• La hija de Carlos Fuentes publica las memorias truncas de su mamá, la actriz Rita Macedo, primera esposa del autor de Aura
CIUDAD DE MÉXICO.
El escritor Carlos Fuentes (1928-2012) fue un padre amoroso,
gracioso y divertido, pero también un hombre infiel, mujeriego y parrandero, a
quien le encantaban las “toga parties” (fiestas de temática grecorromana, en
las que predominaban los semidesnudos). Era un buen dibujante y su trabajo lo
convirtió en “un ególatra infinito que empezó a engordarse más de lo necesario
y a admirarse hasta el punto de ser un poco pesado”, dice Cecilia Fuentes
Macedo, hija del primer matrimonio entre el autor de Aura y
la actriz Rita Macedo, tras la publicación del libro Mujer en papel. Memorias inconclusas de Rita Macedo,
que revela un registro inédito sobre Fuentes.
Durante la charla, Cecilia
Fuentes habla sobre el libro y las dificultades que enfrentó, y cómo es que
muestra aspectos íntimos sobre su padre,
como los dibujos que le dedicaba o las fiestas que organizaban en casa. También
de sus infidelidades y la manera como creció su ego, tal como lo detallan los
apuntes de Rita Macedo, quien se quitó la vida el 6 de diciembre de 1993, y
habían permanecido ocultos hasta ahora.
“Pienso que el público merece conocer al
Carlos Fuentes de carne y hueso, al hombre sensible, frágil y trabajador con
todas sus virtudes, talentos y defectos; al padre cariñoso, al esposo travieso
y mal portado. Y me parece que es muy importante para la gente culta que
conozcan al Fuentes de verdad, porque ellos sólo conocen a la estatua creada
para subir y llegar lejos, sin una emoción, sin sentimientos. Todo es frío,
pero él era distinto”, apunta Cecilia Fuentes.
La primera parte del libro, que
cuenta con fotos y dibujos inéditos,
fue escrita por Rita Macedo, “pero se atoró en la parte relacionada con mi
papá, porque ya le costaba mucho emocionalmente volver a vivir algo que le
dolió demasiado”, explica. Así que tomó el reto de completar el volumen,
utilizando las cartas que Fuentes le envió a su madre y a ella misma.
“Sí fue un reto hacer la segunda parte del
libro, porque pensé que podría utilizar las 300 cartas que tengo. Pensé que las
podía usar, pero me llevé una sorpresota cuando me dijeron que todo era de
Silvia Lemus (viuda de Carlos Fuentes), hasta lo que él me haya escrito. Lo
puedo vender o exhibir, pero no lo puedo publicar en ningún lado”, lamenta.
¿Por qué?, se le pregunta. “Me
dijo que no me iba a dar permiso, porque tenía que cuidar la imagen de mi papá.
Pero me dijo que podía usar las cartas y
contarlo desde la voz de mi mamá. Eso fue algo complejo. Así
que nada es inventado, todo está ahí, en las cartas de papá”.
¿Ya lo leyó Silvia Lemus? “Quedó armado como
Silvia supo que se haría. No sé si lo haya leído o no. Todo está en las cartas
y quien las quiera leer, ahí las tengo. Pero lo más difícil fue luchar contra
la gente, ya que siempre había alguien que no quería que saliera el libro. Me
decían que iba a lastimar a don Luis de Llano, porque se hablaba mal de la mamá
de mi mamá, o cuando se habla de que mi mamá tuvo su época de la ‘vida fácil’.
Y luego el lío de las cartas, aunque por lo menos Silvia accedió a que
publicara algunos dibujos que mi papá hizo para mí”.
¿Cómo eran esos dibujos? “Esas caricaturas
son una maravilla y tengo una colección que no me dejaron incluir, porque la
mayoría son eróticas. Son historias contadas en dibujitos casi siempre pidiendo
perdón por algo que él hizo, aunque no entiendo la razón de Silvia para tapar
algo que existió y que ahí está”.
¿Qué tipo de caricaturas son? “Normalmente
eran unos gnomos muy calientes que mi papá dibujaba. Creo que debió ser
caricaturista”.
Cecilia Fuentes afirma que su padre fue un
hombre gracioso, divertido, mujeriego y parrandero, aunque después decidió
crecer, madurar y convertirse en el escritor que todos conocen.
“Su esposa no quiere que lo vuelva humano,
pero así la gente lo va a querer más y no quiero que se crea que este libro es
un insulto o que lo publico por despecho. No, no me interesa hablar mal de él
ni molestarlo; simplemente es lo que es y esta versión es más divertida que la
que ustedes conocen”, explica.
Pero cuando Fuentes y Macedo se
separaron, recuerda, todo dejó de ser simpático. “Sí hay anécdotas graciosas,
como cuando invitaban a Elena Poniatowska y a La Chaneca (Bertha Maldonado). Ojalá se animen a
conocerlo sin ofenderse, porque mi gran temor es que me acusen de ofenderlo”,
confiesa.
¿Qué rescataría del Fuentes intelectual?
“Ambos son de verdad, porque de joven era libre y se dejaba llevar por todo lo
que lo impulsaba e inspiraba. Y le moleste a Silvia, o no, como me han dicho,
lo mejor (de su obra)… lo hizo en las épocas de mi mamá. Era un chamaco libre,
pero Silvia le ayudó a convertirse en lo que él quería, cosa que mi mamá no iba
a hacer”.
¿Dónde estuvo el momento clave de la ruptura
entre ambos? “Mi mamá se hartó de Europa después de seis años viviendo allá. Y
se cansó porque mi papá siempre quería una cena, un evento, una premiación.
Ella no quería y prefirió regresar a México para rearmar su carrera, lo cual no
pudo hacer, pero entre 1968 y 1970 cada quien dijo lo que quería y se alejaron.
De pronto, un día, conocí a Silvia y ya tenía un hermanito nuevo”.
¿Influyó el éxito de su padre? “Mi mamá
mantuvo a mi papá los primeros cinco años de su vida, porque él iba a sacar su
primer libro y ella compraba los muebles y le hacía todo. De pronto mi papá fue
subiendo y mi mamá se quedó como mamá y se ofuscó, hasta que se convirtió en un
energúmeno. Mientras tanto, mi papá se convirtió en el hombre perfecto, el
padre perfecto, el escritor perfecto, y se tornó frío y lejano, y mi mamá se
convirtió en una abuelita llena de amargura y de odio”.
¿Es cierto que Fuentes le pidió
abortar a Rita Macedo? “Lo hizo tres veces. Pienso que a él le estorbaban los
escuincles, pero ya luego andaba feliz con ellos. Aparte, no tenía dinero como
sucedió después, así que la hizo abortar en dos
ocasiones, pero en la tercera ella cambió la decisión”.
¿Creció el ego de Fuentes? “Se
convirtió en un ególatra infinito.
Fue cuando mi mamá salió corriendo: ese señor había enloquecido, pero aprendió
a controlarlo. Aunque es cierto que esa egolatría ya no le permitió pensar en
mi mamá, en mí ni en sus otros hijos”.