ahora voy por el Travieso,
pero el que sigue en septiembre es De la Hoya”, dice Chávez como si fuera una
conferencia en Las Vegas.
Chávez revela la nostalgia que siente por una
vida ofrendada en el cuadrilátero, con episodios épicos como aquella voltereta
en el último episodio ante Meldrick Taylor en 1990. Un combate que el ex
campeón mexicano asegura sería imposible el día de hoy.
No hay dinero que alcance para algo así,
ataja Chávez; no podrían pagarme por una pelea como aquella, aunque hoy se
paguen cantidades gigantescas de dinero.
Mauricio Sulaimán, presidente del Consejo
Mundial de Boxeo, está convencido de que Chávez está instalado en una memoria
que se transmite de generación en generación y de ahí el fenómeno que
representa.
“Si Floyd Mayweather ganó 300 millones de
dólares en una pelea, imagínate cuánto ganaría Chávez, sería algo de
fantasía", dijo Sulaimán; pocos pueden sobrevivir en la memoria de
tantas generaciones; es atípico su caso: el boxeador que fue una gloria suele
tener una caída y ya no se levanta. Chávez está como en sus buenos tiempos.
Ese esplendor que no se apaga en Julio César
Chávez, sin embargo, no logra encender en las carreras de sus hijos, también
boxeadores. Mientras la afición clama por más batallas del ídolo de los 90, al
mismo tiempo exige el retiro de sus herederos, Julio César y Omar. Los
hijos de Chávez han llevado procesos muy complicados, plantea Sulaimán; el
boxeo ha sido su problema, lo que los enfrenta.