• La escritora chilena entrega una novela escrita desde el ‘yo’, que hurga en el duelo por la muerte de su hermana
CIUDAD DE MÉXICO.
La escritura
como catarsis, como sanación. La narradora chilena Marcela Serrano (1951) ve
a El manto, su novela más personal, como “una pequeña
tumba para mi hermana, que acarreo conmigo siempre y me hacer sentir acompañada
por ella. Yo creo en los libros que acompañan”, confiesa.
“Ha sido una
rica experiencia. Es la primera vez que confecciono una obra que no es ficción,
que es redactada desde el yo. Nunca pensé escribir desde ese lugar, no estaba
en mis planes, sólo sucedió”, comenta en entrevista.
De visita en México, tras años de ausencia, la también artista visual
cuenta que con este título publicado por Alfaguara quiso hacer un registro de
lo que era un duelo por la pérdida de un ser querido; en este caso, de su
hermana, la periodista Margarita Serrano, quien murió en noviembre de 2017,
tras años de luchar contra un cáncer.
Cuando mi
hermana murió, ya tenía suficiente información para saber que al duelo no se le
puede sacar la vuelta. Y, al contrario, me entregué a él. Me fui exactamente
cien días al campo, en absoluta soledad.
“Y eso me
hizo muy bien, porque no ignoré el duelo en ningún momento; viví dedicada a él,
sin tener que dar cuentas al mundo. Y ahí empecé a escribir estos apuntes,
aunque no sabía que terminarían en un libro. Escribir es mi forma de
reflexionar, de ordenar la cabeza, de ampliar los ojos”, agrega.
Explica que ellas eran cinco hermanas. “Todas muy cercanas. No hay
ningún hombre en la familia. Es un enorme clan bullicioso, porque todas son muy
connotadas en su quehacer, estruendosas. De repente faltó una y la identidad
del clan se rompió”, lamenta.
La
licenciada en Grabado por la Universidad Católica confiesa que se sintió
“absolutamente libre” al dar vida a El manto. “Cuando se
escribe ficción y se trabaja con varios personajes a la vez, se debe estar muy
atenta a la coherencia de los personajes, de su lenguaje, porque éstos te van
guiando y te llevan casi a la acción.
“Esa
concentración desapareció porque el personaje era yo. No tenía que buscar
coherencia ni debía inventarme. Entonces, eso resultó un gran alivio. De
repente sentí que fluía, porque no tenía que estar atenta a ningún personaje”,
añade.
La autora
de Nosotras que nos queremos tanto (1991) y La Novena (2016) detalla que, con este ejercicio
de introspección, de explorarse a sí misma, de hurgar en los recuerdos y en la
memoria, descubrió a una Marcela Serrano diferente.
“Me sentí
con más instrumentos en la mano, más rica, con más capacidad para ser flexible.
Y una cosa fantástica: ahora no planifico nada, yo estoy abierta para lo que
venga, no sé qué voy a escribir, acepto lo que la vida me diga”, indica.
La premio Sor Juana Inés de la Cruz 1994 piensa que, al escribir, la
memoria “se te amplía, se te purifica y al final se te redime. Y el duelo cobra
un sentido que no tendría si no lo hubieras escrito. Más que nunca, me siento
una enorme privilegiada por poder manifestarlo de esa forma. Es muy distinto
escribir un duelo que no hacerlo. Viva la literatura”, dice.
UN CAMBIO DE ERA
La escritora que abandonó su tierra natal debido a la censura de la
dictadura militar, está contenta de que en Chile haya estallado una “verdadera
y profunda” revolución. “Quienes creen que son sólo unos desórdenes están muy
equivocados. Habrá un cambio de era. Y eso me produce una enorme esperanza,
porque el Chile que existía era un espejismo.
“Durante la
dictadura de Augusto Pinochet, se hizo un laboratorio en el país, de cómo
instrumentar el sistema neoliberal y cómo hacer que la economía sustituyera a
la política; y eso se profundizó con una Constitución para resguardar ese
estado”, expresa.
Está convencida de que esa situación “es un abuso y una desigualdad que
no tiene nombre. Es un país hecho para los ricos. Es espléndido para los
inversionistas, pues casi no pagan impuestos, hay un buen clima, muy ordenadito
y, por dentro, iba acumulándose la ira.
“Me dio pena
pensar por qué estamos tan dormidos. Pero el estallido nos tomó totalmente por
sorpresa. Nadie tenía idea de que esto iba a pasar. Aunque los dueños del país
están a favor de ese cambio. Así que tiene que pasar algo bueno con esto”, asegura
la ensayista.
Considera que el movimiento de protestas del país sudamericano ha sido
muy creativo. “No sé si escribiré sobre ello. No tengo idea de cómo las cosas
te van pasando por dentro, porque todo esto requiere su decantamiento. Sé que
el cambio es profundo y eso me llena de esperanza. Sobre todo ese revivir de
toda la cosa feminista: bailaron desnudas en las calles, voces tan apagadas y
explotaron al unísono. Es una felicidad”, concluye.