• Giulio Romano innovó el arte de su tiempo superando el perfecto equilibrio formal de Rafael y abriendo la puerta al artificio, al refinamiento, a la citación culta
Mantua. El último brote del Renacimiento germinó en Mantua en
el auge del poder de la familia Gonzaga, gracias a un entramado de reciprocidad
entre Giulio Romano, discípulo predilecto de Rafael, y su mecenas Federico II
Gonzaga (hijo de la cultísima Isabella d’Este), quien llevó a la antigua y
refinada corte a su máximo esplendor.
Giulio
Romano (1492 o 1499-1546) innovó el arte de su tiempo superando el perfecto
equilibrio formal de Rafael y abriendo la puerta al artificio, al refinamiento,
a la citación culta, típica del manierismo que se imponía en toda Europa.
Dos
exposiciones en dos recintos, que concluirán el 6 de enero, renuevan las
aportaciones de la muestra histórica de 1989 al presentar la obra del artista
en diálogo directo con edificios, pinturas y decoraciones que él mismo creó,
trabajando 20 años, hasta su muerte, al servicio del duque.
Giorgio
Vasari en Vidas describió
los edificios erigidos por Giulio Romano en Mantua: ‘‘no habitaciones de
hombres, sino casas de los dioses’’; y tenía razón.
La
primera muestra, montada en colaboración con el Museo del Louvre,
titulada Con
nueva extravagante manera, destaca la innovación de su lenguaje
mediante 72 dibujos, expuestos en la deslumbrante Corte Nuova, el ala del
palazzo Ducal, construida, remodelada y decorada por Giulio Romano a partir de
1536. Los dibujos nos conducen al carácter poliédrico del pintor, arquitecto,
urbanista e incluso designer ante litteram (creó hasta loza). No son
simples bosquejos, sino obras terminadas al detalle para que su cuadrilla de
ayudantes pudiera ejecutarlos sin equivocaciones.
En la sala Amor y Sique, erotismo sin
inhibiciones
La segunda exposición, Arte y deseo, montada
en el palazzo Te (considerada su obra maestra, construida de 1525 a 1535),
explora la producción erótica del artista desde su formación en el taller de
Rafael hasta la culminación de la decoración mural de la sala de Amor y sique,
inspirada en la Metamorfosis, de Ovidio. Es el ambiente más
opulento del palacio, donde el erotismo aflora sin inhibición en ese espacio. Ahí
se acogía a los visitantes notables, incluido Carlos V, que lo visitó en 1530.
No
es casual que el edificio influenció el llamado palacio de Carlos V en la
Alhambra, mientras las decoraciones se propagaron mediante grabados en Italia y
Europa en todos los medios posibles: pintura, tapices, bronces, cerámica. Por
breve tiempo, que coincide con los años de actividad de Giulio Romano entre los
años 10 y los años 40 de ese siglo, el espíritu de libertad y sensualidad
invadió la pintura italiana.
Por
primera vez los artistas igualaron por calidad y sofisticación la poesía del
arte clásico. La severidad contrarreformista y la crisis de las guerras de
religión cerrarían este paréntesis, desde esos años.
Obra que contagió a otros artistas
Giulio Romano llegó a Mantua en 1524, por petición del
duque. Hasta ese momento había trabajado al lado de Rafael en la decoración de
las Estancias de su maestro en el Vaticano, quizás el encargo más prestigioso
de ese tiempo. Tras la muerte de Rafael en 1520, Giulio concluyó, a pedido del
papa León X, la sala de Constantino en el mismo sitio.
La
importancia de la Antigüedad en su formación artística incluyó un sector menos
áulico, pero vital y en auge, inspirado ya sea en la literatura (Ovidio,
Apuleyo) como en la estatuaria antigua.
Con
Rafael, quien (según el Vasari ‘‘murió por los excesos del amor’’) Giulio
decoró el pórtico de la Villa Farnesina del banquero Agostino Chigi y la
pequeña Stufetta (baño) del cardenal Bibbiena, donde los temas mito-lógicos
escondían los instintos eróticos de los mecenas. Pero a diferencia del palacio
Te, eran espacios íntimos fuera de la mirada del público.
Giulio
Romano realizó Modi, serie de dibujos pornográficos con 16
posiciones distintas, grabados en 1524 por Marcantonio Raimondi con sonetos procaces
de Pietro Aretino. Un trío de excelencia que generó el éxito inmediato de la
edición costándole la cárcel a Raimondi y más tarde la hoguera a los libros.
Sin embargo tuvo el tiempo de generar una abundante producción de atrevidas
imágenes realistas en las que el velo mitológico caía por completo.
En
esa trayectoria se ubica Retrato de cortesana (1521) y Dos amantes, ca., 1524,
de los museos Pushkin y Hermitage, respectivamente. La última, recientemente
restaurada, es única por ser un momento preliminar al coito que incluye una
anciana voyerista, sello frecuente en su producción.
La
muestra destaca cómo su obra ‘‘contagió’’ a los máximos artistas del tiempo que
representaron los encuentros eróticos de los dioses. Entre ellos la Venus de
Urbino (1532-1534) y la Dánae (1544-1545) de Tiziano; las cuatro telas con los
amores de Júpiter encargadas por Federico II a Correggio a principios de los
años 30 (la muestra incluye la Dánae de la Galería Borghese, que participa en la
exposición), incluso la Leda de Miguel Ángel creada de 1529 a 1530 que en
el siglo XVI fue destruida por ser considerada obscena y de la cual queda un
dibujo de Rosso