• Iglesias nació en Malí, donde los albinos sufren persecución y muerte. En África, la sangre y huesos de una persona sin pigmentación en la piel llega a costar miles de dólares, pues los brujos y curanderos los convierten en amuletos, polvos mágicos o pociones que dan buena suerte en el amor y los negocios.
CIUDAD DE MÉXICO.
Adiaratou nació en el último año del siglo pasado.
Africana y albina, una mala combinación en un entorno de superstición y prejuicios.
Su madre, sordomuda y la tercera esposa de un musulmán, la parió en Bamako,
capital de Malí, donde uno de cada mil 500 niños nace con ausencia de
pigmento en la piel.
Dicen en el continente negro que un albino vivo trae
desgracia al pueblo que lo tiene cerca, que vendrán tragedias, pestes y
desastres naturales. Por eso hay que escupirles cuando pasan a unos metros,
gritarles improperios. Para los familiares es motivo de preocupación
y vergüenza. Hay que mantenerlos en casa y con las ventanas cerradas.
Lo preocupante es que para los brujos y curanderos de
países como Tanzania, Burundi, Kenia, Sudáfrica, Malawi y Malí los huesos,
sangre y partes del cuerpo de un albino tienen poderes extraordinarios. Allá,
existe la creencia de que enterrar el cabello de un albino, éste se convertirá
en oro.
Les dicen hijos del diablo o fantasmas. Pero un hueso de
ellos llega a costar más de mil dólares, pues los brujos y curanderos los
convierten en amuletos, polvos mágicos o pociones. Se rumora que dan buena suerte
en el amor y en los negocios.
A diferencia de sus ocho hermanos, Adiaratou creció
encerrada en la primera década de este siglo. Su madre tenía mucho temor de que
le ocurriera lo que a los otros niños albinos, que eran secuestrados y vendidos
en pedazos.
La niña se entretenía mirando sombras en la
televisión. Figuras borrosas de chicas de otros países
corriendo en algo así como un óvalo. Se movían muy rápido. Olvidaba decir que
el albinismo origina también la despigmentación del ojo, lo que causa pérdida
de la visión. Adiaratou sólo tiene un 20 por ciento de capacidad visual y a los
siete años (2006) soñaba con ser una de esas mujeres que corren en las pistas
del mundo e ir a unos juegos olímpicos.
Así creció en Bamako, escuchando cuentos de terror sobre
los cazadores de albinos, aquellos hombres de piel negra que se metían por las
madrugadas para robarse a los pequeños fantasmas blancos y cortarlos en
pedacitos. Lo peor que le pasó a la niña blanca fue recibir escupitajos en el
barrio y maldiciones. Las ocasiones que ella salió a las calles fue de la mano
de su madre.
Ella seguía soñando en correr por el mundo.
Lina Iglesias Forneiro es una mujer cuarentona, soltera y
maestra en el Magisterio de Lugo, ciudad española que se ubica en la comunidad
de Galicia. La profesora quería adoptar una niña y, buscando en centros de
asistencia, encontró a una quinceañera albina, casi ciega y cuyos ojos se
movían de manera involuntaria.
No era lo que buscaba, pero al conocer su historia supo
que esa niña era la indicada. Escuchó que Adiaratou nació en una familia
musulmana (el 90 por ciento lo es en Malí). Un padre con tres mujeres y una
madre sordomuda, la más joven de las esposas, con quien tuvo nueve hijos. Cada
esposa dormía en una habitación con todos sus hijos. El padre tenía una
recámara para él.
El padre comprendía los peligros que corría su hija en
Malí por ser fantasma en vida y por lo mismo ordenó que se le mantuviera en
casa. En un principio, pensaba hacer lo acostumbrado por aquellos rumbos:
casarla a los 12 años con un hombre mayor, el que él escogiera. Un año antes,
decidió que lo mejor para la pequeña era sacarla de África, lejos de los
cazadores de albinos.
Así es como Adiaratou llegó a Logroño, a la casa de un
hermanastro. Aprendió español en seis meses (en Malí se habla francés y
bambara), le compraron gafas, lo que le ayudó muy poco. No funcionó con su
hermanastro, quien tenía sus propios problemas. Así fue como se llevaron a
Adiaratou a un centro para mujeres, a los 13 años. A los 15 le preguntaron si
quería ser adoptada. Dijo que sí.
Entonces conoció a la maestra Lina Iglesias Forneiro,
quien le dio sus apellidos. Su madre adoptiva le preguntó qué quería hacer en
la vida. Ella le contesto: “Quiero correr como lo hacen otras chicas”.
Adiaratou Iglesias Forneiro cuenta los meses y los días
para estar en Tokio 2020 y cumplir el sueño de aquella niña de siete años, que
miraba figuras borrosas moverse muy rápido dentro de la TV. Ya no le espantan
los cuentos de terror de aquellos cazadores de fantasmas albinos que llegan a
los barrios pobres africanos por las noches para robarse a los niños y hacerlos
pedacitos. Ya no les tiene miedo a los brujos y curanderos.
De la familia en Bamako, Adiaratou ha perdido todo el
contacto, excepto con su madre natural.