• En Livermore, el cocinero Gerardo Manzano no ha hallado obstáculos para preparar sus platillos
En la cocina de Gerardo Manzano hay de todo para
cada comida: caldo humeante de iguana, cebollas y chiles picados y, a veces,
trozos de carnitas de puerco que dan tentación, además de verduras de todo el
mundo que matizan los platones con sus variados colores y llenando el comedor
con sus olores que despierta el paladar de familiares.
Eso no es todo. También se
puede comer tamales de iguana, mole de guajolote y salmón ahumado con sus
aromas que inundan la casa cuando el guiso se va sazonando. Los sabores traídos
de Cuanacaxti-tlán, municipio de San Luis Acatlán, Guerrero, evita que los
comensales (familiares de Manzano) sientan la distancia de su país. No es fácil
olvidarse de Guerrero, si hasta la sopa de frijol molido o una salsa de
chicatanas, comida tradicional de los ñuu savi (mixtecos) son
platillos que se disfrutan aquí.
–Prueba esto, a ver si ya se
coció– ofrece Manzano mientras deja en la mesa un plato con tamales de iguana.
Gerardo se mudó a Livermore,
California, hace 17 años, cuando decidió dejar Ciudad Juárez, Chihuahua, donde
trabajó primero de ayudante general, luego de preparador y después de cocinero.
Desde que llegó a Estados
Unidos trabaja de cocinero en restaurantes de comida mexicana. Hace dos años
sus jefes lo ascendieron a mánager de la cocina. Ocho trabajadores están a su
mando.
Cuando Gerardo abandonó
Cuanacaxtitlán tenía 17 años; a esa edad aprendió de comida texana en Ciudad
Juárez, y le cambió la vida para siempre. Ahora, sólo los recuerdos de sus años
de infancia salen de a poco en las pláticas, durante las noches cuando regresa
de su trabajo.
Aquí encontré lo que mi país
no pudo darme
El lunes, día de su descanso,
Gerardo Manzano salió a caminar en el puente Golden Gate de San Francisco; ahí,
platicó su travesía en Estados Unidos. Cada paso, es un suspiro lleno de
nostalgia de su pasado en México, donde salió expulsado hace 17 años por el
salario de hambre.
Aquí encontré lo que mi país
no pudo darme: un lugar seguro para mi familia y un salario justo que me
permite tener lo que en México ni en sueños hubiera podido tener. Es cierto que
no puedo visitar a mis papás, que estoy lejos, pero tengo la certeza de que
esto puede cambiar, dice con nostalgia.
La vida del guerrerense en
California dista mucho de lo que él desempeñaba cuando era niño. En aquellos
años, cuando jugaba con los chivos y escuchaba el murmullo de los chapulines
mientras pastoreaba las cabras, eran años en que nadie tenía acceso a juguetes
sintéticos, sino que los animales del bosque se convertían en los juguetes
favoritos de los niños.
Ya en la adolescencia, Manzano
se dedicó al comercio, en la temporada de ciruelas viajaba tres veces a la
semana a Ometepec a venderlas hervidas. Para llegar a la ciudad entre dos
cerros, lo hacía caminando: Salía de Cuana a las 3 de la madrugada,
caminaba como dos horas hasta Azoyú; de ahí, a Ometepec, en transporte público,
recuerda.
Manzano no sólo habla de sus
juegos infantiles, sino de su trabajo y de la situación política de México,
sobre todo de la crisis humanitaria en que se encuentra sumido el país desde
hace 12 años.
“Los que llegamos antes de
2006, lo hicimos porque en México la devaluación del peso dejó a todos en la
miseria, y no se diga en las comunidades indígenas. Ahora muchos paisanos son
desplazados por la violencia y la falta de trabajo… creo que el país está peor
ahora”, sostiene.
Después de caminar en las
calles de San Francisco, Manzano abordó el Metro que lo llevó donde dejó su
camioneta. Una vez que encendió el motor de su coche, reanudó la plática para
hablar de cómo es la vida de un cocinero en California.
Tamales de iguana
–Sólo un loco se atreve a
hacer tamales después de una jornada ajetreada –suelta Gerardo antes de da dar
la primera mordida al tamal de iguana.
–¡Están muy sabrosos estos
tamales, tío! –secunda la sobrina.
Así transcurre la tarde en la
casa de Gerardo, donde el sabor guerrerense no se aparta de la mesa. Los
tamales de iguana se acompañan de un atole de avena.
–Si estuviéramos en Cuana
sería atole de granillo, por eso sustituimos maíz por avena –se resigna el
cocinero.
–¿Cómo empezaste en la cocina?
–Desde que salí de mi pueblo
empecé a trabajar en la cocina en Ciudad Juárez; ahí trabajé de lavaplatos,
luego de ayudante en la cocina, hasta que de vez en cuando entraba de remplazo
del cocinero titular. Era difícil para mí, porque en el pueblo la cocina es
sólo para mujeres.
Después de trabajar en la
cocina en Ciudad Juárez, Manzano Emiliano trabajó en una taquería, de mesero,
luego de taquero; por eso, en la cocina de su casa no faltan cuchillos:
verduleros, carneros, de taquero y un hacha para cortar huesos.
–Entonces, ¿siempre has
trabajado de cocinero aquí?
–Sí. Desde que llegué aquí, he
trabajado en la cocina, porque fue más fácil para mí por la experiencia que
traigo de México.
“Bueno aquí aprendí algo más,
otro menú que en Juárez no conocía, eso enriqueció mis concomimientos. Eso sí,
en mi casa como lo que comía de niño con mis papás. A veces me mandan de
Guerrero frijoles molidos, con los que preparo la sopa. En México la conocen
como sopa tarasca o azteca, pero en tu’un savi le decimos ‘nde’é’, por el color
que toma cuando le agregamos gotas de limón: se pone morado”.
Sin embargo, en Livermore,
California, no hay obstáculos para los mexicanos. Aquí encuentran de todo en
las tiendas mexicanas. Se puede comprar chicharrón, manteca de cerdo, carne de
res y de chivo, pollo de rancho; hasta iguana se puede conseguir.
Los sabores de la cocina
mexicana son el lazo más estrecho entre los migrantes que viven en California,
donde uno puede sentirse como en casa.