• Hoy se presenta el libro 'De Iguala a Ayotzinapa. La escena y el crimen', en la librería Gandhi Mauricio Achar
CIUDAD DE MÉXICO.
“Ayotzinapa no es Tlatelolco”,
afirman los investigadores y ensayistas Fernando Escalante
Gonzalbo y Julián Canseco Ibarra, autores
del libro De Iguala a Ayotzinapa. La escena y el crimen, que se
presentará hoy en la librería Gandhi Mauricio Achar, con el que revisan la
relación entre ambos hechos, así como su construcción simbólica en el
imaginario colectivo a partir de informes, noticias y análisis que nacieron
desde el corazón de la cultura antagónica, esa cultura que asoció de forma
incorrecta la noche de Tlatelolco con lo ocurrido en Ayotzinapa.
La idea por la que ambos
hechos fueron asociados, explica Escalante Gonzalbo, se debe a dos hechos: a la
existencia de una cultura antagónica que siempre desconfía de las
instituciones, y al hecho de que el orden cultural encargado de analizar ambos
hechos no ha cambiado en los últimos 60 años, es decir, no se han modificado
los instrumentos para interpretar la realidad en todo este tiempo.
“Recordemos que habían pasado
pocos días después de la desaparición de los muchachos en Ayotzinapa, antes de
que se supiera qué había sucedido y ya aparecía la asociación o la
identificación con Tlatelolco”, apunta el investigador del Colegio de México y
también autor de Ciudadanos imaginarios.
Pero la realidad es que entre
ambos hechos no hay mucho en común. Son tantas las diferencias entre un caso y
otro, que llama la atención por qué la identificación que después se consolidó
hasta ser prácticamente automática”, reconoce.
Y a partir de esta idea, lanza
una explicación que podría justificar el origen de esta imposible asociación entre Ayotzinapa y Tlatelolco.
“Nosotros aventuramos una
conjetura al final del texto y es el hecho de que llevábamos casi 10 años de
ver asesinatos, masacres, fosas clandestinas y cuerpos mutilados cada día en la
prensa, pero no habíamos podido siquiera compadecernos públicamente de tanta
muerte, porque, en el lenguaje habitual, eran los narcos que se peleaban entre
sí.
“Entonces se valía
compadecerse. No había piedad. Pero existía un gran peso y una profunda
tristeza colectiva.
“Este caso ofreció una
posibilidad de compadecerse, porque eran puramente víctimas, estudiantes y no
culpables de nada. Entonces, todo el dolor y la tristeza de ver cadáveres
durante 10 años desembocó en un movimiento de compasión muy efusiva. Es una
conjetura. Pero posiblemente explica por qué la efusividad con el caso y dicha
comparación”, explica.
El volumen, que es
publicado por la editorial Grano de Sal, también recuerda que la sociedad
mexicana se alimenta de una cultura antagónica que desemboca en la falta de
credibilidad en la versión oficial de los hechos.
“La cultura antagónica es una herencia del régimen revolucionario y
postrevolucionario, una automática desconfianza hacia cualquier cosa que digan
las autoridades o que éstas establezcan. Es esa especie de desconfianza hacia
las versiones oficiales”, explica Escalante.
Dicho mecanismo produce un vacío en el
imaginario colectivo, el cual se llena con especulaciones y conjeturas.
¿La cultura mexicana es antagónica por
naturaleza? “La cultura antagónica se creó durante el régimen revolucionario y
con el estudio y el conocimiento de la historia patria, porque la historia del
país, tal como nos la han enseñado en la primaria, es siempre la historia de
las luchas heroicas del pueblo mexicano en contra de autoridades tiránicas,
contra el gobierno de los españoles, contra Maximiliano, contra Porfirio Díaz.
“Y esa misma estructura es la que se mantiene
después del 2 de octubre de 1968. La cultura antagónica está muy arraigada en
nuestra manera de entender la historia de México que supone las luchas del
pueblo en contra de autoridades opresivas. Ésa es la cultura antagónica”,
apunta.
¿Qué concluiría sobre esa comparación entre Tlatelolco y Ayotzinapa?
“Esa identificación no ayuda en nada a que podamos aclarar lo que sucedió.
Porque la distancia entre los dos hechos es enorme y no
hay punto de comparación.
“Además, al establecer esa analogía, se
borran todas las características concretas del episodio de Iguala y dejarlo
reducido a estudiantes que son masacrados por el estado. En ese momento, se
pierden de vista todas las características concretas del hecho en Iguala y no
ayuda a entender ni a evitar que en el futuro sucedan hechos similares”,
concluye.