• La invasión de la tecnología en lo privado y la crueldad del presente, dos temores del célebre novelista español
GUADALAJARA.
El escritor español Antonio Muñoz Molina (1956) le teme, sobre todo, a la
fragilidad de las cosas, pero también a la ausencia de soledad, a lainvasión de la tecnología en la
privacidad, a la crueldad del presente y de la inmediatez, al
olvido de los recuerdos.
“Estamos en una época en que la neurociencia
nos está enseñando la gran fragilidad de cosas que nos parecen sólidas; la
fragilidad de la percepción cotidiana, por ejemplo, el modo en que cualquier
pequeña alteración o trastorno hace que nuestras capacidades cognitivas se
pierdan”, afirma en entrevista.
“La experiencia del 11 de septiembre de 2001
en Nueva York me dejó una conciencia muy física y personal de cómo las cosas se
derrumban, lo que nos parece que va a durar siempre se cae. Ahora existe un
miedo más urgente, que es a la brutalidad política. El problema es la capacidad
de destrucción que hay”, comenta.
El novelista y cuentista exorciza
estos temores en su novela más reciente, Tus pasos en la escalera (Seix Barral),
que narra la historia de un hombre que espera a su esposa en Lisboa, a donde se
mudarán desde Nueva York, mientras reconstruye la casa que será su hogar, donde
esperará el fin del mundo. Se convierte en una historia de suspenso sicológico.
¿Por qué revalorar en esta época la memoria y
los recuerdos? El también ensayista responde que “quizá porque son tiempos muy
poco memoriosos; es decir, todo el énfasis está puesto en lo inmediato. Yo lo
comparo con una especie de lobotomía, cortar la relación con cualquier cosa que
haya pasado antes.
Pero, sobre todo, esa especie de invasión del
presente, como que todo lo que haya sido pasado no tiene valor. Lo veo como una
especie de nacionalismo del presente, que mira con desprecio cualquier cosa de
antaño”, agrega.
El académico de la lengua admite que la
soledad está muy presente en la novela. “El protagonista se ha pasado la vida
trabajando. Y los empleadores son inhumanos, te roban el tiempo, el alma y la
mente. Él reivindica esa soledad placentera, cultivada. La soledad, en su caso,
tiene la vertiente del trastorno. Un grado excesivo de soledad nos lleva a algo
malo.
Reivindico la soledad y la desconexión. La
falta de soledad es la enfermedad del mundo contemporáneo. Ahora estamos
intercomunicados continuamente y hay que parar. Para hacer las cosas
fundamentales de la vida se debe estar solo: contemplar una pintura, descansar.
Es una defensa espiritual y política. Las grandes empresas tecnológicas están
colonizando continuamente nuestro tiempo y nuestras vidas. Necesitamos
rebelarnos contra todo eso”, destaca.
El autor de Beltenebros (1989)
retoma como escenarios a Lisboa y Nueva York. “Establezco una relación estrecha
con las ciudades que me gustan. Las dos han sido fundamentales en mi vida,
están muy relacionadas con mi educación, como escritor y como persona. El arte
útil de la novela es que puede decir varias cosas al mismo tiempo; está muy
presente lo cruel y lo agobiante de NY, pero también lo admirable. Tiene alivio
y nostalgia. Lisboa tiene muchos matices, en la cual la relación del presente y
el pasado es menos brutal que en otros sitios”.
El narrador admite que juega un
poco con eso que llaman autoficción,
pues pasajes que parecen inspirados en su vida son en realidad inventados. “He
procurado hacer una novela pura. No acabo de entender el término de
autoficción, pues pienso que o se escribe una autobiografía o ficción, creo en
una división estricta. Sé que hay una diferencia radical: en la no ficción no
me puedo permitir la libertad de inventar nada. Los materiales de origen de
esta historia son de mi propia vida, pero transformados”.
Quien charló ayer con mil jóvenes en la 33
FIL de Guadalajara, que vivió su tercer día de actividades, está convencido de
que no todo es frágil, que “perdura la capacidad que tenemos de hacer habitable
el mundo, los seres bondadosos, generosos, esa labor continua de millones de
personas. La gente que hace bien lo que tiene que hacer es justa”.
A sus 63 años, Muñoz Molina dice que quisiera
ser lo mejor que pudiera ser. “Tengo el sueño de ser algo como cuando lees a
los grandes escritores, como Rulfo, Proust, Onetti, Machado. Esa intensidad,
esa especie de maestría sin esfuerzo”.
Señala que esta novela le llegó como regalo,
fue inesperada. “Así espero que me llegue otra. No tengo aún ningún tema o
imagen para mi próximo libro de ficción. He estado en otra vertiente mía, que
es la historia del arte. Hice una serie de conferencias en el Museo del Prado,
que se convertirán en libro. He pasado varios meses sumergido en el museo,
investigando, mirando cuadros. Concentrado en eso, he descansado de la
ficción”.